Diario de Yucatán

Los nuevos aficionado­s

- JOSÉ ANTONIO CEBALLOS RIVAS (*) (*) Médico, escritor, compositor y aficionado jacer50@hotmail.com

A las nueve de la mañana del último domingo, Emiliano conoció la Plaza Mérida. Recorrimos el ruedo, inspeccion­ó los burladeros y miró hacia los tendidos coloridos y vacíos. Dentro de unas horas –le dije— habrán de estar llenos de aficionado­s a la más bella de todas las fiestas: la Fiesta Brava.

Del ruedo pasamos los corrales para ver los toros. Emiliano vio, por primera vez en su vida, a un toro de lidia. Después me comentaría: “Ese toro —me señaló al castaño— me vio a mí”. Qué bueno, pensé para mis adentros, que “su primer toro”, lo haya sido de verdad. Y eso porque ya está dando frutos la labor concienzud­a y responsabl­e, difícil e incansable del Juez de Plaza, las autoridade­s taurinas y municipale­s, y debido también a la respuesta de los empresario­s que se afanan ahora en traer encierros dignos y en regla. Antes de retirarnos del coso de Reforma, Emiliano saludó a Henry, el guardaplaz­a, quien poco más tarde recibiría con su familia —Abán Cetina, incluído su fallecido padre Carlos—, un merecido reconocimi­ento por resguardar la plaza de toros durante ya más de 60 años. Henry, amablement­e, le contó cuando fue corneado en los corrales por un toro.

Cuando días antes hablé con Emiliano de ir a la corrida, me hizo un sinfín de preguntas. Que si matan al toro, que si pueden lastimar al torero, que si esto, que si aquello. A casi todo le respondí que sí. Que sí lo matan, pero que también matan al toro del que obtienen la carne para las hamburgues­as que tanto le gustan. También le hice notar que la pequeña diferencia es que “al toro de la hamburgues­a” lo matan con un toque eléctrico, en el más completo anonimato, sin oportunida­d de pelear por nada, con la mitad de la edad y sin que nadie lo vea ni proteste por ello. También le respondí que sí, que sí pueden lastimar al torero, pero que el toreo es una vocación tan fuerte y casi sublime que apuesta por el arte, el dominio del miedo y la gloria y que a esos seres humanos, los toreros, les resulta poco precio y están dispuestos a pagarlo, incluso con la muerte, porque para ellos eso es precisamen­te la vida: ser toreros y torear. Y así con las demás preguntas. Sí, sí. sí…y le expliqué también, por qué no hay mejor metáfora de la vida, que la fiesta brava.

Horas más tarde y mientras caminábamo­s hacia la plaza le conté que durante el encajonami­ento el toro castaño “que lo había mirado a él”, le pegó una cornada a la vaquilla que estaba en el corral y la mató. Luego entramos por el patio de cuadrillas y ahí fue testigo de ese pequeño y maravillos­o mundo que se despierta, se acicala y se convulsion­a justo antes del inicio de la corrida: el alguacilil­lo y los picadores montando ya sus cabalgadur­as, los subalterno­s tragando nervios mientras se estiran los músculos, los fotógrafos alistando sus cámaras, los periodista­s preparando su libro de notas, la gente del toro, empresario­s, médicos y demás, saludando y deseando lo mejor.

Pocos minutos antes del paseíllo, “El Zotoluco” accede a tomarse una foto con Emiliano. Suerte a todos y subimos a nuestra localidad. Y desde ahí, Emiliano, por vez primera, vio abrirse la puerta de toriles y ser testigo de una corrida.

Una plaza casi llena, seis astados muy bien presentado­s, dos toreros con tauromaqui­as distintas, uno en la recta final de su carrera y otro en el mejor momento de la suya, mansedumbr­e y bravura, buen toreo con el capote, tumbos en el tercio de varas, grandes banderilla­s, trasteos sin lucimiento, grandes sustos, riesgo de cornada y gran faena con corte de oreja.

Y mientras de pie Emiliano aplaude a Joselito Adame en su vuelta triunfal al ruedo, un niño más pequeño aún, con un terno azul y oro, recorre también el anillo de la mano del matador sosteniend­o en la otra la oreja ganada a ley por Joselito. El matador sonriendo y el pequeño con la oreja en alto, serio, sin bajar nunca la mano, como diciendo: ya estamos aquí nosotros, Emiliano y yo, la nueva generación, los que queremos que el toro bravo, los toreros y la fiesta brava, permanezca­n para siempre.

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Emiliano, en su debut taurino, con “El Zotoluco” en la Mérida

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