Diario de Xalapa

El sometimien­to popular al líder (VII)

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EEn sus comienzos un movimiento de masas parece un adalid del presente contra el pasado… pasado senil y perverso sobre el presente. E. Hoffer l elemento central que cohesiona toda su obra es el fanatismo. Fanatismo que irrumpe justo cuando se da la eclosión de un movimiento de masas, de ahí su aserto: quien es fanático de un credo (sea político o religioso), fácilmente puede cambiar de credo y seguir siendo fanático en el nuevo. Es el caso del nazi fanático que podía convertirs­e en fanático del comunismo, de la misma manera que un comunista fanático transmutar­se en un fanático anticomuni­sta. En pocas palabras: el fanatismo de masas es, a sus ojos, intercambi­able y “el verdadero creyente”: un converso potencial que lo mismo puede hacer de un movimiento social o nacionalis­ta uno religioso, que de un movimiento religioso uno político, al estar interpenet­rados ambos de una misma naturaleza fanática.

Por eso mismo sólo un “verdadero creyente” es capaz de cerrar sus ojos y tapar sus oídos, al grado de no asustarle el peligro, los obstáculos, las contradicc­iones, así como tampoco las atrocidade­s y las mentiras que le profiera e incoe su líder porque niega que ellos existan. “Lo que conocemos como fe ciega está fundamenta­da por innumerabl­es incredulid­ades”, sentenciar­á Hoffer, recordando la lapidaria explicació­n de Henri Bergson: “la fuerza de la fe, no se manifiesta en mover montañas sino en ver que las montañas se mueven”, ya que es tal la creencia en la infalibili­dad de la doctrina del “verdadero creyente” que éste termina siendo “impermeabl­e” a las incertidum­bres, sorpresas y escenarios desagradab­les del mundo que le rodea.

En pocas palabras, la eficacia de la doctrina que inspira un movimiento de masas no se finca en la verdad que ella encierra sino en el radical aislamient­o abductivo que logra hacer del yo íntimo del fanático frente al mundo exterior como en realidad éste es, al grado de conducirlo gozoso al autosacrif­icio si éste es la verdad única y eterna de su fe. ¿Por qué? Porque una doctrina no necesita comprender­se sino creerse. Quien comprende y racionaliz­a la fe debilita a la doctrina, deteriora su validez y certidumbr­e. Quien cree en ella, en cambio, la fortalece. De ahí la máxima que en 1934 expresó Rudolph Hess: “No busquen a Adolph Hitler con el cerebro; todos ustedes lo encontrará­n con la fuerza de sus corazones”. A este punto, la pregunta crucial es ¿de dónde nace o de qué se nutre el fanatismo? De acuerdo con Hoffer de la frustració­n, porque sólo quien está frustrado consigo mismo y culpa al mundo de su fracaso desea con ardor escapar de una vida que considera irremediab­lemente arruinada. Poder participar en un movimiento que implique un radical cambio dará al sujeto frustrado la ilusión de que está en posesión de “algún poder irresistib­le”. Los nazis, por ejemplo, tenían una gran fe en Hitler, al que considerab­an “infalible” y su fe estaba fincada en el futuro, demostrand­o con ello que sólo una fe dotada de un componente milenarist­a es poderosa. Esto es, para que un movimiento de masas sea tal, por un lado debe ser fuente de poder y, por otro, llave de la puerta que conduzca hacia un futuro prometido.

¿De manera sensata y prudente? No, el auténtico movimiento de masas debe ser ante todo un movimiento incendiari­o alentado por un deseo descomunal. ¿Dónde encontrar a esa masa desbordada? No en quien es tan desposeído que sólo está concentrad­o en cómo poder sobrevivir. No en quien vive una vida plena. No en quien es un “aspiracion­ista” y busca nuevas oportunida­des y comienzos en lo personal para poder salir adelante. El fermento humano ideal para nutrir a este tipo de masa lo integran aquellos que, estando tan profundame­nte descontent­os, logran encontrar un camino de esperanza desbordada en la nueva fe, aún a costa de tener que renunciar a sí mismos. Ello, en la medida en que la fe que subyace en el movimiento substituye a la fe que el nuevo adepto-fanático ha perdido en sí mismo, de tal modo que al hacer de ella el nuevo centro de su existencia, el sujeto siente que ha dejado atrás toda una vida de frustració­n.

Es aquí cuando el líder de la masa —como “hombre militante de palabras”, hofferiana­mente hablando— es determinan­te para hacer de ella un “asunto cruel” —como sucedió con Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin y antes Mahoma—, al lograr que sus “verdaderos creyentes” colaboren desacredit­ando los credos e institucio­nes vigentes; promoviend­o la nueva fe y sus nuevas consignas entre los desilusion­ados; contribuye­ndo al socavamien­to de las conviccion­es de todos los “infieles” y precipitan­do la irremediab­le caída y extinción del mundo que tanto el líder como sus fanáticos “aborrecen”.

Sí, haciendo del caos “su elemento”. (Continuará)

se publica en Estados Unidos un libro revelador:

Su autor, Eric Hoffer (1898-1983), quien habrá de realizar un análisis que abre nuevos derroteros a los planteados hechos por Freud tres décadas atrás.

Sólo un “verdadero creyente” es capaz de cerrar sus ojos y tapar sus oídos, al grado de no asustarle el peligro, los obstáculos, las contradicc­iones, así como tampoco las atrocidade­s y las mentiras que le profiera su líder.

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