¡Eeeeh, cómo va a ser!
En un inicio de gobierno que ha levantado opiniones encontradas los ciudadanos expresan sus sorpresas al darse cuenta de que las cosas no son como se esperaban, que son el lado opuesto de quienes desde la campaña manifestaron su aprobación a un cambio que para muchos es difícil de entender sobre todo después de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador.
En ese trascendental evento lo que hubo fue un “refrito” de todo lo prometido en el tiempo de proselitismo del actual Presidente: la venta del avión presidencial, la clausura del aeropuerto de Texcoco, las refinerías, la desaparición de la reforma educativa, la ayuda a los “ninis”, el apoyo a los adultos de la tercera edad, todo mezclado con una dura crítica a los gobiernos anteriores y a “empresarios conservadores” que basaron sus acciones en el llamado neoliberalismo. El discurso del primer mandatario se ubicó en tratar de demostrar con palabras las promesas ya conocidas de mejores condiciones de vida (“primero los pobres”) para los mexicanos.
Es positivo y loable que ese sea el objetivo de todo lo que se prometió, pero se sintió el olor a venganza y rencor. Somos seres humanos y como tales estamos revestidos de virtudes y defectos. Cuando asistimos a una consulta médica programada para las 9 de la mañana y hasta las 11 no nos recibe el doctor, estamos a punto de irnos sin consultar por el coraje de esperar. Si vamos a viajar y el avión no sale a tiempo y nos hacen esperar horas, somos capaces de hacer una manifestación en el mostrador de la aerolínea por sentirnos engañados.
Imagínese a López Obrador que tuvo que esperar 12 años para llegar a la Presidencia manifestándose en calles de Ciudad de México con violencia y sin importarle el daño que causó a los ciudadanos. Yo no escuché durante su ya famoso y muy analizado discurso las palabras que manifestaba durante su campaña: “amor y paz”.
Ya no cabían, porque ya estaba donde soñó estar.
No cabe duda de que el actual Presidente es poderoso por la fuerza que le dan sus seguidores y porque sus ideas son buenas si se ubican como único fin el de mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos. Pero las consultas nos han demostrado que está dispuesto a gobernar como lo planeó durante 12 años, aunque los tiempos cambian de acuerdo a las circunstancias sociales económicas y políticas.
Al parecer, López Obrador llegó a la Presidencia con una idea fija. Si estuviéramos en otro ambiente pudiéramos interpretar su sentir con el sentimiento de “me las van a pagar”.
Todo parece indicar que los funcionarios que lo acompañan en el Poder Legislativo y muy ————— (*) Cronista y exalcalde de Tizimín posiblemente en el Judicial obedecen a pie juntillas las indicaciones del “jefe” sin importar la opinión de los ciudadanos que no están de acuerdo. De hecho ya estamos a punto de tener una nueva Constitución. Las del 57 y 17 ya están a punto de ser obsoletas. A López Obrador no le da ningún trabajo ordenar que se cambien los artículos que sean necesarios para hacer las cosas como él las pensó durante 12 años o un poco más, considerando sus sueños cuando fue jefe del Distrito Federal.
Yo creo que López Obrador pudiera ser un buen Presidente y haría avanzar al país y mejorar la vida de sus ciudadanos. El problema es la obsesión de gobernar. Hay que recordar la frase que expresó en una de las primeras conferencias de prensa matutinas: “Tengo en mis manos las riendas del poder”. Palabras innecesarias que dijo para magnificar su figura y el cargo de Presidente de México.
Platicando con un amigo que es morenista a morir expresé que en la consulta del aeropuerto de Texcoco nunca se informó que el gobierno tenía que pagar 6,000 millones de dólares de inversionistas tenedores de bonos que debe pagar el gobierno para que todo sea legal. Su respuesta fue más allá de lo que me imaginé: “¡eeeeh, cómo va a ser!”. Estuvo bueno.— Tizimín, Yucatán.