Un mecanismo expuesto
No cabe duda que la naturaleza es una maravilla: configuró las plantas, los animales y al ser humano a la perfección. No puede esto haber sido creado más que por una fuerza divina, magnánima y, exacta.
La célula, la unidad funcional de los organismos, trabaja como si fuera un organismo más. Si al humano nos referimos, nuestro cuerpo, está conformado por una gran cantidad de tejidos que cuando se disponen de cierta manera, forman órganos y, el conjunto de órganos, compone nuestro incomparable cuerpo.
Esto es como una gran civilización donde cada edificio y habitante, cumple con un cometido, salvo con una diferencia: la perfección. Si miramos hasta lo más micrométrico medible, esto es, hasta la infinitésima parte de nuestro cuerpo, encontramos a las células, las moléculas y los átomos que las confor man.
Hacer un viaje por allí, es en verdad fantástico; tanto como viajar entre las estrellas o aventurarnos en las profundidades marinas; maravilloso. El trabajo que cada una de nuestras células desarrolla, es único, pero entra en coordinación con las contiguas para ejercer una función comunitaria; es decir, existe una verdadera comunicación entre ellas; se hablan. Parecerá una figuración, una fantasía o incluso una aberración mental, pero no cabe duda que entre las células, cercanas o a distancia, hay un evidente lenguaje. Ello, nos permite existir.
“Mando supremo”
Todas las células tienen sus propios mecanismos de alimentación, desecho, producción y protección. El mando supremo, se lleva en el núcleo, donde además, existe el ADN que les permitirá tener la capacidad de reproducirse.
El oído humano, sigue esta línea y así, el oído externo (oreja y conducto) y oído medio (caja del tímpano con todo y huesecillos), están configurados por tejido cartilaginoso, epitelial (piel), óseo (huesos), muscular (músculos), colágeno (vasos sanguíneos, tendones y ligamentos), etc.; cada uno de ellos, con un sistema celular específico.
Y, si hablamos del majestuoso oído interno, que no por diminuto deja de ser impresionante y, complejo, la presencia de células nerviosas (neuronas) que se reúnen para formar los hiletes nerviosos y finalmente el nervio auditivo, es increíble de conocer y conceptuar.
Infinitos
Cada una de estas células, que se disponen, tratándose del caracol o cóclea (órgano por excelencia de nuestra audición), en tres hileras, presentan en su superficie un número infinito de vellosidades (cilios) que al moverse, estimulan a la célula nerviosa, partiendo así el impulso nervioso (eléctrico) que llegará al cerebro para que después de un complejo mecanismo de codificación y discriminación, lo identifiquemos como un sonido.
Lamentablemente, no pensamos en todo esto, cuando exponemos a nuestros oídos a infecciones, traumatismos o particularmente al ruido.