Gobierno de esperanza: AMLO, presidente
El 1 de diciembre Andrés Manuel López Obrador tomó posesión como presidente de México, después de una ardua lucha de 12 años en busca de la presidencia y dos fallidos fracasos. Si en el ayer reciente los tropiezos electorales se debieron en mucho al manejo electoral no tan transparente, hoy todo fue distinto porque una cantidad histórica de votantes, 53%, lo llevó al poder presidencial.
Una toma de posesión histórica por todo lo diferente en protocolos oficialistas y protección desmedida. No hubo camionetas polarizadas, ni exceso de motocicletas abriendo el paso presidencial ni acarreados en las calles o a la entrada del recinto legislativo. El modesto auto blanco del futuro mandatario recorrió las calles hasta el destino legislativo, mientras saludaba a la gente reunida cerca de la casa del futuro presidente, en las calles y avenidas y a la entrada del Palacio Legislativo de San Lázaro, pues deseaban ser testigos de ese momento inédito. ————— (*) Profesor
Ya con la banda presidencial y al protestar como presidente del país, en un discurso sencillo, de compromisos y contundente contra el modelo económico neoliberal de 36 años que “llevó al país a crisis, a la galopante corrupción y a la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo”, AMLO refrendó su compromiso con el pueblo en la trasformación pacífica y ordenada del país.
Algo inédito también fue el sufrimiento de un expresidente al entregar la banda presidencial y escuchar el discurso del sucesor. Parecía un juicio al sexenio de Peña Nieto. Sudando en algunos momentos, pasándose la mano en la frente o escribiendo algo en un papel, el expresidente escuchó primero el agradecimiento por no meter las manos en el proceso electoral, pero después una avalancha de críticas y cifras que lo dejaron impávido en momentos.
El presidente habló de corrupción, violencia e impunidad, de deshonestidad de muchos gobernantes y de los que han lucrado con el influyentismo en los últimos 36 años. Y le tocó directo a Peña Nieto.
Después, habló de la escandalosa deuda externa: si con Vicente Fox esta deuda quedó en $1.7 billones, con Felipe Calderón aumentó a la estratosférica cifra de $5.2 billones y con EPN cierra en $10 billones. Otro golpe al expresidente. Pero son cifras que no se dicen en los discursos.
Esa cantidad billonaria es escandalosa, más por la forma como en los últimos dos sexenios se multiplica vorazmente una deuda que cuesta cientos de millones de pesos de interés anual. Y esto se da por la corrupción de gobernadores, funcionarios de alto nivel y demás servidores públicos que en vez de servir y mirar por el bienestar del país prefirieron vivir con lujos y derroches, con “moches”, desfalcos y robos descarados.
Por eso la lucha contra la corrupción, la impunidad y la pobreza son compromisos que anunció López Obrador desde que fue candidato y refrendó en sus dos discursos, el del Congreso y en el zócalo.
La corrupción será delito grave en el actual gobierno, no como antes cuando no se investigaba o si se hacía y había procesados con una multa salían para ventilar su problema desde la comodidad de la casa. ¿Cuántos gobernadores y funcionarios hay en la cárcel de los muchos que deben estar? ¿Cuántos salen libres y siguen su proceso fuera de las rejas?
Después del discurso presidencial tampoco hubo el consabido besamanos. AMLO se fue directo a hablar y refrendar los compromisos con el pueblo, en un abarrotado zócalo donde la gente emocionaba aplaudía, lloraba ante la esperanzas de un presidente que señalaba que él no tiene el derecho a fallarnos.
Hay mucha esperanza de un pueblo y país golpeado por tantos gobernantes y políticos corruptos, derrochadores e injustos, que se valieron en muchos casos de la pobreza para mantenerse en el poder. Ahora se vislumbra algo diferente. Esperemos que la lucha contra la corrupción, impunidad, pobreza y demás males del país se aminoren y erradiquen.— Mérida, Yucatán.