Democracia sí, pero a qué precio
en ocasiones, la realidad nos coloca frente a situaciones que, como caprichosas fichas de un doloroso rompecabezas, no hemos aprendido a armar. Meses y años pueden transcurrir sin que, como sociedad, logremos resolver ese galimatías que es mejor ignorar y, casi con indolencia, dejar que se vaya disolviendo entre los polvos del olvido. Inclusive, la sorpresa y el enojo que nos pueden causar se graban en las paredes de un archivo que solo se abre cuando es necesario enmarcarlas para lucirlas en actos de carácter político.
Me parece que
Aunque parecen temas de diferente índole, la semana pasada se dieron a conocer dos noticias que nos muestran un panorama que se envuelve entre los nubarrones del patetismo y el desdén. Son apenas dos referencias en un mapa en el que, desde hace mucho tiempo, se ha perdido la brújula y los puntos cardinales danzan con la música de la ignominia, por un lado, la publicación de los resultados concernientes a la prueba PISA y, por el otro lado, el asesinato de cinco jóvenes en el estado de Guanajuato. Insisto, al parecer se trataría de dos situaciones que no tienen nada en común, que se pueden analizar y discutir de manera aislada, concentrándonos en todas las reacciones que nos pueden provocar cada una de ellas. Sin embargo, cuando ampliamos un poco el enfoque de nuestra mirada, comienzan a surgir los rastros, las miradas y las palabras de una juventud que estamos condenando a un porvenir cada vez más complejo.
A nadie le sorprende los resultados del (PISA) en los que se nos presentan, desde una perspectiva comparativa, lo que ocurre en materias como matemáticas y el proceso de lectura. Así, con la velocidad propia de las justificaciones, de inmediato se escuchan las voces que desestimaron los resultados, a la prueba misma y, por supuesto, señalaron a las administraciones como únicas responsables de estos indicadores. Si bien, como todo instrumento de evaluación, dicha prueba es susceptible de análisis y es perfectible, sus resultados no pueden ser descartados con esa retórica que se han encargado de justificar los fracasos con un maniqueísmo lleno de prejuicios y estereotipos: en efecto, se han brindado respuestas que se articulan con todo aquello que debe combatir una verdadera propuesta educativa que se presuma
La prioridad es la formación y la seguridad de quienes hoy son lo más frágil de nuestra sociedad. Que cada una y uno formule su respuesta desde la postura política que desee, su ideología, permisividad o ignorancia.
humanista. Sin olvidar, claro, que la educación en nuestro país ha sido el reflejo del manejo clientelar de sus instituciones, dejando de lado su principal objetivo: la educación de la niñez y la juventud.
Y, en ese sentido, muy poco humanista ha sido la respuesta que han ofrecido sus respectivas sombras parlantes, ante el cuestionamiento acerca de los jóvenes asesinados en Celaya.
Pero ojalá que no se olvide y se pierda lo sustancial: la prioridad es la formación y la seguridad de quienes hoy son lo más frágil de nuestra sociedad. Que cada una y uno formule su respuesta desde la postura política que desee, su ideología, permisividad o ignorancia. Sin embargo, la verdadera cuestión es entender por qué. Y, en este sentido, la respuesta adquiere otras implicaciones.
Fallamos y algo debe cambiar si queremos vislumbrar un futuro digno para las siguientes generaciones.
Hay que saber entrar al fondo de los problemas hasta su raíz profunda, su tallo, ramas, hojas, flores y frutos; y a solucionar dialécticamente, con decisiones de alta precisión.
Analistas políticos, académicos, investigadores, universitarios y de organizaciones civiles, no es raro encontrar personas ambiciosas en la política, vanidosos y soberbios. Son características necesarias para esta actividad.