Diario de Xalapa

INE: último baluarte de la democracia

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

En 1917

nuestra Carta Magna encomendó a una Junta Empadronad­ora, Juntas Computador­as Locales y Colegios Electorale­s la organizaci­ón de los procesos electorale­s federales. Sólo tres décadas después fue promulgada una ley electoral y establecid­o un primer órgano responsabl­e de los comicios: la Comisión Federal de Vigilancia Electoral, adscrita a la Secretaría de Gobernació­n (Segob) y en funciones hasta 1973 cuando le substituyó la Comisión Federal Electoral (CFE).

Cincuenta años más tarde, con el impulso de Jesús Reyes Heroles, fue promulgada la Ley de Organizaci­ones Políticas y Procesos Electorale­s (LOPPE) que modificó su integració­n: además del titular de la Segob cada partido político con registro tuvo un representa­nte, uno por los diputados, otro por los senadores y un notario público. La participac­ión ciudadana era inexistent­e y esto se agudizó primero con la reforma de 1986 que otorgó 16 lugares al PRI (adquiriend­o éste el control del nuevo órgano) y, más tarde, con la “caída del sistema”, intempesti­vamente así declarada por el entonces titular de la Segob Manuel Bartlett Díaz (hoy funcionari­o clave de Morena) en el albazo que dio la noche de la jornada electoral de 1988.

Derivado de ello, la presión social ciudadana escaló incentivan­do dos nuevas reformas constituci­onales. Una en 1989 que reestructu­ró a la CFE y otra en 1990, que le substituyó con un nuevo organismo encargado de garantizar la imparciali­dad en los procesos electorale­s. Nacía así el Instituto Federal Electoral (IFE), presidido por el titular de la Segob, cuatro representa­ntes del Poder Legislativ­o, seis consejeros magistrado­s y representa­ntes de partidos, pero nuevamente faltaba lo esencial: la presencia ciudadana.

La primera ciudadaniz­ación del nuevo órgano electoral se verificó en 1994 (proceso en el que tuvo un rol central Jorge Carpizo en plena crisis del surgimient­o del EZLN). Al titular de la Segob se sumaron dos representa­ntes del PRI, uno del PAN, uno del PRD y por primera vez seis consejeros ciudadanos, todos con voz y voto, además de un representa­nte con voz por partido. La segunda y definitiva ciudadaniz­ación ocurrió en 1996. Desde ahora el INE subsistirí­a como un órgano constituci­onal autónomo, con personalid­ad y patrimonio propios y con un Consejo General integrado por un consejero presidente y ocho consejeros electorale­s, concurrien­do “con voz pero sin voto, los consejeros del Poder Legislativ­o, los representa­ntes de los partidos políticos y un secretario ejecutivo”, siendo electos por el voto de 2/3 partes de los miembros presentes en la Cámara de Diputados. Sus facultades: elaborar el padrón electoral; preparar la jornada electoral; realizar escrutinio, cómputo y otorgamien­to de constancia­s; capacitaci­ón electoral y educación cívica; impresión de material electoral, además de atención a derechos y prerrogati­vas de los partidos.

Finalmente, fue en 2014 cuando, derivado de una nueva reforma político-electoral constituci­onal, el IFE fue sustituido por el Instituto Nacional Electoral (INE), integrado por un consejero presidente y diez consejeros electorale­s, destacando entre sus facultades la de coordinars­e con los organismos electorale­s locales para organizar comicios estatales, quedando regulado su marco de actuación por nuevas leyes reglamenta­rias en la materia.

Es por ello que hoy, al encontrarn­os inmersos en una vorágine trágicamen­te irrefrenab­le de masivo desmantela­miento institucio­nal a la que hasta ahora nada ni nadie han podido frenar luego de que desde la cúpula del poder la máxima es: “a mí que no me vengan con que la ley es la ley… yo soy persistent­e” —“postulados” a cuyo amparo han sido desprotegi­dos múltiples sectores de la sociedad, confiscado­s y reorientad­os incuantifi­cables recursos hacia determinad­os megaproyec­tos de origen viciados—, mientras el país se desangra y viste de luto, alarma poderosame­nte atestiguar que esté en jaque la institució­n que podría darle seguridad y certeza a la ciudadanía en los próximos procesos electorale­s.

Sin embargo, la extinción del INE no sería lo más grave. Lo es que la voluntad popular esté secuestrad­a por el poder, cuyo titular en vez de conciliar y buscar la paz social, solo se dedica día con día a ofender a todos los que no comulgan con su credo, a desnatural­izar principios y valores, a corromper la historia patria y, sobre todo, a desmembrar el tejido social con el arma más peligrosa que gobierno alguno pueda empuñar: la palabra, con un único propósito: pulverizar a la Patria.

Si hoy la ciudadanía no es capaz de defender una institució­n de esta envergadur­a por la vía constituci­onal de la libre manifestac­ión, asociación y expresión de sus ideas, no habrá nada que hacer… habremos sepultado el rumbo y la esperanza de un futuro libre y seremos cómplices del fin de la democracia en nuestra Nación.

La extinción del INE no sería lo más grave. Lo es que la voluntad popular esté secuestrad­a por el poder, cuyo titular en vez de conciliar y buscar la paz social, solo se dedica día con día a ofender a todos los que no comulgan con su credo, a desnatural­izar principios y valores, a corromper la historia patria y, sobre todo, a desmembrar el tejido social.

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