Cuidar a los hijos
“¿Por qué mi hijo no para de pedir y reclamar?”, me decía una mamá con mucha angustia. “Me esfuerzo en darle todo lo que necesita; su papá y yo trabajamos muchas horas para que no le falte nada, pero parece ser insaciable, y cada día nos es más difícil atender sus reclamos”.
Le dije: “Tu hijo no pasa hambre de comida, ni de cosas, porque le compran todo lo que creen que necesita y hasta lo que no, pero lo que sigue sin resolverse es su hambre afectiva”. Ante esta afirmación, la madre se mostró sorprendida y me dispuse a explicarle.
Los seres humanos somos vulnerables; desde que nacemos, los que nos rodean atienden nuestras demandas para la supervivencia; esas personas se vuelven satisfactores de las necesidades y lo hacen como pueden, pero en ocasiones no se resuelven del todo las necesidades básicas, quedando en evidencia un déficit por falta apoyo, comprensión o cariño.
Así, en el inconsciente se produce la necesidad de buscar los satisfactores para dejar de sentirnos incompletos, y el afectado cree encontrarlo en una persona, situación o sustancia, creando el entorno propicio para desarrollar una adicción en etapas posteriores.
La verdadera razón
Tener una actividad o conducta adictiva es una forma de adquirir lo que hizo falta, obtener seguridad, evadir problemas, evacuar frustraciones, problemas personales o estados emocionales.
Las llamadas vivencias de vacío se refieren al hecho de que los adolescentes y jóvenes atraviesan momentos en los que se sienten solos, sin nada que les motive. En un chico inadaptado, estas vivencias serán más intensas que en un muchacho con habilidades sociales desarrolladas. Debemos acompañarlo, hacerle sentir que él es importante y ayudarlo a que descubra nuevas y mejores motivaciones, a través de procesos terapéuticos que logran disminuir la sensación de déficit emocional.
Otra de las causas es la búsqueda de riesgos. Duran- te la adolescencia existe la proclividad natural de los muchachos de encarar nuevos desafíos, emociones y riesgos. Mientras más propenso sea el muchacho a emociones intensas, mayor nivel de riesgo tendrá con respecto a las adicciones.
Establecer controles será muy importante: no darle dinero de más, asegurarnos a dónde va cuando sale y, lo más importante, hacerle ver que lo que haga mal será de su responsabilidad.
La presión social es también un factor de gran impacto. Los adolescentes bus- can alternativas de relación para experimentar y luchar contra su propia dependencia de los padres. En consecuencia pasa a depender en mayor grado de su grupo de amigos y se torna más influenciable de sus opiniones, costumbres y hábitos, incluidos los modernos medios de comunicación.
Cuando el grupo familiar dificulta la independencia del joven, la presión del grupo de pares se agudiza. Por ello, debemos ayudarle a que camine solo, desarrollando su criterio, reforzando el concepto de responsabilidad.