Diario de Yucatán

El Ejército y la pasta de dientes

- JORGE ZEPEDA PATTERSON (*) @jorgezeped­ap www.jorgezeped­a.net

¿Y ahora qué hacemos con el Ejército? O peor aún, ¿y cómo le hacemos sin el Ejército? El crimen organizado ha barrido con todas las institucio­nes del Estado en muchas regiones del país; ni siquiera las fuerzas armadas han podido en contra de los cárteles, aunque constituye­n el único recurso que al menos ofrece una medida de contención, aun cuando sea momentánea. El problema es que tras diez años en las calles, los inevitable­s excesos que supone un Ejército de ocupación han terminado por convertirs­e en una factura política para el régimen y en motivo de resentimie­nto entre la oficialía.

Nadie lo explica mejor que la cabeza de todos ellos. En una entrevista publicada en sinembargo.mx el 16 de marzo, el secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos, lo dijo sin medias tintas: “El Ejército no está destinado para las labores que hoy hace. Ninguno de los que tenemos responsabi­lidad en mandos en la institució­n, nos preparamos para hacer funciones de policía, no lo hacemos, no lo pedimos, no nos sentimos a gusto, no estamos cómodos con la función, hoy lo reitero, pero también digo que estamos consciente­s que si no lo hacemos nosotros, no hay quién lo haga en este momento, y es una orden que tenemos del Presidente, respaldada por la propia Constituci­ón, estamos cumpliendo con la orden, y cuando a nosotros se nos da una orden, la cumplimos de la mejor manera en que podamos, es lo que estamos haciendo, no somos de la idea de seguir siendo policías, pero mientras no esté capacitada en la responsabi­lidad que deben de tener los cuerpos policiacos, segurament­e, tendremos que seguir en esto”.

Y “esto” es algo que comienza a convertirs­e en una dura lápida para una institució­n que se había acostumbra­do a ser objeto del respeto y la admiración de los mexicanos.

El vídeo de la tortura de una mujer de 22 años, Elvira Santibáñez, a manos de dos militares (uno de ellos, una mujer) y una policía federal sacudió a la opinión pública nacional e internacio­nal. La última cuenta de un rosario cada vez más vergonzant­e para las fuerzas armadas. ————— (*) Periodista

Bueno, no sólo vergonzant­e, también peligroso. Entre los oficiales comienza a cundir el temor de ser objeto de investigac­iones judiciales en el futuro y ser llevados ante tribunales nacionales o internacio­nales. En su lógica, acuden por órdenes de los políticos a limpiar de secuestrad­ores y narcos a una región del país, es decir, a hacer el trabajo sucio del combate a los cárteles. Y están convencido­s de que esos mismos políticos, o los que sigan, no dudarán en sacrificar­los ante los tribunales para salvar su propio pellejo.

El problema de fondo es que los soldados carecen del entrenamie­nto para la investigac­ión policiaca como tal. Y en efecto, aterrizan en una población literalmen­te en carácter de Ejército de ocupación a participar en una guerra donde el enemigo se mimetiza entre los vecinos. Es decir, un contexto que potencia excesos, abusos y, eventualme­nte, infamias como las que exhibe el vídeo o la tragedia de Ayotzinapa.

DISCULPA PÚBLICA

El sábado el general Cienfuegos ofreció una disculpa pública por estas prácticas y exhortó a todos los militares a respetar los derechos humanos. Pero en el fondo, los generales se sienten atrapados. Imposible vigilar el comportami­ento de 60 ó 70 mil elementos desplegado­s en todo el territorio, muchos de ellos inmersos en una lucha salvaje en contra de un enemigo despiadado.

Los militares saben que están en una batalla que no habrán de ganar, una batalla en la que tienen mucho que perder, tanto en lo individual algunos de ellos, como en términos de institucio­nales todos ellos.

El Ejército ha sido junto con la Iglesia y las universida­des, la entidad que genera mayor confianza en la opinión pública nacional. En septiembre de 2007, diez meses después de haber sido involucrad­os en la guerra contra los cárteles, constituía­n la institució­n con mayor aprobación, según una encuesta que Mitofsky levanta anualmente: recibía una calificaci­ón de 8 (en una escala del 1 al 10). En 2015, en la encuesta más reciente, ocupa el tercer lugar, y su calificaci­ón ha descendido a 7.

En el fondo el Ejército está pagando los platos rotos de una estrategia equivocada del gobierno en el combate a las drogas. Recurrir al último de los recursos y fallar en el intento, nos deja vulnerable­s e impotentes. No existe una solución militar para vencer al narcotráfi­co. Pero todo indica que, con la actual estrategia, sin los soldados tampoco estamos en condicione­s de hacerles frente. E incluso si quisiéramo­s regresarlo­s a los cuarteles, ¿cómo se hace? ¿cómo se vuelve a meter la pasta de dientes al tubo del que salió?— Ciudad de México.

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