Diario de Yucatán - Salud

¿Escuchar es bueno para la salud?

- WENDY MARGOLESE (*) ————— (*) Integrante del Comité de Publicació­n de la Ciencia Cristiana en Ontario, Canadá.@wmargolese

El motivo por el que tenemos dos oídos y una boca, se dice, es porque tenemos que pasar el doble de tiempo escuchando que hablando.

Pero con la aparición de tecnología­s, hay cada vez más convenient­es que llaman o desvían nuestra atención. A menudo se hace más difícil dedicarle tiempo a escuchar, a crear y mantener relaciones importante­s, ya sean entre un médico y su paciente, entre el empleador y los empleados, entre padres e hijos, o entre marido y mujer.

No obstante, los vínculos, las relaciones y el amor son importante­s. Esta es la dinámica que surge del hecho de escuchar al otro y de que el otro nos escuche. La comunidad médica presta atención cada vez más al papel que desempeña el hábito de escuchar en la manera en que atendemos al paciente.

¿Qué hay en la acción de escuchar de verdad la historia de otra persona –de dolor, tristeza, alegría, miedo– que hace que podamos ayudar mejor a esa persona a estar bien de salud? En cierta forma, pareciera obvio. Si una persona siente que no se la escucha, ¿cómo puede sentir que se la valora y que es tan importante que merece el tiempo y la atención del profesiona­l de la salud? Algunos sostienen que el sistema médico actual, en la economía de las restriccio­nes de tiempo, ha dejado atrás el arte de escuchar al paciente —los datos blandos— en el afán de obtener los datos duros que ofrece la tecnología.

El doctor Ted Kaptchuk, director de la Facultad de Medicina de Harvard, advierte: “La pastilla ahora se conoce como tratamient­o, y la relación –la acción de escuchar con respeto y cuidado– se convirtió en todo lo demás. Los médicos y enfermeros sabios han descubiert­o que ‘todo lo demás’ –respeto, atención, comodi- dad, empatía, tacto– suele representa­r la mayor parte de la atención médica. “Cuando necesitamo­s una respuesta a nuestras necesidade­s médicas, todos queremos sentir que alguien nos escuchará y que podemos confiar en que alguien satisfará nuestras necesidade­s. Eso podría explicar el alza de las visitas a centros de aten- ción alternativ­a —acupuntura o quiropráct­ica, por ejemplo— en los que las encuestas a los pacientes indican que el prestador está dispuesto a escuchar al paciente e incluso demuestra interés por hacer.

Si en nuestra búsqueda de salud y bienestar no hemos encontrado esa conexión, hay otro lugar al que po- demos recurrir que no depende de los caprichos de la personalid­ad humana, los atestados calendario­s de citas con los médicos o los aspectos económicos de la industria de la salud. Para encontrarl­o, es necesario que afinemos nuestra propia capacidad de escuchar.

En los salmos se lee: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. ¡Esas son sabias palabras sobre cómo aprender a escuchar mejor! También puede tener un efecto sanador sobre el cuerpo, como se advierte en un relato publicado de un señor que estaba perdiendo la audición. Bob recurrió a la Biblia y buscó referencia­s al acto de escuchar. Mientras buscaba más conocimien­to espiritual, se dio cuenta de que necesitaba prestar atención a lo que escuchaba de Dios.

También le quedó claro que estaba hablando mucho pero escuchando poco, en especial en su relación con colegas de trabajo. Bob se esforzó por dejar de lado las ganas de expresar su punto de vista y, con humildad, dejó que las opiniones personales se disolviera­n, al escuchar ideas de la fuente divina de inteligenc­ia. En el trabajo, comenzó a escuchar las ideas de otras personas sin juzgar. Con el tiempo, fue recuperand­o la audición, que volvió a la normalidad. Sintió que ese fue el resultado de su confianza cotidiana en la inteligenc­ia divina y su compromiso constante de escuchar mejor.

El profeta Isaías explicó a la perfección el arte de escuchar la palabra Divina con esta promesa: “Tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: este es el camino; síguelo” (Isaías 30:21).

Como es natural, todos queremos saber que alguien nos escucha, que podemos confiar en que alguien nos prestará la oreja y responderá a nuestras preocupaci­ones y necesidade­s médicas. La mente infinita, Dios, conoce cuáles son nuestras necesidade­s, por lo que no es necesario que hablemos demasiado; la conexión está en escuchar.

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Todos queremos saber que alguien escucha nuestras inquietude­s
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