Dios trabaja de muchas formas
El cáncer de mama me obligó a someterme a una doble mastectomía hace dos semanas. El día de la cirugía, lo que más me aterrorizaba no era perder mis senos, era el tormento que experimentaría después de la operación porque soy alérgica a los opioides o cualquier otro medicamento recetado para el dolor. Así que enfrentaría esta operación “a sangre fría”. Y para colmo, no tolero ningún tipo de anestesia, reacciono con náuseas horribles y un mareo espantoso que dura más de 24 horas.
Antes de que me anestesiaran, miré hacia el cielo y le pedí a mi mamá, que en paz descanse: “Mami acompáñame en esta operación y ayúdame a pasar este trago amargo”. Cerré los ojos y me encomendé a Dios.
Después de 6 horas de cirugía comencé a abrir los ojos. El dolor era atroz, como si tuviera un elefante sentado en mi pecho y las nauseas se apoderaron de mí. Cada mínimo movimiento me provocaba un dolor desesperante, ¡Estaba viviendo una tortura!
Vi al pie de la cama a mi adorada amiguita Yazmin quien es como una hija para mí. Tenía los ojos llorosos. Se me acercó, me tomó de la mano y algo inesperado sucedió. Sentí que compartía y entendía mi dolor. En medio de mi agonía, su presencia era como un bálsamo que me daba paz.
Al día siguiente vino a visitarme. Le di las gracias por haberme ayudado a sobrepasar el día más tormentoso de mi vida. Y me confesó lo que le sucedió la noche anterior: “María, soñé con tu mami, la que está en el cielo. Ella me cocinaba y me decía: Yazmin, aliméntate bien, necesitas estar fuerte para mañana. Va a ser un día muy duro porque vas a cuidar a mi María”. Quedé erizada con sus palabras. Yazmin nunca la conoció, pues mi madre murió de cáncer de mama cuando yo tenía 9 años.
Hoy no me cabe duda que mi madre estuvo acompañándome en el momento más agonizante de mi vida. Y ahora entiendo ese refrán que dice: “Dios trabaja de maneras misteriosas.”