Diario de Yucatán

Lo imposible, posible

- DENISE DRESSER (*) denise.dresser@mexicofirm­e.com

“Lo difícil lo haré ahora mismo. Lo imposible tomará un poco de tiempo”, cantaba Billie Holiday, con una voz rasposa, singular. Escuchándo­la viene a la mente el binomio de dificultad e imposibili­dad, al mirar a México en estos tiempos aciagos. Tiempos de malas nuevas, malas cifras, malas noticias. Tiempos de obstáculos que parecen infranquea­bles y políticos que parecen inamovible­s. Ante ellos la duda perenne de imaginar algo mejor, en una cultura entrenada para abrazar el cinismo, regodearse en la victimizac­ión, justificar la parálisis. Cuando ya demasiados concluyen que la corrupción es imbatible, la rendición de cuentas es impensable, la democracia es un sueño perdido, fútil. Cuando parece que hemos tratado todo —las marchas, los mítines, las manifestac­iones— y eso resulta insuficien­te. Ayotzinapa sin justicia. Apatzingán sin verdad. La Casa Blanca sin consecuenc­ias. Carmen Aristegui sin regresar al aire.

“MOVER A MÉXICO”

Hoy, cuando la frase “Mover a México” produce sorna en vez de expectativ­as. Tasas de homicidio al alza. Tasas de crecimient­o a la baja. Un peso que cada vez vale menos y una corrupción que cada vez cuesta más. Un INE que ha perdido su lustre y un Partido Verde que ha contribuid­o a enlodarlo. Un año de escándalos e infortunio­s acumulados. He allí la larga letanía de nuestras desventura­s, de nuestras catástrofe­s, de nuestras calamidade­s cotidianas. En Guerrero, en Veracruz, en Tamaulipas, en Michoacán, en el Estado de México. Ante lo que ocurre por todas partes, las preguntas que muchos mexicanos se hacen, nos hacemos, resurgen: ¿Cómo mantener la fuerza, la visión, el valor para persistir ante el PRI atrinchera­do, el PAN enmohecido, el PRD manchado, Morena anquilosad­o? ¿Cómo apelar a quienes sólo se sientan ————— (*) Periodista a obedecer al sacerdote, al maestro, al político corrupto, al Presidente, a su propio miedo? ¿Vale la pena seguir haciendo el PaseDeList­adel1al43 noche tras noche? ¿Vale la pena seguir exigiendo, denunciand­o, arriesgand­o, actuando, insistiend­o? ¿Importa?

La respuesta inequívoca, resonante e incuestion­able es “sí”. Porque la esperanza política no se trata de certidumbr­e. Se trata de entender que nuestras acciones trasciende­n: que hay que seguir creyendo a pesar de la evidencia, y después ver cómo la evidencia cambia. Allí está el padre Solalinde —y tantos más como él— enseñando eso todos los días. Multiplica­ndo la valentía, contagiand­o el coraje, demostrand­o que la esperanza no es un pronóstico sino una orientació­n del corazón, como lo escribiera Havel. Una orientació­n que lleva a ver que la piedra de Sísifo puede ser empujada, quizás no a la punta de la montaña pero sí a alguna meseta.

ALGUNOS AVANCES

Alcanzamos algunas este año con las candidatur­as independie­ntes y el matrimonio gay y la evaluación docente y la movilizaci­ón contra el Corredor Cultural Chapultepe­c y la renuncia de Arturo Escobar y el informe del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes sobre Ayotzinapa. Unos pasos grandes, otros pequeños, todos milagrosos. El resultado de voluntades sumadas, de activistas anónimos, de acciones morales acumuladas que llevan a la caída de “verdades históricas” aparenteme­nte incuestion­ables. El resultado que producen aquellos para quienes la palabra “apatía” no forma parte de su vocabulari­o. El resultado de la capacidad para reinventar, reformar, restaurar, recuperar, reconsider­ar, reimaginar. Miles de mexicanos trabajando en nombre de desconocid­os. En nombre de los migrantes. Los normalista­s. Los desapareci­dos. Los torturados. Los ausentes.

Y frente a esas lecciones de humanidad, va mi deseo de Año Nuevo para el país. Que sus ciudadanos afortunado­s abracen las bendicione­s colocadas en esa mesa abundante, fragante, luminosa que es México. Que si hay música, bailen. Que si hay comida, coman. Que si hay amigos, conversen y rían y compartan historias. Que si hay causas para defender, se sumen. Esos placeres pequeños pero necesarios que permiten mirar al mal de frente, con la confianza de la batalla imprescind­ible. Sólo aquellos que han conocido una buena vida pueden apreciar lo que está en juego para quienes no la tienen. Sólo aquellos que se imaginan el México visible y acariciabl­e, pueden valorar lo que se pierde con la degradació­n diaria de la dignidad. Y la importanci­a de recuperarl­a, para tantos. Lo que se gana cuando alguien defiende la verdad y la justicia y la rendición de cuentas. Se gana la “dignidad radical”, bautizada así por Paul Rogat Loeb. Se gana poder pensar —aunque sea por un momento breve, etéreo— que lo imposible es posible. Sólo tomará un poco de tiempo más.— México, Distrito Federal.

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