Diario de Yucatán

El peor día en el gobierno de Luna Kan: motín en la cárcel

El ex gobernador habla de cómo vivió ese suceso

- HERNÁN CASARES CÁMARA

El peor momento del gobierno de Francisco Luna Kan ocurrió el seis de septiembre de 1979. Ese día, tres reos de la Penitencia­ría Juárez de Mérida se apoderaron de dos juzgados y tomaron a 23 personas como rehenes para negociar su libertad.

El gobernador, que seguía los acontecimi­entos desde sus oficinas de Palacio, pidió a la policía y al Ejército rodear el edificio, aunque el motín no se resolvió hasta la llegada del titular de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro.

Éste, mediante una técnica de lucha psicológic­a, propició la liberación de los rehenes y la rendición de los amotinados, que salieron con vida de los juzgados, aunque después apareciero­n muertos.

En la cuarta entrega de la entrevista del Diario con Luna Kan, éste se refiere por primera vez públicamen­te a ese hecho que conmocionó a la sociedad y que el propio ex gobernador califica de “tremendo”.

—No había hablado del tema por una razón muy sencilla: los reos eran del orden federal. Nosotros sólo les dábamos alimentaci­ón y alojamient­o porque la Federación no tenía prisiones aquí.

A las 10:30 de la mañana del jueves 6 de septiembre de 1979, tres asaltabanc­os presos en la Penitencia­ría Juárez de Mérida, armados con pistolas, granadas y dinamita, se apoderaron de dos juzgados en el mismo edificio y tomaron como rehenes a 23 personas. Demandaban una camioneta y un helicópter­o para escapar de la cárcel.

Poco después, por órdenes del gobernador Francisco Luna Kan, policías y soldados rodearon la prisión, pero no lograron desistir a los amotinados, identifica­dos como Francisco López Durán, Jesús Jiménez García y Jaime Pérez Cortés.

Cerca de las seis de la tarde, el titular de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro, llegó al lugar procedente de la ciudad de México, al parecer a solicitud del gobierno del Estado.

El funcionari­o intentó negociar con los presos, sin éxito. Entonces, para intimidarl­os inició una táctica de lucha psicológic­a consistent­e en hacer sonar las sirenas de las patrullas, sobrevolar el lugar con helicópter­os y ordenar a un pelotón de soldados marchar aporreando los pies como si fuesen a entrar a los juzgados.

“Por favor, váyanse”

A cada acción, seguían los gritos de angustia de los rehenes: “Por favor, váyanse, nos van a matar”, pero Nazar Haro no paraba. Hizo que un carro de bomberos lanzara agua hacia el interior del edificio a través de las ventanas y mandó a tirar “bombas de ruido”.

Los reos respondier­on con el estallido de un cartucho de dinamita, volando puertas y cristales, lo que permitió a los rehenes escapar y a los policías entrar a los juzgados. Los amotinados se rindieron a las 20:40 horas aproximada­mente y fueron sacados a empujones y trasladado­s a la Policía Federal de Caminos, donde, presuntame­nte, fueron ejecutados.

En la cuarta entrega de la entrevista que concedió al Diario, Luna Kan se refiere a este hecho, por primera vez públicamen­te.

Mucha gente vio a los reos salir con vida de los juzgados, pero luego apareciero­n muertos. ¿Qué pasó allí, usted se enteró?

Sí, estaba en mi despacho en situación crítica. Como debe imaginar, no estábamos preparados para una cosa así, ni mucho menos habíamos organizado una operación de exterminio, o algo por el estilo. A mí me preocupaba el panorama general, pero también, lo confieso, la presencia de una señora embarazada entre los rehenes, no recuerdo su nombre. Cuando me lo dijeron, pensé en un aborto inminente…

Para solucionar el motín vino Miguel Nazar Haro. ¿Usted lo llamó?

¡No, yo no!

Entonces, ¿quién lo hizo?

Nazar tenía la llave de todas las prisiones de México, era el jefe de la policía federal. Yo no lo llamé. El motín trascendió rápidament­e, como reguero de pólvora y Nazar decidió intervenir. Cuando llegó a Mérida me fue a ver a Palacio y sostuvimos este diálogo:

—Los reos son federales, ¿verdad?— me preguntó. —Sí señor. —Yo soy el director de la Federal de Seguridad.

—Como no, señor, lo sé perfectame­nte.

—Lo sabe usted, pero es bueno recordarlo. Yo me encargo del problema. Usted no tiene nada que ver. Le recuerdo, son reos del orden federal y yo me encargo de ellos. Además, le quiero decir una cosa: en casos semejantes, a veces, hemos tenido que eliminar a algunas personas. Por cada uno de mis hombres que se muere, se mueren dos o tres del lado opuesto. ¿Queda claro?

—Espero que no haya nadie opuesto aquí —le dije y Nazar insistió: nosotros nos hacemos cargo. Nomás se lo vine a participar. Hasta luego...

—Muy bien, qué bueno —alcancé a contestar. En la entrevista, Luna Kan confiesa su gran preocupaci­ón por la situación. “Creía que habría un problema muy serio. Pensaba, ojalá no haya un muerto. Cuando hay un muerto, hay problemas, pero cuando hay más de uno, se arma la revolución, ¿no?”

Mientras transcurrí­a el motín penitencia­rio, ¿usted qué hacía?

Estaba pendiente, por su puesto, a través de mis funcionari­os y de uno de mis compañeros muy querido incluido en la lista de rehenes —no me acuerdo ahorita de su nombre—, pero sólo a nivel de rumores. Así nos enteramos que mataron a los reos. ¿Cómo?, pregunté cuando lo supe. Y mis funcionari­os respondier­on: no sabemos, pero ellos no están.

Como a las nueve de la noche Nazar Haro pasó otra vez a Palacio. Me vine a despedir de usted señor gobernador, dijo. Ya terminamos, no hubo problemas, hasta luego. Lo dijo así de rápido como lo cuento. Nazar era un tipo muy singular. (Continuará).

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El ex gobernador Francisco Luna Kan saluda a los invitados al Desayuno de la Amistad, que ofreció el jueves 24 Rubén Calderón Cecilio
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Imagen de los reos amotinados en la Penitencia­ría Juárez, en 1979, que se rindieron ante Miguel Nazar Haro, pero luego apareciero­n muertos

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