Hay que mirar hacia adentro
A un mes de ocupar el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump ha generado críticas, protestas y rechazo generalizado a su persona y a sus decisiones en el ejercicio del poder.
Sus expresiones y prácticas xenofóbicas, racistas, discriminatorias y misóginas, el errático y deficiente manejo de herramientas de planeación para presentar programas de desarrollo nacional y políticas públicas que fortalezcan las relaciones internacionales, la ineptitud en las proyecciones presupuestales y su narcisismo manifiesto en el ataque a todos sus críticos han generado repudio en la mayoría de los países del mundo.
En México, ese repudio tiene mayor fuerza porque nuestra nación ha sido la más agredida y vulnerada por el presidente del vecino país. Los ilegales procedimientos que ha puesto en marcha para la persecución y deportación de mexicanos indocumentados que habitan y trabajan desde hace años en diferentes ciudades norteamericanas son una clara muestra de violación a los derechos humanos.
Ante tantos ataques, el fervor patrio y el nacionalismo hicieron acto de presencia para defender la mexicanidad. Opiniones verbales y escritas, marchas, cabildeos, convocatorias a bajar el consumo de productos importados, y en general protestas tienen ————— (*) Presidenta de la Federación Estatal de Colonos Urbanos de Yucatán (Fecuy) como objetivo, y con toda la razón, señalar al causante de tantas ofensas para obligarlo a cambiar el rumbo de sus decisiones e incluso a dimitir del cargo que ocupa. Ante ese panorama internacional, se convierte en obligación ciudadana mirar hacia adentro y hacer un comparativo con las prácticas que quienes ejercen el poder en México llevan al cabo cotidianamente desde hace casi 20 décadas.
Sólo ubicándonos en la actualidad, el comparativo resulta igualmente lamentable. El trato a los inmigrantes centroamericanos que cruzan por nuestra frontera sur para atravesar el territorio nacional es violatorio de los derechos humanos; las historias de quienes utilizaban como transporte el ferrocarril conocido como “La Bestia” son de verdadero horror. Las deportaciones con lujo de violencia en esa frontera forman parte de la cotidianidad. Y casi nadie dice nada.
El racismo también forma parte de las prácticas gubernamentales y, desafortunadamente, también sociales. Se practica por mexicanos contra mexicanos, pues ser moreno o prieto es causa más que suficiente para la exclusión. Un ejemplo aparentemente trivial es que en todo el país, en los llamados antros, la principal función de los “cadeneros” es permitir el paso sólo a “gente bonita”, de preferencia de piel blanca. Y casi nadie dice nada.
La discriminación hacia todos los grupos vulnerables es prácticamente una política pública establecida por el gobierno y ejercida también por la sociedad. Indígenas, homosexuales, personas con discapacidad o pobres sufren todos los días discriminación, lo mismo en los recortes presupuestales de programas específicos, en atención en oficinas gubernamentales, que en salud, educación, acceso a servicios públicos, etcétera. La publicidad oficial al respecto es sólo eso: publicidad. Y casi nadie dice nada.
La misoginia también está presente. En los gabinetes de los gobiernos federal, estatal y municipal, la presencia de mujeres es mínima. El acoso sexual a trabajadoras en dependencias públicas o empresas privadas sigue vigente; la violencia de género y los feminicidios van en aumento y las llamadas acciones afirmativas más publicitadas se implementan en el ámbito político-electoral. Y casi nadie dice nada.
La planeación y operación del desarrollo nacional, estatal y municipal no tiene nada de democrática, pues fundamentalmente se lleva al cabo para satisfacer intereses políticos y económicos de grupos pertenecientes a las élites del poder, que además manejan los recursos públicos en medio de una tremenda opacidad, protegida por la oficializada impunidad. La aberrante deuda pública del gobierno federal lo mantiene en condiciones de servilismo y sumisión a los dictados de los organismos financieros internacionales y demás potencias económicas del planeta. Y casi nadie dice nada.
La piel de los gobernantes es demasiado sensible; por ello acusan a quienes osan criticarlos lo mismo de mentirosos, que de malintencionados y hasta de apátridas. Pretenden regular el uso de internet y de las redes sociales para que, al inhibir esos espacios libres de expresión, reduzcan los señalamientos públicos en su contra.
El anuncio de Trump de continuar la construcción del muro en la frontera norte es quizá uno de los asuntos que más nos ofenden como nación. En México existen innumerables muros que nos dividen; un buen número son físicos, otros son murallas que nos convierten en sociedad clasista.
En Mérida, un muro físico evita la integración urbana de todos los habitantes de la ciudad y genera la exclusión espacial de más de 200 mil meridanos que padecen graves problemas de movilidad, seguridad pública, atención, servicios, infraestructura y discriminación por vivir en el llamado sur profundo de Mérida. Y casi nadie dice nada.
Protestar contra Donald Trump o cualquier gobierno extranjero que atente contra nuestra mexicanidad es absolutamente legítimo y obligado. Mirar hacia adentro y con el mismo fervor patrio y sentido de pertenencia protestar y exigir que se terminen en el territorio nacional las mismas prácticas indeseables que propone y lleva a cabo el estadounidense, se convierte en necesidad si realmente queremos fortalecernos como nación y hacer lo propio con nuestras instituciones ante el mundo.— Mérida, Yucatán. Personal de la Procuraduría General de la República