Tarde que deja huella
La emocionante cuarta corrida de la temporada en la Plaza de Toros Mérida se recordará por mucho tiempo, ni duda cabe.
Fue un gusto sentir a una afición entrando a la plaza convencida que los peores pronósticos climáticos se revertirían al sonar el clarín. Aficionados como los de antes, dispuestos al remojón a cambio de contarse entre los actores de una tarde con profecías de corrida memorable. Convocar a la afición no tiene grandes secretos: la gente quiere ver toros que lo sean realmente y toreros que los muevan, lo que no siempre significa figuras y ganaderías con ceros interminables en los cheques.
El domingo en la Plaza Mérida hubo comunión.
Toreros importantes que tienen mucho que entregar y toros muy serios que obsequiaron más emoción que embestidas buenas.
Del paseíllo al arrastre del sexto, las cosas sucedieron como el público lo imaginó: la edad y el trapío exigen respeto, sitio y valor para ponerse delante y hacerles fiestas, y para eso, en la percepción del aficionado, están los toreros que viven en su afecto y reconocimiento de mucho tiempo que los emocionó muchas tardes.
Y Uriel Moreno El Zapata fue el domingo su torero. Reivindicó su sitio sin duda, ante sus toros y ante los suyos. Y lo hizo por el rumbo de la fidelidad a su propia tauromaquia compuesta de valor, expresión, sitio, variedad, técnica y transmisión a los tendidos.
Fue emocionante por todo lo que significa, ver las decididas peticiones mayoritarias y escuchar la fervorosa voz consagratoria de ¡torero! torero! ¡Zapata! Za-pa-taaa! que abrió una puerta que siempre debería estar abierta para la afición yucateca, verdadera propietaria de las tardes de toros en la Mérida. Enhorabuena por todo ello.— Mérida, Yucatán