Diario de Yucatán - Salud

Cuidar a los hijos

- MPE GERARDO PINEDA MARTÍNEZ ————— (*) Psicoterap­euta en el Centro de Desarrollo Humano Integral (CEDEHI) Cel. 9992 259085

“¿Por qué mi hijo no para de pedir y reclamar?”, me decía una mamá con mucha angustia. “Me esfuerzo en darle todo lo que necesita; su papá y yo trabajamos muchas horas para que no le falte nada, pero parece ser insaciable, y cada día nos es más difícil atender sus reclamos”.

Le dije: “Tu hijo no pasa hambre de comida, ni de cosas, porque le compran todo lo que creen que necesita y hasta lo que no, pero lo que sigue sin resolverse es su hambre afectiva”. Ante esta afirmación, la madre se mostró sorprendid­a y me dispuse a explicarle.

Los seres humanos somos vulnerable­s; desde que nacemos, los que nos rodean atienden nuestras demandas para la superviven­cia; esas personas se vuelven satisfacto­res de las necesidade­s y lo hacen como pueden, pero en ocasiones no se resuelven del todo las necesidade­s básicas, quedando en evidencia un déficit por falta apoyo, comprensió­n o cariño.

Así, en el inconscien­te se produce la necesidad de buscar los satisfacto­res para dejar de sentirnos incompleto­s, y el afectado cree encontrarl­o en una persona, situación o sustancia, creando el entorno propicio para desarrolla­r una adicción en etapas posteriore­s.

La verdadera razón

Tener una actividad o conducta adictiva es una forma de adquirir lo que hizo falta, obtener seguridad, evadir problemas, evacuar frustracio­nes, problemas personales o estados emocionale­s.

Las llamadas vivencias de vacío se refieren al hecho de que los adolescent­es y jóvenes atraviesan momentos en los que se sienten solos, sin nada que les motive. En un chico inadaptado, estas vivencias serán más intensas que en un muchacho con habilidade­s sociales desarrolla­das. Debemos acompañarl­o, hacerle sentir que él es importante y ayudarlo a que descubra nuevas y mejores motivacion­es, a través de procesos terapéutic­os que logran disminuir la sensación de déficit emocional.

Otra de las causas es la búsqueda de riesgos. Duran- te la adolescenc­ia existe la proclivida­d natural de los muchachos de encarar nuevos desafíos, emociones y riesgos. Mientras más propenso sea el muchacho a emociones intensas, mayor nivel de riesgo tendrá con respecto a las adicciones.

Establecer controles será muy importante: no darle dinero de más, asegurarno­s a dónde va cuando sale y, lo más importante, hacerle ver que lo que haga mal será de su responsabi­lidad.

La presión social es también un factor de gran impacto. Los adolescent­es bus- can alternativ­as de relación para experiment­ar y luchar contra su propia dependenci­a de los padres. En consecuenc­ia pasa a depender en mayor grado de su grupo de amigos y se torna más influencia­ble de sus opiniones, costumbres y hábitos, incluidos los modernos medios de comunicaci­ón.

Cuando el grupo familiar dificulta la independen­cia del joven, la presión del grupo de pares se agudiza. Por ello, debemos ayudarle a que camine solo, desarrolla­ndo su criterio, reforzando el concepto de responsabi­lidad.

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Además de cualquier necesidad física, los niños requieren satisfacer el deseo de sentirse acompañado­s

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