Lo imposible, posible
“Lo difícil lo haré ahora mismo. Lo imposible tomará un poco de tiempo”, cantaba Billie Holiday, con una voz rasposa, singular. Escuchándola viene a la mente el binomio de dificultad e imposibilidad, al mirar a México en estos tiempos aciagos. Tiempos de malas nuevas, malas cifras, malas noticias. Tiempos de obstáculos que parecen infranqueables y políticos que parecen inamovibles. Ante ellos la duda perenne de imaginar algo mejor, en una cultura entrenada para abrazar el cinismo, regodearse en la victimización, justificar la parálisis. Cuando ya demasiados concluyen que la corrupción es imbatible, la rendición de cuentas es impensable, la democracia es un sueño perdido, fútil. Cuando parece que hemos tratado todo —las marchas, los mítines, las manifestaciones— y eso resulta insuficiente. Ayotzinapa sin justicia. Apatzingán sin verdad. La Casa Blanca sin consecuencias. Carmen Aristegui sin regresar al aire.
“MOVER A MÉXICO”
Hoy, cuando la frase “Mover a México” produce sorna en vez de expectativas. Tasas de homicidio al alza. Tasas de crecimiento a la baja. Un peso que cada vez vale menos y una corrupción que cada vez cuesta más. Un INE que ha perdido su lustre y un Partido Verde que ha contribuido a enlodarlo. Un año de escándalos e infortunios acumulados. He allí la larga letanía de nuestras desventuras, de nuestras catástrofes, de nuestras calamidades cotidianas. En Guerrero, en Veracruz, en Tamaulipas, en Michoacán, en el Estado de México. Ante lo que ocurre por todas partes, las preguntas que muchos mexicanos se hacen, nos hacemos, resurgen: ¿Cómo mantener la fuerza, la visión, el valor para persistir ante el PRI atrincherado, el PAN enmohecido, el PRD manchado, Morena anquilosado? ¿Cómo apelar a quienes sólo se sientan ————— (*) Periodista a obedecer al sacerdote, al maestro, al político corrupto, al Presidente, a su propio miedo? ¿Vale la pena seguir haciendo el PaseDeListadel1al43 noche tras noche? ¿Vale la pena seguir exigiendo, denunciando, arriesgando, actuando, insistiendo? ¿Importa?
La respuesta inequívoca, resonante e incuestionable es “sí”. Porque la esperanza política no se trata de certidumbre. Se trata de entender que nuestras acciones trascienden: que hay que seguir creyendo a pesar de la evidencia, y después ver cómo la evidencia cambia. Allí está el padre Solalinde —y tantos más como él— enseñando eso todos los días. Multiplicando la valentía, contagiando el coraje, demostrando que la esperanza no es un pronóstico sino una orientación del corazón, como lo escribiera Havel. Una orientación que lleva a ver que la piedra de Sísifo puede ser empujada, quizás no a la punta de la montaña pero sí a alguna meseta.
ALGUNOS AVANCES
Alcanzamos algunas este año con las candidaturas independientes y el matrimonio gay y la evaluación docente y la movilización contra el Corredor Cultural Chapultepec y la renuncia de Arturo Escobar y el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes sobre Ayotzinapa. Unos pasos grandes, otros pequeños, todos milagrosos. El resultado de voluntades sumadas, de activistas anónimos, de acciones morales acumuladas que llevan a la caída de “verdades históricas” aparentemente incuestionables. El resultado que producen aquellos para quienes la palabra “apatía” no forma parte de su vocabulario. El resultado de la capacidad para reinventar, reformar, restaurar, recuperar, reconsiderar, reimaginar. Miles de mexicanos trabajando en nombre de desconocidos. En nombre de los migrantes. Los normalistas. Los desaparecidos. Los torturados. Los ausentes.
Y frente a esas lecciones de humanidad, va mi deseo de Año Nuevo para el país. Que sus ciudadanos afortunados abracen las bendiciones colocadas en esa mesa abundante, fragante, luminosa que es México. Que si hay música, bailen. Que si hay comida, coman. Que si hay amigos, conversen y rían y compartan historias. Que si hay causas para defender, se sumen. Esos placeres pequeños pero necesarios que permiten mirar al mal de frente, con la confianza de la batalla imprescindible. Sólo aquellos que han conocido una buena vida pueden apreciar lo que está en juego para quienes no la tienen. Sólo aquellos que se imaginan el México visible y acariciable, pueden valorar lo que se pierde con la degradación diaria de la dignidad. Y la importancia de recuperarla, para tantos. Lo que se gana cuando alguien defiende la verdad y la justicia y la rendición de cuentas. Se gana la “dignidad radical”, bautizada así por Paul Rogat Loeb. Se gana poder pensar —aunque sea por un momento breve, etéreo— que lo imposible es posible. Sólo tomará un poco de tiempo más.— México, Distrito Federal.