Simboliza los rayos del Sol
Ser un mausoleo, la finalidad de la pirámide egipcia
Ahora las llamamos de la misma manera, pero los constructores de pirámides en el México y el Egipto antiguos no tenían en mente los mismos objetivos al edificarlas: la civilización que floreció a la orilla del Nilo las concebía como mausoleos; los pueblos originarios de América las usaban para el culto público.
“En México prehispánico, ante estas edificaciones —de una enorme variedad en cuanto a tamaño, forma y decoración, pero a la vez con denominadores comunes en lo que se refiere a sus dimensiones y su ubicación respecto a las construcciones que las rodeaban—, se congregaban los habitantes del lugar para celebrar sus rituales fundamentales”, explica Marcela Zapata-Meza, directora del Centro de Investigación en Culturas de la Antigüedad de la Universidad Anáhuac México.
“Las características últimas de estos monumentos proporcionan información no sólo sobre las creencias de un grupo particular en una época determinada, sino que también arrojan luz sobre conocimientos arquitectónicos y de ingeniería”, señala la investigadora al Diario. “Son además un indicio de la complejidad social, pues es obvio que levantarlas requería de la participación de grandes grupos humanos, cuya sola convocatoria y organización eficiente supone la existencia de un acuerdo”.
En Egipto, agrega, las pirámides siguieron la forma distintiva de la religión solar de los faraones, que creían que su padre Ra, dios del Sol, “se había creado a sí mismo de un montículo en forma de pirámide en la Tierra”.
“Esa pirámide simboliza los rayos del Sol”. Era costumbre colocarlas “en el lado occidental del Nilo, porque el alma del faraón se tenía que encontrar con el disco solar antes de su descenso”.
“El núcleo de la estructura es una piedra caliza, mientras que la parte exterior tiene piedra de una calidad superior para que tenga un brillo blanco”.
La doctora Zapata-Meza, cabeza del Proyecto Magdala —que en 2010 comenzó a desenterrar la ciudad bíblica de Magdala, en Israel—, explica que el Nilo tuvo un papel definitorio en la vida de los egipcios, que basaron su calendario, no en el movimiento de los astros, sino en el desbordamiento del legendario río.
Eso no significa que no le dieran importancia a la observación del cielo, ya que de esto “dependía la organización del templo, de las fiestas locales y de los plazos que la administración general establecía en celebraciones de todo tipo”.
Al sacerdote elegido para desempeñar esta tarea “se le definía como ‘uno que es experimentado con respecto a sus conjunciones y movimientos regulares’ (de las estrellas)”. Su responsabilidad principal era determinar las horas; “el sacerdote-astrónomo es principalmente un horólogo”.
“En egipcio”, continúa la investigadora, “son varios los términos que designan a la persona que conocemos como astrónomo. Desde la época del Imperio Antiguo era usada la palabra ‘vigilante del día’, ‘observador’; en el Imperio Medio, ‘encargado de la vigilancia del día’ o ‘intendente de la vigilancia del día’”.
“Los sacerdotes llevaban diversas vestimentas, no sólo según su rango, sino también según sus ocupaciones. El sacerdote-astrónomo debía llevar una vestimenta particular que le identificara como tal. Uno de los más bellos ejemplos que se ha conservado es el del sacerdote-astrónomo Anen”, del cual el Museo Egipcio de Turín resguarda una estatua de diorita de la época de Amenhotep III en que la piel de pantera que cubre el torso está decorada con estrellas.
Arqueólogos han hallado inscripciones, como en los papiros de Abusir del templo funerario del rey Neferirkara Kakai, que dan a entender que terrazas de templos y palacios eran el lugar “desde donde estas personas observaban la bóveda celeste para, como tarea principal, señalar el orto, tránsito u ocaso de las estrellas que tenían seleccionadas como marcadoras de las horas”.—