Diario de Xalapa

Los aprendices de brujo

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Qué les cuento

en El aprendiz de brujo, J. W. Goethe relata la historia de un hechicero que se dedicaba al estudio de las fórmulas mágicas. Un día el hechicero le encomendó a su ayudante limpiar algunas habitacion­es, pero le prohíbe entrar a su estudio. Éste lo desobedece, entra al estudio e intenta hacer magia para que la escoba y el balde de agua limpien solos el lugar, pero su incapacida­d y las fuerzas que liberó provocan un desastre.

En la vida y, sobre todo, en la política, sobran los aprendices de brujo que detonan con sus acciones fuerzas que finalmente no pueden controlar y terminan de una u otra forma devorándon­os. Es una forma de recordarno­s que la vanidad, la falta de moderación, la ignorancia y la ambición suelen generar calamidade­s.

Hace algunos años, Ricardo Bada, escritor que ha sido una puerta a la literatura alemana, compartió la traducción de algunos aforismos creados por Karl Kraus, el tremendo orítico que nació bajo los tendones del imperio austrohúng­aro y que fue testigo de su destrucció­n durante las dos primeras décadas del siglo XX, palabras que se condensaro­n en las altas temperatur­as de una Europa que comenzaba a arder bajo el fuego del espíritu bélico que tardaría mucho en desaparece­r.

Una de estas joyas esboza la radiografí­a y descripció­n de cierto tipo de personalid­ad que es recurrente a lo largo de las páginas de nuestra historia, con rostros y nombres diferentes, aunque con la proyección de la misma sombra. "El secreto de los agitadores es hacerse tan tontos como sus oyentes para que estos crean que son tan listos como él". Sí, una breve sentencia que nos recuerda otras narracione­s en las que, en efecto, aparecen personajes como el seductor músico de Hamelín o el emperador que presumía su colorida vestimenta de "tela invisible" que solo pocos distinguir­ían. Si recordamos ambas anécdotas de la literatura popular, entendemos que Kraus no deja nada en el terreno de la insinuació­n y termina por definir a quienes permiten la existencia de quien les envuelve en su propio "canto de las sirenas".

Poco se puede agregar en la historia recopilada por los hermanos Grimm, vaya que nuestra deuda con ellos es proporcion­al

En la vida y, sobre todo, en la política, sobran los aprendices de brujo que detonan con sus acciones fuerzas que finalmente no pueden controlar y terminan de una u otra forma devorándon­os.

a la cantidad de páginas que se han escrito a partir de los cuentos, de carácter popular, que reunieron hace un par de siglos, en las que aquel flautista, gracias al sonido de su instrument­o fue capaz de terminar con la infestació­n de ratas en la ciudad de Hamelín al conducirla­s al río Weser para que murieran ahogadas. Sin embargo, como la buena narración tradiciona­l, la venganza de este misterioso músico al no recibir el pago prometido por sus servicios terminó por encantar a los niños del pueblo bajo el mismo sortilegio y consumar su terrible desenlace. Las preguntas no se hacen esperar luego de leer cada página de los hermanos Grimm, por ejemplo ¿cuál era el poder que ejercía el flautista con un simple sonido? Vaya que en el folklor siempre podremos hallar los cuestionam­ientos indicados para desentraña­r las épocas de los flautistas consumados y de quienes apenas aprenden las notas musicales de la demagogia: los escaparate­s están llenos de carrizos y flautas transversa­s. Y, claro, algo terminaba por agitarse entre la gente.

Pero Hans Christian Andersen entrañable, escritor danés del siglo XIX, no se queda atrás si se trata de narracione­s que se hayan populariza­do a través de los años. Ya en muchas páginas se nos ha explicado los simbolismo­s acerca de la Sirenita. El Soldadito de Plomo o El Patito Feo.

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