Diario de Yucatán

De perdones y demonios

- FEDERICO REYES HEROLES (*) frheroles@prodigy.net.mx

Algo está muy torcido. O no se valoran y entienden las palabras, o se busca el engaño. Nadamos entre sandeces y auténticas trampas, anzuelos con colorcillo­s atractivos y carnadas podridas, redes invisibles que disfrazan la muerte individual y colectiva. Eso pareciera.

“Para unir al país y gobernar en armonía, estaría dispuesto a perdonar y fumar la pipa de la paz con Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto, entre otros políticos incluyendo algunos empresario­s”. La unidad nacional es una idea fascista. En la camada reciente que la ha esgrimido, con millones de muertos detrás, están Mussolini, Hitler, Stalin y derivados como Pol Pot. ¿Quién define la “unidad”? ¿Acaso se propone comprimir, reprimir o suprimir diferencia­s y libertades para lograrla? Las sociedades, por definición, son plurales. Un país, que puede incluir muchas naciones, tiene una sola argamasa para lograr el amarre institucio­nal: la ley. Nadie puede tener en sus manos los elementos de la “unidad” final, pues no existe. Quien lo pretenda niega ser parte de la diversidad, quiere situarse por encima de ella, ser sobrehuman­o. ¿Unir al país?

¿Gobernar en armonía? El director o directora (como en la Sala Nezahualcó­yotl el sábado pasado) entra al auditorio, su mirada exige silencio y controla todo, eleva la batuta y arranca. A una orquesta se le debe exigir armonía. Pero una sociedad no es una orquesta, todos tenemos el derecho a lanzar notas disonantes. Disonantes fueron Sacco y Vanzetti, Carrillo Puerto, Mandela o Rosa Parks. Sin ellos nunca hubiéramos visto otras realidades, estaríamos atados a la nuestra o a la impuesta, como las anteojeras o gríngolas para los caballos que los limitan a lo que el amo quiere que vean. Pero, en una sociedad libre, ¿quién pretende ser el amo? ¿Armonía?

Las tribus algonquina­s de América del Norte tenían el ————— (*) Investigad­or y analista político extraño ritual de fumar un carrizo con tabaco cuando los jefes tribales pactaban la paz. Después de la sangre y sin victoria evidente, pactaban. Eran los jefes los que decidían ya no más guerra: lo hacían por agotamient­o. Pero las sociedades modernas no son tribus, no debe haber jefes que impongan a las vidas públicas y privadas su mejor entendimie­nto. ¿Quién quiere vivir en una tribu? Peor aún, ¿quién quiere ser jefe tribal? ¿Acaso alguien pretende decidirlo todo por todos? En las tribus no había pesos y contrapeso­s, institucio­nes que frenan el poder unipersona­l. Pero ya llovió desde la vida de las algonquina­s, pero, por lo visto, alguien por aquí no se ha enterado de los cambios. Se dirá que es un simple recurso retórico, simples “palabras”, el problema es que se encadenan con las otras “palabras” que son sandeces. ¿Unidad, armonía, pipa, tribu, gran jefe, hau o hau?

EL PERDÓN

Lo más grave es el perdón. El perdón solo opera entre los religiosos, entre los creyentes de una fe específica. La idea misma de borrar, de eliminar algo de la memoria, es la madre de muchos vicios y degradacio­nes. El pasado siempre debe contar. Si me pueden perdonar, para qué evitar la reincidenc­ia. ¡Qué cómodos son los perdonavid­as! Pero ¿y las convencion­es sociales y la ley? En la sociedad del perdón todo eso pasa a un segundo plano. El perdón es la antidemocr­acia, te perdono dicen los sacerdotes, pero, quién desea un sacerdote como presidente. Viva Juárez. El perdón es una decisión personalís­ima sin explicació­n pública. Una sociedad transparen­te exige rendición de cuentas y explicacio­nes hasta a la Suprema Corte. El perdón es la opacidad total. El perdón no es una amnistía, figura jurídica que proviene del olvido institucio­nal y que se plasma en una ley. Por ello es un resultado del Legislativ­o, de la pluralidad.

“...estaría dispuesto a perdonar y fumar la pipa de la paz con Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto, entre otros políticos, incluyendo algunos empresario­s” Ojo empresario­s, no sean ingenuos, no lo apapachen. ¿Quién se cree? No tengo relación con ninguno de los dos, a EPN nunca lo he visto en su carácter de Presidente. Supongo que, de haber habido delitos qué perseguir contra Salinas, habrán prescrito o quizá alguien le otorgó un perdón. Y si hay responsabi­lidad jurídica imputable contra el hoy presidente, que se proceda sin considerac­ión alguna, con apego a la ley. Si no hay algo sustentabl­e, lo exigible, lo ético es el silencio. Esgrimir y ofrecer el perdón es una forma de extorsión: si llego te perdono, pero no te opongas, porque si te opones y llego te llevo a la hoguera. Vaya modernidad, vaya concepción de la legalidad y del estado de derecho. El asunto es muy grave, patológico. El que perdona defiende demonios.

Ni unidad impuesta a voluntad, ni armonía castrante y dictatoria­l, ni tribus y grandes jefes, hau, hau, ni dioses y sacerdotes gobernando, ni perdón a nadie. ¿Ignorancia o maldad, quizá ambas? Legalidad, punto.— Ciudad de México.

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