Diario de Yucatán

El encuentro de San Juan Diego con la Guadalupan­a

- FERNANDO OJEDA LLANES (*) Ferojeda@prodigy.net.mx

Hoy es el día de San Juan Diego Cuautlatoa­tzin, que significa “águila que habla” o “el que habla como águila”. Es conocido por ser el protagonis­ta central de las aparicione­s de la Virgen de Guadalupe que tuvieron lugar en México del 9 al 12 de diciembre de 1531.

Juan Diego nace en torno al año 1474 en Cuautitlán, que pertenecía al reino de Texcoco en México. Su muerte tuvo lugar en 1548.

Juan Diego es llamado Embajador Mensajero de Santa María de Guadalupe, fue beatificad­o en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe en Ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por el papa Juan Pablo II durante su segundo viaje a México. Fue canonizado en la misma Basílica y por el mismo Papa el 31 de julio de 2002.

SU VIDA

Desde el siglo XVI existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de la Santidad de Juan Diego.

Juan Diego era un hombre como de 57 años de edad bautizado por los primeros misioneros franciscan­os. No era azteca, era pertenecie­nte a la etnia indígena de los Chichimeca­s de Texcoco.

Era un indígena macehual que vivía honesta y reco-

————— (*) Doctor en Investigac­ión y representa­nte del Instituto Superior de Estudios Guadalupan­os en Mérida. gidamente, muy buen cristiano y temeroso de Dios, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en muchas ocasiones la gente le decía varón santo.

Gracias a las fuentes históricas conocemos las circunstan­cias de lo que fue la vida normal de Juan Diego, su familia, sus casas y tierras y su actitud.

EL ENCUENTRO

El documento más antiguo es “Nican Mopohua”, en donde se expresa el dictado que Juan Diego hizo a Antonio Valeriano, su autor, dice lo que sucedió en la mañana del 9 de diciembre de 1531:

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos. Y al llegar cerca del cerrito, donde se llama Tepeyac, ya relucía el alba en la tierra. Allí escuchó cantar sobre el cerrito, era como el canto de variadas aves preciosas. Al interrumpi­r sus voces, como que el cerro les respondía. Sobremaner­a suaves, deleitosos, sus cantos aventajaba­n a los pájaros del coyoltotot­l y del izinitzcan.

Se detuvo Juan Diego, se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que escucho? ¿Tal vez estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los ancianos, nuestros antepasado­s, nuestros abuelos; en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba mirando, hacia lo alto del cerillo, hacia donde sale el sol, hacia allá, de donde procedía el precioso canto celestial.

Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de escucharse, entonces oyó que le llamaban de arriba del cerrillo, le decían: “Juanito, Juan Dieguito”.

Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación inquietó su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo, fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo contempló una noble doncella que allí estaba de pie.

Y cuando llegó junto a Ella, mucho le maravilló cómo sobrepasab­a toda admirable perfección y grandeza: su vestido como el sol resplandec­ía, así brillaba. Y las piedras y rocas sobre las que estaba, como que lanzaban rayos, como de jades preciosos, como joyas relucían. Como resplandor­es del arco iris en la niebla, reverberab­a la tierra. Y los mezquites y los nopales y las demás variadas hierbitas que allí se suelen dar, parecían como plumajes de quetzal, como turquesas parecía su follaje, y su tronco, sus espinas, sus espinitas relucían como el oro.

Juan Diego, en un día como hoy —pero hace 487 años—, estaba ante la presencia de Santa María de Guadalupe, en su primera aparición.

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