Yucatán lo hacemos todos
Uno no es de donde nace, sino de donde se quiere morir
En 2011, el hoy presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aprovechó una entrevista para sembrar la duda sobre la ciudadanía del entonces presidente Barack Obama. Llevando al mainstream las teorías de conspiración más denigrantes y alimentando el racismo latente de un segmento importante del electorado estadounidense, Trump se embarcó en una campaña de denostación que a la postre serviría para meterlo a las elecciones primarias del partido Republicano y, sí, para catapultarlo a la Casa Blanca.
El ataque al presidente Obama era particularmente hiriente y humillante porque buscaba restar todo mérito histórico a la victoria del primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos, un golpe bajo que, en palabras de David Axelrod, asesor de Obama y una de las mentes políticas más brillantes del partido Demócrata, “sin duda tiene raíces racistas”. Acaso por eso Donald Trump es el presidente con la menor aprobación en la población afroamericana en la historia de nuestro vecino del norte y el más deplorado de cualquier presidente en su primer año de gobierno.
No obstante, el racismo y la toxicidad que rodeaban al movimiento nativista impulsado por Trump también tuvieron un lado positivo: alentaron un debate muy rico e interesante sobre el significado de ser estadounidense. ¿Quién debe ser considerado “estadounidense”: el que “nace” o también el que “se hace”? ¿Basta con pagar impuestos y respetar las leyes o también es necesario tener sangre “estadounidense” en las venas? ¿Quién es más “estadounidense”: el que nace para no volver o el que llega para quedarse? En un país donde un escaso 0.9% de la población es indígena, discriminar en función de las raíces de cada persona es, por decir lo menos, ocioso, sino es que francamente ignorante.
Visto desde esta perspectiva, en Yucatán las cosas son todavía más esquizofrénicas. Por un lado, con una población donde una de cada tres personas habla maya (la proporción más alta en México sólo después de Oaxaca), se podría decir que los yucatecos originarios —los yucatecos “verdaderos”— son los descendientes de la exquisita civilización maya, ese tercio que habla la lengua indígena, convirtiendo a los otros dos tercios en ————— (*) Empresario una población mestiza pero extranjera. Por el otro lado, habrá quien diga que para ser yucateco hay que haber nacido en esta tierra, independiente de si se habla maya o no como lengua principal. Estos yucatecos “verdaderos” serían, infiero, la suma de los mayas, españoles, franceses, libaneses, cubanos y otros que, con el paso del tiempo, se han ido “asimilando”.
Lo anterior nos lleva a otra pregunta. ¿Qué quiere decir “asimilarse”? Es decir, tomando la segunda definición de yucateco como “buena”, ¿qué hay que hacer para tener la alta distinción de ser considerado “yucateco”? De acuerdo con docenas de conversaciones que he tenido con todo tipo de personas a lo largo y ancho del estado, e inclusive con grupos de enfoque que he hecho donde se ha abordado esta pregunta, se podría decir que para ser “yucateco” no sólo hay que amar a Yucatán, sino también hay que conocer y vivir tradiciones como el Hanal Pixán y las fiestas populares como el Carnaval, hay que ser un apasionado de su gastronomía, hay que llevar una vida recta y compartir valores en familia y hay que trabajar duro y con orgullo por esta tierra, pero nada más.
De hecho, no está claro que para los yucatecos sea necesario haber nacido en esta tierra para ser considerado oriundo de ella. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que muchos, quizá una mayoría, tenemos familiares y amigos que migraron de otro país o estado antes de echar raíces en Yucatán, y por la también sencilla razón de que los yucatecos entendemos y reconocemos que uno no es de donde nace, sino de donde se hace y de donde quiere morir. Al fin y al cabo, son nuestros padres, no nosotros, quienes decidieron dónde íbamos a nacer, pero somos nosotros y nuestras familias quienes decidieron dónde iban a vivir: en dónde iban a trabajar y concentrar sus energías por el bien de la comunidad.
Querida lectora, querido lector, no nos dejemos confundir por aquellas personas que inyectan odio y racismo para dividirnos con mentiras. Estas personas son las verdaderas traidoras a nuestro estado, una tierra maravillosa con una sociedad muy por encima de las guerras de lodo que no hacen más que sacar lo peor de nuestros instintos. Yucatán somos y lo hacemos todos, con nuestro amor, pasión y trabajo.— Mérida, Yucatán.