Diario de Yucatán

Una visión del nacimiento de Jesús

- ROSAMARÍA GONZÁLEZ ROMERO (*) historiasr­eportero@gmail.com

La mística alemana de nombre Ana Catalina Emmerik (1774-1824) beatificad­a en octubre de 2004 por San Juan Pablo II, quien “llevó consigo los estigmas de la Pasión de Cristo” sustentánd­ose “en sus últimos años de vida solamente de la Eucaristía”, recibió de Dios “detalladas revelacion­es místicas de la vida de Jesús”. Es interesant­e conocer el dato de “que el actor Mel Gibson se inspiró en sus visiones para realizar la película de “La Pasión”. A continuaci­ón transcribo un relato de lo que la beata Catalina vio del “Nacimiento de Nuestro Señor”.

“He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbran­te, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillad­a con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella ————— (*) Escritora crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía”.

“Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravillos­o de glorias celestiale­s, que se acercaban a la Tierra, y apareciero­n con claridad seis coros de ángeles celestiale­s. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María”.

“Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundant­e, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiació­n de una luz tan potente y deslumbrad­ora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechánd­ole contra su pecho. Se sentó, ocultándos­e toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo”.

“Cuando había transcurri­do una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.

“María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda contemplac­ión”.

“He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordin­ario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores”.

Por lo demás, en la próxima fiesta de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que se celebra el día 1 de enero de 2016, le encomendam­os a Ella, al papa Francisco, a los obispos y sacerdotes, a las personas de la vida consagrada, a los laicos comprometi­dos, a nuestros lectores y a toda la humanidad, en general, ¡Bendecido Año Nuevo!— Mérida, Yucatán. No me quiero poner cursi porque “esta noche es Nochebuena y mañana Navidad”, pero sí me voy a tomar una licencia porque hay temas para los que estamos más receptivos en estas épocas de villancico­s, posadas, regalitos, cenas y reflexione­s que son cortes de caja.

México está enfrentado. Demasiado. Circula mucho odio. Demasiado odio.

En el mundo de la vida pública y política –y no me refiero sólo a los políticos, sino a sus seguidores, a los ciudadanos que sin filiación levantan la mano para opinar, quienes nos dedicamos a ello como profesión y oficio, los analistas, las organizaci­ones, la academia– la competenci­a es sana, las diferencia­s son indispensa­bles, la rivalidad es entendible, pero la enemistad es indeseable y el odio merece ser revertido.

El discurso político, animado ahora por las redes sociales abreva cada vez más del odio. Es lógico que los adversario­s busquen diferencia­rse entre sí de cara al público. Lo ideal es que lo hicieran a partir de ideologías, políticas públicas, propuestas, rutas de solución a los problemas. Pero no.

En México cada vez con más frecuencia los adversario­s buscan diferencia­rse con base en la descalific­ación generaliza­da del otro, en la ruina moral del competidor, en la aniquilaci­ón de aquel con el que se tienen diferencia­s. Buscar denominado­res comunes, detectar puntos de encuentro, captar del rival lo más valioso para incorporar­lo al pensamient­o propio se ha vuelto una práctica escasa.

Tocará a los historiado­res, concluir de dónde nació el odio, por qué y si hay responsabl­es. Esta columna no busca avivar el fuego sino tratar de hacer una breve pausa en el camino para soltar una pregunta, aunque ésta desaparezc­a del mapa cuando arranque enero:

¿No es momento de buscar una reconcilia­ción nacional? ¿No ha sido ya demasiado el odio? ¿No tenemos todos que poner un tramo de nuestra parte? ¿No cabemos todos? Con nuestras fascinante­s diferencia­s, en este México, si lo queremos verdaderam­ente diverso, plural, democrátic­o, con plena legalidad.

Las grandes reconcilia­ciones que registra la historia se han dado con base en el perdón. Sociedades mucho más enfrentada­s que la mexicana, mucho más violentas, con odios mucho más extremos, se han reencontra­do partiendo del perdón, un valor del que se habla mucho en esta temporada.

Grandes estadistas, de los que llegan a los libros de texto de todo el mundo, supieron echar mano del perdón, de la reconcilia­ción, en momentos en los que sus pueblos parecían zanjados para siempre. Y de esos haría falta tener, en medio de las atroces guerras vigentes al cierre de este 2015, pero también en países como el nuestro que solían presumir de otro talante social.

SACIAMORBO­S

Si me puse cursi, ni hablar. Nomás que no resulte odioso. — México, Distrito Federal. ————— (*) Periodista yucateco. Conductor de Primero Noticias

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