“De todos los malos, pues a mí (‘El Chapo’) no se me hace tan malo”.
No se arrepiente, pero admite un futuro incierto
IGUALA (AP).— Dice que “desapareció” por primera vez a un hombre a los 20. Nueve años después, agrega, ha eliminado a 30 personas, quizá a tres de ellas por error. A veces siente remordimiento por el trabajo que hace, pero no se arrepiente porque cree que ofrece una especie de servicio público al defender a su comunidad de gente de fuera. Las cosas, dice, serían mucho peores si sus rivales tomaran el control.
“Muchas veces tu pueblo, tu ciudad, tu colonia está siendo invadida por gente que tú crees que va a perjudicar a tu familia, a tu pueblo, a tu sociedad”, expresa. “Y pues tienes que actuar, porque el gobierno no va a venir a ayudarte”.
Tiene 29 años y opera en la Costa Grande de Guerrero.
Esta es la historia un hombre que secuestra, tortura y mata para un grupo del narcotráfico. Su relato refleja lo relatado por sobrevivientes y familiares de víctimas, y parece confirmar sus peores temores: varios, si no la mayoría de los desaparecidos, nunca regresarán a casa.
“¿Has desaparecido personas?”, se le pregunta.
“Sí”, responde sin vacilar, sentado en una silla blanca de plástico.
En México y otros lugares donde los secuestros son comunes, la palabra “desaparecido” es un verbo y un adjetivo usado para describir la situación de quien no se sabe dónde está. Pero en el lenguaje del crimen organizado, desaparecer significa secuestrar a una persona, torturarla, matarla y poner su cuerpo en un lugar donde nadie lo encontrará.
Hasta ahora, dice el hombre, no se han encontrado los restos de ninguna de las personas que “desapareció” en la última década.
Por meses la agencia The Associated Press se acercó a fuentes ligadas con jefes de grupos del narcotráfico en Guerrero en busca de entrevistar a alguno de sus miembros que hubiera asesinado personas.
Al final, algunos de esos jefes decidieron que fuera este hombre de 29 años, pero con algunas condiciones: no identificar su nombre, el del grupo o la comunidad donde se realizaría la entrevista. El hombre hablaría frente a una cámara de televisión, con el rostro cubierto por un pasamontañas y su voz sería distorsionada. Uno de sus jefes estaría presente.
Vestido con pantalón de mezclilla, una camiseta deportiva tipo militar, aparentaba menos de los 29 años que dijo tener. Llamaba sobre todo la atención el escudo de la gorra que llevaba puesta: al centro el rostro del mayor narcotraficante fugado por segunda vez de un penal de máxima seguridad; arriba de la imagen, el sobrenombre “El Chapo”, y abajo “Guzmán”, y a los lados, “Reo” y el número “3578”.
Sobre Joaquín “El Chapo” Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, diría al final: “De todos los malos, pues a mí no se me hace tan malo”.
El asesino, quien no trabaja para Guzmán, asegura que él tiene límites: no lastimar a niños o mujeres. Pertenece a uno de los grupos del narcotráfico que opera en Guerrero y, aunque mata y “desaparece” gente, no se considera un sicario, tampoco un narcotraficante.
Admite que su actuar está fuera de la ley y que si es detenido será castigado, pero él se ve como un protector del pueblo ante las amenazas de grupos rivales.
Llevaba una bolsa cruzada sobre el pecho de la cual sobresalían un par de radios tácticos y algunos celulares, uno de ellos conectado a su oído con un auricular. Por momentos sonaban los teléfonos y se le oía dar órdenes. “Muévanse”, “espérense ahí”, decía. Minutos antes de comenzar la entrevista dejó todo a un lado. Se enfundó el pasamontañas azul y la gorra encima.
Principales motivos
Los principales motivos para desaparecer a alguien son el pertenecer o dar información a “un grupo enemigo”. También el considerar que una persona es un riesgo para su seguridad o la de las personas a las que aprecia, puede traducirse en una desaparición.
Para torturar a alguien no tuvo ninguna preparación. Todo lo aprendió en la práctica. “Con el tiempo va adquiriendo uno conocimiento de cómo lastimar a una persona para sacar la información que a uno le pueda servir”, explica.
Sólo terminó la primaria, y aunque le hubiera gustado seguir estudiando, cuando era chico no había ninguna secundaria en su pueblo.
“Me gustaría haber aprendido idiomas... conocer lugares o países, eso me gustaba mucho”, dice.
Algunos en su circunstancia utilizan drogas, pero él asegura que no:
“Cuando una persona está drogada no es quien realmente es, pierdes el control de tu juicio, de todo”.
Señala que nadie lo forzó a incorporarse al grupo. Sus padres y sus hermanos no saben lo que hace, pero cree que lo imaginan porque suele ir armado. Usa una pistola .38 súper y un “cuerno de chivo” o fusil AK-47.
No está casado ni tiene hijos. Aunque le gustaría tener una familia propia, sabe que su futuro es incierto.
“No veo nada”, dice acerca de sus planes. “Yo creo que no puedo hacer planes a futuro, porque no sé qué pueda pasar mañana. No es una vida bonita”, añade.