Diario de Xalapa

Vivencias con Bach

La primera vez que escuchó el Concierto de Brandeburg­o fue en una oficina del obispado de Veracruz, en Insurgente­s Veracruzan­os 470, enfrente del Malecón porteño.

- MIGUEL VALERA

En esta entrega el autor relata la vida de un niño a quien un seminarist­a le dijo que podía ser sacerdote, pero cuando va al Seminario se enamora de la música clásica al oír a Bach.

Corría el año de 1982. Terminaba la escuela primaria y sus padres lo llevaron con el padre David Barbosa Madrigal, para que lo inscribier­a al Seminario católico e iniciara una carrera clerical. Tenía 11 años de edad.

Llegó con miedo a esa oficina elegante y climatizad­a. El entonces obispo, José Guadalupe Padilla y Lozano era un personaje que daba miedo. Al padre David lo había conocido tres o cuatro años atrás cuando llegó como estudiante a una comunidad del municipio de Paso de Ovejas, donde vivía con sus padres.

A ese niño que corría descalzo entre limonarias, árboles de mangos y palmeras, el entonces seminarist­a le dijo que podía ser sacerdote y le sembró una inquietud. Cuando terminó su apostolado en la localidad se ordenó sacerdote y se fue a estudiar Derecho Canónico a Roma, Italia.

Desde la ciudad eterna mandaba postales al niño del rancho y le decía: “no olvides que vas a ser sacerdote”. Junto a esas palabras, en su pecho iba creciendo una ilusión, una esperanza, el deseo de ser “alguien”. Las postales y la amistad que David Barbosa tejió con sus padres, les llevaron a pensar que había sembrado una vocación en su hijo y al concluir la Primaria, con tan solo 11 años de edad, se presentaro­n ante el cura que ya era Vicario General, algo así como el brazo derecho del Obispo.

Entró con miedo. Sabía que algo iba a pasar ese día, sabía que quizá, si Dios lo estaba llamando, tenía que dejar todo y seguirlo, a ciegas, con los ojos cerrados, porque ese era “su destino”. ¿Qué sabe un niño de once años del destino? Nada. Absolutame­nte nada.

Esperó en la antesala con miedo y entró, se repitió a sí mismo, con miedo. El padre David lo saludó con cariño y lo tranquiliz­ó. Se dio cuenta que le gustó la música que escuchaba en su oficina. Es Juan Sebastian Bach, le dijo, un músico barroco. Es uno de los conciertos de Brandeburg­o.

¿BRANDER QUÉ?

Apenas y podía pronunciar la palabra. ¿Qué sabía el niño de rancho de música barroca y de Bach? El cura le habló en otro idioma. Años más tarde, se enteraría que el sacerdote, de feliz memoria, era también devoto de The Beatles. Un día, en una entrevista radiofónic­a, le preguntaro­n que si creía, como mucha gente decía, que la música del grupo musical de Liverpool era satánica.

“Qué les puedo decir, yo tengo toda la colección discográfi­ca. Los Beatles son uno de mis grupos favoritos”, contestó.

El niño, acostumbra­do a Chico Ché y a la Cumbia de las fiestas populares, en sus once años nunca había escuchado a un clásico. La música lo tranquiliz­ó. Muchos años después conocería del efecto de los violines, violas, cellos, así como del maravillos­o timbre del bajo, las vibrantes notas del oboe, la flauta y la trompeta, así como de allegros, adagios y menuettos.

Ahí, en ese despacho de Insurgente­s Veracruzan­os, azotado por el sol del mediodía, acompañado por sus padres, la música le apaciguó el espanto, porque enfrentaba el “destino”, al lado de cantos

A ese niño que corría descalzo entre limonarias, árboles de mangos y palmeras, el entonces seminarist­a le dijo que podía ser sacerdote y le sembró una inquietud. Cuando terminó su apostolado en la localidad se ordenó sacerdote y se fue a estudiar Derecho Canónico

de pájaros, de brisa suave, del sonido de la lluvia tocando las hojas y del correr y saltar de liebres y conejos.

Esa era su interpreta­ción, la tranquilid­ad que da, a veces, la naturaleza. Pero respiró más profundame­nte cuando el padre David Barbosa Madrigal le dijo: miren, ya el Seminario no recibe a niños de Primaria para estudiar la Secundaria, así que les propongo que estudie la Secundaria en Paso de Ovejas y cuando termine me lo traen.

Así fue.

Los despidió con el mismo cariño de la llegada y les regaló 500 pesos, una cantidad que para ese año y para sus padres, con nueve hijos, fue una fortuna bien aprovechad­a.

Dieron un paseo breve por el Malecón y regresaron felices a casa.

En el AU, la línea de pasaje que corría del puerto de Veracruz a Paso de Ovejas, las notas de Bach seguían sonando en su cabeza. El sol, como siempre, implacable, llenaba de sudor su rostro permanente­mente.

El padre David Barbosa Madrigal falleció un 2 de febrero de un año que se perdió en su memoria. Cada vez que escucha algunas de las notas que Johann Sebastian Bach le presentó al Marqués de Brandeburg­o hace casi 300 años, ese niño que ya es un adulto piensa en las personas que lo llevaron a la música clásica en su vida y particular­mente a Bach, el músico que además de tener hijos como loco —procreó a 20 con dos esposas—, nos heredó composicio­nes maravillos­as, creadas con una gran maestría y una polifonía con la fuerza de la naturaleza.

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ILUSTRACIÓ­N: JONATHAN HERNÁNDEZ

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