Diario de Yucatán

“El sollozo de Chernóbil”

Experienci­a de un mexicano que fue de visita al lugar

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Después de la catástrofe nuclear que azotó Chernóbil, en 1986, la ciudad despertó el interés del mundo y Ucrania aprovechó para explotar turísticam­ente el desastre.

Desde 90 dólares, los turistas pueden adquirir un paquete de 12 horas para recorrer las calles de la ciudad fantasma. Michel Alan García Sánchez es uno de los pocos mexicanos que se han aventurado por Chernóbil. Hoy, a unos días de su retorno, relata al Diario qué lo motivó a realizar este viaje y cuál fue su experienci­a.

“Una noche del año 2000, mientras mataba el aburrimien­to frente al televisor un documental sobre Chernobil captó mi atención. Recuerdo que no le cambié al televisor porque vi las imágenes de una gran explosión”, evoca.

“Al final del documental grité al aire: ‘Un día iré a Chernóbil’. Diecinueve años después tuve las ganas, tiempo y valentía de cumplir mi sueño y me encontré frente a frente con esa ciudad que tanto llamó mi atención.

“Durante el trayecto de Kiev a Chernóbil, por mi mente corrían sin parar miles de imágenes y emociones que controlaba­n mi mente. Me preguntaba: ¿Cómo será Chernóbil? ¿Será una ciudad peligrosa? ¿Habrá almas deambuland­o? ...

Mientras llegaba a mi destino leía las reglas y una de ellas saltó a la vista: “No tocar, no beber y no comer nada”. Antes de acceder, un soldado ucraniano, con cara de pocos amigos, me pidió bajar del auto para checar mis documentos y percatarse de que todo estuviera bajo la ley. Diez minutos después pude entrar a Chernóbil.

“En la ciudad se percibía un silencio tenebroso que asustaba al mismo miedo. Avance lentamente hasta ver los primeros edificios que, a pesar de la falta de mantenimie­nto seguían de pie. Seguí avanzando a las entrañas de la ciudad cuando de reojo vi una escuela, me detuve y entré al edificio.

“Lo primero que recuerdo de esa escuela fue un pasillo totalmente destruido y las paredes cubiertas de suciedad, casilleros vacíos y uno que otro pedazo de papel. Al dar vuelta a la derecha vi una imagen que siempre se quedará en mi mente: un cuarto lleno de camas donde los niños solían dormir, ahí sobre las camas todavía estaban los juguetes aferrándos­e a lo que un día fue alegría y tranquilid­ad. Por fin salí de escuela y me dirigí hacia el centro de la ciudad. Al llegar, noté que Chernóbil ya no era lo que fue en los años 80, era solo unos cuantos edificios en medio de un bosque que poco a poco va ganando terreno.

“Recuerdo ver vidrios por todas partes, camas en las calles, pedazos de ropa, zapatos, entre otras cosas.

“Seguí caminando hasta que llegué a una rueda de la fortuna, estructura sigue en pie y tiene el privilegio de ver toda Chernóbil, bueno, lo que queda de ella.

“Desgraciad­amente, la noche poco a poco fue cayendo y era hora de regresar, ya que puede ser peligroso por los lobos, osos u otros animales que viven en la zona.

“Sonará un poco cursi, pero por un momento creí escuchar el sollozo de la ciudad que pedía que no la olvidaran. Por fin me dirigí a la salida, pero antes decidí detenerme, dar una vuelta y mirar a Chernóbil una vez más y le dije: ‘En nombre de la humanidad, perdónanos Chernóbil’”.— Megamedia

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Un turista juega con perros callejeros en Chernóbil. Los visitantes tienen prohibido tocar a los animales
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Vista de la rueda de la fortuna que continúa en Chernóbil, Ucrania

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