Comunicación y cultura: Economía colaborativa
La revolución tecnológica digital ha provocado cambios en diferentes sectores y, en especial, en la economía. Ahora se llama economía colaborativa a un modelo de negocios en el que personas o empresas comparten con otros algo por medio de plataformas digitales.
En lo general, se trata de aplicaciones para dispositivos móviles a través de los cuales una persona o empresa que vende o presta algún bien o servicio se lo ofrece a un comprador potencial en el momento deseado, cerrando tratos privados de compraventa y trueque. Así se están contratando en el mundo vestidos, alhajas, coches, maquinaria ————— (*) Antropólogo pesada, casas habitación, comidas y hasta servicios de plomería con la certeza de la planificación digital de los procesos. En casi ningún caso, los usuarios y prestadores conocen a los gestores de la aplicaciones, ni lo necesitan.
Las garantías están en la altísima estandarización de los procesos. Algunos países europeos, como Alemania y Holanda, están previendo cambios económicos sobre esta base y también sobre la robotización de procesos que eliminan horas-hombre.
La economía colaborativa mueve conceptos, leyes y políticas tradicionales. Las experiencias como Uber y sus variantes; air BnB que renta a turistas extranjeros el cuarto que a usted le sobra en su casa; bag borrow or steal que renta a domicilio vestidos, alhajas y bolsas de diseño para su ocasión especial; Chegg que hace lo mismo con libros universitarios de texto y We Farm Up que vende, renta o intercambia servicios de maquinaria agrícola para granjeros franceses y alemanes, son ejemplos que vienen alterando relaciones poderosas y dominantes.
En la mayoría de los casos, los reclamos y las virtudes son los mismos. Las empresas tradicionales son fácilmente desplazadas por las aplicaciones. Cuesta trabajo entender que un equipo de poca gente supervisando procesos digitales, ideando paquetes de software sea más eficiente y más rentable que un ejército de personas haciendo cada uno de los procesos.
Cuesta trabajo comprender también que personas puedan dar servicios colaborativos —cuando lo deseen— que tengan la misma calidad que industrias y sus mismos estándares de calidad y que tengan el derecho de pactar intercambios comerciales con otras personas en cualquier parte del planeta.
Sin duda que estas experiencias novedosas y eficientes pueden generar desempleo de amplios sectores y empleo complementario en lo individual con beneficios notables en los consumidores.
Las leyes convencionales no están diseñadas para regular este tipo de negocios. El atraso, no obstante, no los podrá frenar.
Cada año aumentan los cuartos particulares rentados de manera directa, las maquinarias agrícolas que se intercambian entre granjeros y los servicios de transporte entre particulares.
Uber en Mérida y otras ciudades mexicanas o latinoamericanas no es sino un caso paradigmático que está abriendo brecha como una lanza ardiente en el flan de la noche. Ya es hora de prepararnos para las que siguen.
Algunos economistas, incluso, han encontrado un argumento contra el capitalismo desbocado.— Mérida, Yucatán.