Diario de Yucatán

Homilía Dominical

- PRESBÍTERO MANUEL CEBALLOS GARCÍA

¡PREPAREMOS EL CAMINO DEL SEÑOR!

En la experienci­a de caminar uno encuentra senderos que se hacen difíciles y laboriosos cuando es irregular, con subidas y bajadas, con declives inesperado­s. No es que Dios se canse como los caminantes, pero la imagen utilizada por el profeta Baruc es una excelente metáfora para decir que nosotros podemos facilitar la entrada de Dios en nuestra vida, o podemos poner obstáculos de forma que, aunque quiera, no puede entrar o intervenir.

San Francisco de Asís llevó el sentido de la metáfora hasta el fondo y habló de la “experienci­a de bajar a la llanura” para “evitar las alturas”. San Francisco comprendió muy bien que la humildad y la sencillez es la actitud que verdaderam­ente allana el camino para que Dios entre e intervenga en la vida de cada uno.

La historia de la salvación del hombre no acontece sin la conversión del mismo hombre. La primera exigencia de la Palabra de Dios es siempre la conversión de la persona, ya que, sin ésta, la historia de salvación sería una historia de condenació­n. En cualquier caso, la Palabra de Dios es eficaz. Dios no habla en balde.

Ahora bien, san Lucas construye su relato señalando aquel año decimoquin­to del reinado de Tiberio porque Jesús no es figura imaginaria sino una realidad histórica: es un hombre que recorrió nuestro horizonte terreno, y su presencia y Palabra han sido como una semilla que cayó y germinó en la tierra para salvarla.

Hoy la Palabra de Dios es una invitación a ser fieles en el lugar en el que Dios nos ha colocado sin pretender evasiones, ni desánimos o resignacio­nes. En todo lugar, pequeño o grande, alto o bajo, en todo día nublado o despejado, hay que tener un corazón libre y un espíritu abierto al paso y a la bendición de Dios encarnado en los demás.

El Señor nos pide remover los obstáculos que retardan o impiden su llegada a nuestro corazón, ya que Él no puede entrar en donde hay arrogancia, orgullo, frialdad e indiferenc­ia. Hay que eliminar el desorden, las envidias, la pereza y las falsedades. El camino de la libertad se vuelve plano y alegre cuando sobre él se ha derramado el sudor de la conversión permanente.

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