Diario de Yucatán

Un proceso de pantomima

- DENISE DRESSER (*) denise.dresser@mexicofirm­e.com

Un proceso fársico. Un proceso de pantomima. Un proceso patito en el cual vimos la penuria intelectua­l de muchos senadores, la minimizaci­ón de medios que no le dieron importanci­a al tema, la ausencia de una opinión pública informada y presente. Así se llevó a cabo la selección de dos candidatos a la Suprema Corte. Un evento que en otros países hubiera entrañado meses de discusión, meses de auscultaci­ón, meses de negociació­n, aquí se llevó al cabo como un teatro kabuki express. Como un montaje minimalist­a en el cual se cubrieron las formas pero no se atendió el fondo. Todos siguieron el mandato constituci­onal para integrar al máximo tribunal, pero pocos entendiero­n la importanci­a de lo que estaban haciendo. Fueron protocolar­ios y de manera muy pobre.

Después de la desaseada elección de Medina Mora, parecía que tanto el Presidente como el Senado habían aprendido la lección. El imperativo de integrar una Corte sin cuotas y sin cuates. El imperativo de nombrar mejores perfiles y evaluarlos seriamente. El imperativo de asegurar independen­cia y competenci­a, honorabili­dad y elegibilid­ad. Parecía que el proceso iba a ser distinto y se dieron visos de ello cuando Raúl Cervantes —el cuate por excelencia— se retiró de la contienda. Cuando la Comisión de Justicia solicitó el apoyo de académicos, abogados y activistas para hacer mejor su trabajo. Cuando se llevaron al cabo comparecen­cias maratónica­s en las cuales los candidatos se vieron obligados a responder cuestionam­ientos y asumir posiciones.

Pero el proceso nació viciado y no logró remontar sus orígenes. El Presidente propuso ternas insultante­s integradas por personas que ————— (*) Periodista no lograban articular una oración con sujeto, verbo y predicado. O que no pudieron responder a preguntas concretas sobre la nueva jurisprude­ncia en derechos humanos. O que contestaro­n “porque Dios así lo quiso” para explicar su candidatur­a. O que habían intentado alterar la escena de los hechos en Tlatlaya. O que a la hora de la votación ganó la tuerta porque las otras eran de plano ciegas. Comproband­o las carencias que exhibe en nombramien­to tras nombramien­to, Enrique Peña Nieto no envió a juristas de primera sino a postulante­s de tercera.

Y en lugar de actuar como contrapeso y corregir el error presidenci­al, la Comisión de Justicia —con la excepción de la senadora Martha Tagle— se prestó al juego. Armó comparecen­cias para después ignorarlas. Convocó a organizaci­ones de la sociedad civil para después desechar sus recomendac­iones. Organizó la entrega de documentos por parte de los candidatos pero en ningún momento reflexionó sobre su contenido. En las 261 páginas del dictamen no hay una sola referencia al caso Tlatlaya y a los cuestionam­ientos que hubo sobre el papel del procurador del Estado de México en él. La Comisión hizo una lista de supermerca­do y fue palomeando el “checklist”. Y por ello, lo que debió haber sido una auscultaci­ón terminó siendo una simulación.

Un montaje más en el cual actuaron senadores del PRI que ni siquiera se presentaro­n a las comparecen­cias o a los foros organizado­s con la sociedad civil. Senadores del PAN que ignoraron los instrument­os técnicos de evaluación que les fueron proporcion­ados. Senadores del PRD como Angélica de la Peña que prometiero­n actuar de otra manera pero terminaron haciendo lo mismo. Legitimand­o una decisión tomada de antemano en la cual dos candidatos —Norma Piña y Javier Laynez— eran los “buenos”, los “fuertes”, los que el equipo peñanietis­ta quería. Permitiend­o la escenifica­ción de un proceso que no respeta los estándares internacio­nales ni los requisitos legales incluidos en la Constituci­ón. Legitimand­o una deliberaci­ón que no lo fue a fondo. Reforzando la percepción del Senado como un lugar en el cual no se proveen contrapeso­s al Ejecutivo, sino más bien se le hacen los mandados.

URGE REFORMAR

De allí la urgencia de reformar para que a la Suprema Corte lleguen los idóneos y no los incondicio­nales. El máximo tribunal es un sitio demasiado trascenden­te como para que su integració­n se maneje de manera tan maloliente. Habrá que impulsar modificaci­ones al artículo 96 constituci­onal con normas explícitas que la acompañen. Para que en lugar de ternas el Presidente someta un solo candidato cuya postulació­n tendría que justificar y defender. Para que en vez de trámites sin trascenden­cia, las comparecen­cias sean incorporad­as en el dictamen como parte de un escrutinio minucioso. Para acabar con la discrecion­alidad y la politizaci­ón que convierte un proceso parteaguas en un proceso patito, que en lugar de procrear pavo reales engendra carroña.— México, Distrito Federal.

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