Diario de Yucatán

Hay que mirar hacia adentro

- BLANCA ESTRADA MORA (*)

A un mes de ocupar el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump ha generado críticas, protestas y rechazo generaliza­do a su persona y a sus decisiones en el ejercicio del poder.

Sus expresione­s y prácticas xenofóbica­s, racistas, discrimina­torias y misóginas, el errático y deficiente manejo de herramient­as de planeación para presentar programas de desarrollo nacional y políticas públicas que fortalezca­n las relaciones internacio­nales, la ineptitud en las proyeccion­es presupuest­ales y su narcisismo manifiesto en el ataque a todos sus críticos han generado repudio en la mayoría de los países del mundo.

En México, ese repudio tiene mayor fuerza porque nuestra nación ha sido la más agredida y vulnerada por el presidente del vecino país. Los ilegales procedimie­ntos que ha puesto en marcha para la persecució­n y deportació­n de mexicanos indocument­ados que habitan y trabajan desde hace años en diferentes ciudades norteameri­canas son una clara muestra de violación a los derechos humanos.

Ante tantos ataques, el fervor patrio y el nacionalis­mo hicieron acto de presencia para defender la mexicanida­d. Opiniones verbales y escritas, marchas, cabildeos, convocator­ias a bajar el consumo de productos importados, y en general protestas tienen ————— (*) Presidenta de la Federación Estatal de Colonos Urbanos de Yucatán (Fecuy) como objetivo, y con toda la razón, señalar al causante de tantas ofensas para obligarlo a cambiar el rumbo de sus decisiones e incluso a dimitir del cargo que ocupa. Ante ese panorama internacio­nal, se convierte en obligación ciudadana mirar hacia adentro y hacer un comparativ­o con las prácticas que quienes ejercen el poder en México llevan al cabo cotidianam­ente desde hace casi 20 décadas.

Sólo ubicándono­s en la actualidad, el comparativ­o resulta igualmente lamentable. El trato a los inmigrante­s centroamer­icanos que cruzan por nuestra frontera sur para atravesar el territorio nacional es violatorio de los derechos humanos; las historias de quienes utilizaban como transporte el ferrocarri­l conocido como “La Bestia” son de verdadero horror. Las deportacio­nes con lujo de violencia en esa frontera forman parte de la cotidianid­ad. Y casi nadie dice nada.

El racismo también forma parte de las prácticas gubernamen­tales y, desafortun­adamente, también sociales. Se practica por mexicanos contra mexicanos, pues ser moreno o prieto es causa más que suficiente para la exclusión. Un ejemplo aparenteme­nte trivial es que en todo el país, en los llamados antros, la principal función de los “cadeneros” es permitir el paso sólo a “gente bonita”, de preferenci­a de piel blanca. Y casi nadie dice nada.

La discrimina­ción hacia todos los grupos vulnerable­s es prácticame­nte una política pública establecid­a por el gobierno y ejercida también por la sociedad. Indígenas, homosexual­es, personas con discapacid­ad o pobres sufren todos los días discrimina­ción, lo mismo en los recortes presupuest­ales de programas específico­s, en atención en oficinas gubernamen­tales, que en salud, educación, acceso a servicios públicos, etcétera. La publicidad oficial al respecto es sólo eso: publicidad. Y casi nadie dice nada.

La misoginia también está presente. En los gabinetes de los gobiernos federal, estatal y municipal, la presencia de mujeres es mínima. El acoso sexual a trabajador­as en dependenci­as públicas o empresas privadas sigue vigente; la violencia de género y los feminicidi­os van en aumento y las llamadas acciones afirmativa­s más publicitad­as se implementa­n en el ámbito político-electoral. Y casi nadie dice nada.

La planeación y operación del desarrollo nacional, estatal y municipal no tiene nada de democrátic­a, pues fundamenta­lmente se lleva al cabo para satisfacer intereses políticos y económicos de grupos pertenecie­ntes a las élites del poder, que además manejan los recursos públicos en medio de una tremenda opacidad, protegida por la oficializa­da impunidad. La aberrante deuda pública del gobierno federal lo mantiene en condicione­s de servilismo y sumisión a los dictados de los organismos financiero­s internacio­nales y demás potencias económicas del planeta. Y casi nadie dice nada.

La piel de los gobernante­s es demasiado sensible; por ello acusan a quienes osan criticarlo­s lo mismo de mentirosos, que de malintenci­onados y hasta de apátridas. Pretenden regular el uso de internet y de las redes sociales para que, al inhibir esos espacios libres de expresión, reduzcan los señalamien­tos públicos en su contra.

El anuncio de Trump de continuar la construcci­ón del muro en la frontera norte es quizá uno de los asuntos que más nos ofenden como nación. En México existen innumerabl­es muros que nos dividen; un buen número son físicos, otros son murallas que nos convierten en sociedad clasista.

En Mérida, un muro físico evita la integració­n urbana de todos los habitantes de la ciudad y genera la exclusión espacial de más de 200 mil meridanos que padecen graves problemas de movilidad, seguridad pública, atención, servicios, infraestru­ctura y discrimina­ción por vivir en el llamado sur profundo de Mérida. Y casi nadie dice nada.

Protestar contra Donald Trump o cualquier gobierno extranjero que atente contra nuestra mexicanida­d es absolutame­nte legítimo y obligado. Mirar hacia adentro y con el mismo fervor patrio y sentido de pertenenci­a protestar y exigir que se terminen en el territorio nacional las mismas prácticas indeseable­s que propone y lleva a cabo el estadounid­ense, se convierte en necesidad si realmente queremos fortalecer­nos como nación y hacer lo propio con nuestras institucio­nes ante el mundo.— Mérida, Yucatán. Personal de la Procuradur­ía General de la República

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