El fracaso de la política
Recordar a Carlos Castillo Peraza, a 70 años de su nacimiento/natalicio, es recuperar la claridad ideológica de quien supo expresar y sostener sus ideas con responsabilidad. Hacer política, afirmaba, implica la capacidad de pensar antes de hacer y reflexionar después de actuar.
Para Carlos la política fue, sencilla pero contundentemente, diálogo. Por ello era un apasionado por el lenguaje, al que entendía como instrumento indispensable para hacer cosas en común, para desplegar la dimensión social de nuestra humanidad.
Y por ello fue impecable orador, incansable charlista, sesudo editorialista e incluso crítico mordaz de las pifias ortográficas o verbales de, por ejemplo, muchos pseudoperiodistas que osaban ponerse “con Sansón a las patadas” en cuestiones lingüísticas.
Consciente del valor de la palabra, siempre pugnó por reivindicar, para la política, la retórica aristotélica como el arte del argumento probable. Ni discurso cientificista con pretensiones de verdad única ni demagogia sin fundamento. Porque sólo el argumento probable sin pretensiones de verdad absoluta puede, siendo tema de discusión, ser materia de debate, tema de votación y, por tanto, puede generar política y crear espacio público para que haya democracia. De lo contrario, estaremos ante la violencia, que es el fracaso de la política.
Y paradójicamente hoy, a tres sexenios de la transición política que Carlos ayudó a forjar, el andamiaje democrático se ha ido deslegitimando ante la sociedad, al grado de ser los partidos políticos y funcionarios de elección quienes tienen los menores índices de confianza, la galopante corrupción ha sido, ante todo, una corrupción del lenguaje.
La democracia atraviesa en México y el mundo por un desencanto ciudadano en buena medida porque ha sido irresponsable en sus argumentos, porque no ha sabido, o no ha querido, reivindicar la retórica para la política dejando peligrosamente la convivencia humana a merced de la fuerza.
Argumentos intolerables, como el uso de armas de destrucción masiva en Medio Oriente para saciar los ánimos intervencionistas de nuestro vecino estadounidense, son mortalmente irresponsables.
Argumentos inaceptables, como la supresión de facultades a la Asamblea Nacional venezolana como un eslabón más en la cadena de ataques a la oposición por el régimen “chavista”, son institucionalmente irresponsables.
Argumentos inmorales, como la andanada de spots para justificar el aumento incesante de precios totalmente incongruente con los cacareados beneficios de las reformas fiscal y energética en México, son económicamente irresponsables. ————— (*) Antropólogo y docente universitario
Argumentos ausentes del gobernador yucateco que ofreció combatir ferozmente la corrupción de su antecesora, que se pasea con total impunidad a pesar de la evidencia pública de los desvíos y derroche, su nula importancia en el tema, es aún más irresponsable.
Argumentos insuficientes de la comisión anticorrupción panista ante denuncias que llevan más de ocho meses en espera de dictamen que sancione el uso discrecional del Ramo 23, que tanto desvío de recursos públicos ha propiciado, son éticamente irresponsables.
Imaginar a Carlos como fundador de tradiciones es recordar que fue capaz, parado sobre unas convicciones y valores democráticos, de generar una mirada acertada hacia el futuro y por ello hoy, lo que pensó es presente.
“Esta crisis del humanismo contemporáneo —decía— está en el abandono, en nombre de la libertad, de la responsabilidad; cuando todo lo que hacemos se lo podemos imputar a algo que es externo a nosotros, es que somos irresponsables de cuanto hagamos”. La tradición de la retórica responsable que fundó Carlos sigue siendo un reto presente.— Mérida, Yucatán.