Un cuento de navidad (que no es cuento)
Debí haber sospechado que algo no andaba bien cuando llegué al lugar en el que me citaron para pagar el adelanto del auto que iba a rentar y, en vez de una oficina como tal, me encontré con una tienda de vestidos y accesorios para dama. “Seguro hay problema”, pensé, “peculiaridades de nuestra idiosincrasia”. Debí de haber sospechado, de nuevo, que algo definitivamente no andaba bien cuando acudí a recoger la Toyota Avanza (que renté para llevar a dos de mis perros a la ciudad de México, para procedimientos veterinarios con una sobrina que tiene su clínica allá), cuando la revisión final arrojó que al auto le faltaban dos litros de aceite y cuando el chico que me hizo la entrega tuvo que abrir el tapón del aceite con un martillo y cuando noté que a la Toyota le hacía falta la última verificación. Decidí no prestar atención a esos varios “detalles” y confiar en la diosa fortuna, sobre todo porque era demasiado tarde para echarme para atrás.
Cuando acudí a liquidar la cuenta del alquiler, a otra tienda de ropa y accesorios para dama ubicada en El Dique, la dueña de la Agencia Autos
XL me entregó el pase turístico para que pudiera circular sin problemas por la capital de la República y me aseguró que, con eso no haría falta la última verificación vehicular. Ni la verificación ni el pase turístico fue importante, sin embargo, porque jamás llegué a la ciudad de México.
Cuatro horas más tarde, la camioneta Toyota Avanza modelo 2019 decidió quedarse a pasar las navidades en la ciudad de Huamantla, con mis dos perros, mi sobrino y su seguro servidor como sus invitados de honor. Inocentemente había decidido detenerme unos momentos en la gasolinería Ferche Gas de Huamantla, un pequeño enclave xalapeño que se encuentra en pleno corazón tlaxcalteca, para estirar las piernas, pasar al baño y comprar unos refrescos, sin imaginar que pasaríamos varias horas allí, esperando a que nos mandaran una camioneta de repuesto para poder continuar el viaje a la gran Tenochtitlan.
El joven que respondió a mi pedido de ayuda en el chat de la compañía Autos XL me aseguró que en ese momento, las 19:30 horas (minutos más, minutos menos) salía hacia nuestra ubicación un chofer con una camioneta Ford Expedition (más grande que la que renté), con su respectivo pase turístico para que pudiéramos continuar nuestro viaje. Cuatro horas y media más tarde seguíamos esperándolo, muertos de frío y agradecidos con los trabadores de la gasolinería que hicieron de todo para ayudarnos: empujaron la camioneta para intentar arrancarla, nos pasaron corriente con cables que ellos fueron a buscar y, finalmente, nos consiguieron el teléfono de un mecánico local que atiende las 24 horas, pero que nunca respondió a mi llamada.
A las 11:30, mi sobrino, los canes y yo nos quedamos dormidos y a las 12:30, despertamos cuando el joven rescatista, con unos golpes en el cristal de la Toyota, nos hizo saber que por fin había llegado la ayuda. Al bajarme de la camioneta me golpeó el frío más intenso que haya sentido en toda mi vida. Helados y medio dormidos, mi sobrino y yo procedimos a pasar las cosas, los contenedores y a los perros, no a la Ford Expedition, sino a una especie de microbús, también marca Toyota, que era lo que me habían mandado de Autos XL. El joven y amable chofer intentó darme algunas indicaciones para el uso del enorme vehículo, pero yo estaba al borde del desmayo por el frío y le pedí unos minutos para recuperarme dentro del microbús que en unos minutos tendría que manejar. Más o menos recuperado del shock y de la temblorina, le informé que no seguiríamos a la Ciudad de México (era demasiado tarde y riesgoso para ello), que pasaríamos la noche en Humantla (en el único hotel de la ciudad que acepta mascotas) y que al día siguiente regresaríamos a Xalapa. Por una parte, los tiempos se habían complicado para los procedimientos veterinarios y por otra, yo no me sentía seguro manejando en la capital un microbús que, por el estado en el que se veía, podría quedarse tirado en cualquier parte.
Así pues, sobrino, perros y un servidor pasamos la noche el Hotel Las Candelas de Huamantla (muy recomendable, por cierto) y a la mañana siguiente, luego de pagar la tarifa de la habitación, más el extra por cada mascota ($250 pesos por cabeza), emprendimos el camino de regreso a la ciudad de las flores. Sin mayores novedades llegamos a Xalapa a medio día, dejé perritos en casa, dejé también los contenedores y acompañando de mi sobrino, acudí a entregar el autobús y a solicitar la devolución de lo que había pagado. La “Señora Artemisa” dueña de las tiendas de vestidos para dama, ubicados en Murillo Vidal y El Dique y de la compañía Autos XL, se negó a hacerme un reembolso completo de lo que pagué por la renta de un vehículo que no me llevó hasta mi destino (ya de los gastos de casetas, gasolina y hotel mejor ni hablamos) y de forma bastante altanera me invitó a denunciarla en la Procuraduría del Consumidor y en el Diario en el que trabajo, cosa que estoy haciendo. Para concluir su esmerada atención al cliente, me amenazó vía Whatsapp, haciéndome saber que, si bien yo cuento con todos los datos de su compañía, “ellos también tienen los míos”.
Acudiré a la Procuraduría del Consumidor, quizás también al MP, a levantar una denuncia por amenazas, y escribo este artículo para alertar a mis conciudadanos sobre esta compañía de renta de autos, llamada Autos XL, nada confiable y que seguramente opera sin el conocimiento del SAT, ya que no expide recibos, ni facturas ni firma contratos. Además de que no me hace ninguna gracia que me roben y abusen de mí, pienso también en las angustias que podría haber pasado una familia, con hijos pequeños, de haberse quedado varados en cualquier sitio, a cualquier hora, expuestos a un frío tan tremendo como el de la bella Huamantla u otros peligros propios de nuestra realidad nacional.