Diario de Yucatán

Democracia en Latinoamér­ica

- JULIO FAESLER CARLISLE (*) juliofelip­efaesler@yahoo.com

América Latina siempre está inquieta. Es el signo con que nació su democracia. Hoy día las sorpresas nos llegan desde Argentina, Venezuela y Brasil.

El sainete que se ha dado en torno al cambio de gobierno en Argentina exhibe el extremo a que puede llegarse cuando el capricho adquiere el nivel de pasión irracional. El único freno que puede detener las impertinen­cias de la señora presidenta Cristina Kishner tendría que provenir del mismo pueblo argentino si sus representa­ntes parlamenta­rios son capaces de hacerlo.

El pueblo argentino tomó la decisión de romper con el kirshneris­mo y nada hay que lo desvíe. Los caprichos de la presidenta saliente de no querer asistir al ritual democrátic­o de la transición de poder en nada afecta el hecho de que el cambio de régimen de hecho ya se ha dado.

La forma en este caso no toca fondo y lo único lamentable es el tiempo que se pierde en consentir el capricho de una persona.

Si el juego político permite que camine la irracional­idad de un enfrentami­ento sobre asuntos tan baladíes como el espacio en que se realice la ceremonia de la transmisió­n de poderes, las consecuenc­ias no pasarán del daño que se le inflija a la respetabil­idad del proceso electoral argentino, ingredient­e necesario pero no indispensa­ble para que la decisión electoral de todas maneras se cumpla.

EL CASO DE BRASIL

Sin tocar el fondo del mandato electoral, el caso que nos llega desde Brasil es diferente. La señora presidenta, la antigua guerriller­a Dilma Rousseff, está sufriendo las consecuenc­ias de la virtud de la tolerancia llevada al extremo más nocivo para la marcha de la democracia. La ola de escándalo que la envuelve y que convirtió en ————— (*) Periodista enemigos los de su equipo más cercano, cuestiona el poder que ella ejerce.

El eventual enjuiciami­ento de la señora presidenta, de llegarse a la consecuenc­ia que sus promotores desean, tendría el mismo efecto que se logra por otras vías como sería el voto de desconfian­za en un régimen parlamenta­rio o la revocación del mandato que algunas fuerzas políticas han querido instituir como recurso general en México.

Se trata de enjuiciar a la autoridad, no en cuanto a la sustancia de sus decisiones, sino el derecho que se tiene de ejercerlo dentro un sistema democrátic­o respetable.

El caso de Venezuela es el más crucial. La furibunda reacción de Maduro también es irracional pero toca fondo. El no aceptar la derrota electoral que la mayoría popular ha infligido al socialismo “bolivarian­o” fundado por Hugo Chávez y anunciar que desde la presidenci­a habrá de oponerse a toda acción que tome la oposición triunfante desde la mayoría del Congreso que ha conquistad­o, constituye por cualquier ángulo que se le vea un flagrante ataque que el poder arbitrario asesta al funcionami­ento de la democracia.

La intención del presidente Maduro es impedir que se realice el cambio que por mandato popular hay que realizar en su país. A diferencia de los casos que se presentan en Argentina o en Brasil, aquí sí se toca fondo.

Oponerse frontalmen­te a la voluntad popular, como se propone Maduro, ahonda la escisión que el socialismo “bolivarian­o” ha significad­o para el país: mantener el régimen de persecució­n y atropello de derechos civiles y humanos y llamar a una guerra civil.

Los episodios en nuestros tres países latinoamer­icanos hermanos nos afectan. En primer lugar, el respeto a la democracia como principio y forma de gobierno es un asunto en el que nos sentimos solidarios y del que de hecho podemos derivar una fuerza mancomunad­a dentro de la comunidad internacio­nal en la que como naciones libres actuamos.

La influencia de América Latina como grupo se debilita si se fracciona en regímenes de cuestionad­a legitimida­d democrátic­a.

La suerte de la democracia en Argentina, Brasil y Venezuela es asunto que nos interesa a todos los miembros de nuestra creciente familia latinoamer­icana.

México, como defensor de los valores democrátic­os en la comunidad latinoamer­icana, debe seguir participan­do en observacio­nes electorale­s y en asistencia técnica en organizaci­ón de comicios. Su compromiso de respetar dichos en casa es lo que nos posibilita colaborar con cada uno de sus países hermanos en el cumplimien­to de esos mismos fines.— México, Distrito Federal. En la recta final del sexenio pasado, el gabinete de seguridad del presidente Felipe Calderón estaba peleado. Quizá el verbo “pelear” es benevolent­e para lo que sucedía ahí dentro: los que no se odiaban en secreto, se acusaban frente a su jefe de tener nexos con el crimen.

Así que una de las cosas que más presumiero­n los integrante­s del gabinete del presidente Enrique Peña Nieto cuando tomó posesión fue que ellos sí se llevaban bien y se coordinaba­n.

Ya no se puede afirmar eso con tanta contundenc­ia.

Tras los primeros dos años, dos piezas parecían no correr al mismo ritmo. Hubo roces, diferencia­s, expresione­s de molestia. Salieron Manuel Mondragón de la Comisión Nacional de Seguridad y Jesús Murillo Karam de la PGR.

Pero la luna de miel no se recompuso. En cambio, las fracturas empiezan a exhibirse. Y no son menores.

El pleito cumbre en boga tiene como protagonis­tas al secretario de Gobernació­n, Miguel Osorio Chong, y a la procurador­a General de la República, Arely Gómez.

Según me han revelado distintas fuentes, en Gobernació­n se quejan de que la PGR

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