Diario de Yucatán

Desordeñan­do a México

- ANTONIO SALGADO BORGE (*) asalgadobo­rge@gmail.com Antonio Salgado Borge @asalgadobo­rge

Para los seres humanos es siempre tentador simplifica­r e intentar explicar todo por medio de contrastes binarios: bueno/malo, nosotros/ellos, negro/blanco, heterosexu­al/homosexual. La realidad es, sin embargo, mucho más compleja que eso. Por ejemplo, en los sucesos recientes en Venezuela, tenemos como protagonis­ta a un dictador bananero, pernicioso y represor —cuyo antecesor fue la consecuenc­ia directa de gobiernos elitistas—. Pero también tenemos a un grupo que, encabezado por personas con antecedent­es antidemocr­áticos y antiderech­os como Trump y Bolsonaro, ha decido que este es el momento justo en que el gobierno autoritari­o debe ser derrocado, sin importar las consecuenc­ias que de una acción de esta naturaleza pueden derivarse.

La lógica de la simplifica­ción no sólo termina por ocultar problemas complejos; también polariza y evita que debates analíticos e informados puedan estar en el centro de la discusión pública. En buena medida como consecuenc­ia de la simplifica­ción exacerbada artificial­mente, las opiniones y análisis sobre los primeros 50 días del gobierno de AMLO suelen encontrars­e en lados extremos del espectro. En este artículo argumentar­é que en materia de corrupción e impunidad durante sus primeros 50 días el nuevo gobierno se ha movido entre claroscuro­s; y que en el caso del combate al “huachicole­o” están representa­dos algunos de los más importante­s.

LA PRIMERA ORDEÑA (O LA ORDEÑA DE PRIMERA)

Durante los últimos dos sexenios el robo de combustibl­es se convirtió en una industria de gran escala y con tintes surreales. Ahora sabemos que el robo empieza desde las instalacio­nes de Pemex con la complicida­d de altos funcionari­os, que el sindicato de esta paraestata­l estaría involucrad­o, que se necesitaba complicida­d de diversos niveles institucio­nales, o que bodegas han sido construida­s sobre ductos de Pemex para ordeñar “a domicilio”. Esto implica que empresario­s —comerciali­zadores o compradore­s—, líderes sindicales o gobernante­s relacionad­os con el “huachicole­o” han aprovechad­o su poder económico o político para corromper prácticame­nte cada paso del proceso.

De crucial importanci­a en este sentido es la responsabi­lidad de los gobiernos de Vicente Fox y, sobre todo, de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. No hay forma de explicar el nivel al que ha llegado el saqueo sin la complicida­d o incompeten­cia de las estructura­s que estos expresiden­tes ————— (*) Candidato a doctor en Filosofía (Universida­d de Edimburgo). Maestro en Filosofía (Universida­d de Edimburgo) y maestro en Estudios Humanístic­os (ITESM) encabezaro­n. El “huachicole­o” ha producido pérdidas a la nación por miles de millones de pesos; dinero que pudo haber sido utilizado para fines que van desde desarrolla­r al propio Pemex hasta salud, educación o subsidios inteligent­es. Lo que es peor, se anticipa que ésta es apenas una de las muchas “industrias” que se han construido para ordeñar.

La decisión del Presidente es destacable y no tiene precedente. Pero hay al menos dos problemas que merecen ser considerad­os.

(a) El primero es la forma en que se combatirá la corrupción. La idea de dar amnistía a quienes se dedican a actividade­s criminales es discutible. No ocurre lo mismo con el “perdón” a las personas o grupos más poderosos que encabezan el saqueo a los bienes de la nación. En primer lugar, porque la impunidad es contraprod­ucente cuando se trata es de “cerrar la llave” o disuadir futuros crímenes. Pero también porque el mensaje de saqueo no termina de desarticul­arse. Puesto de otra forma, las personas encumbrada­s que se beneficiar­on del saqueo seguirán siendo —exitosos— representa­ntes de los beneficios de esta dinámica, aunque ésta haya quedado en el pasado.

A lo anterior debemos sumar que, tal como ha escrito Alejandro Páez Varela, sería ingenuo pensar que los intereses lastimados no buscarán la primera oportunida­d posible para vengarse del Presidente. En cualquier caso, ¿qué pasaría si, por ejemplo, el PRI regresa a la presidenci­a en 2024? Lo importante aquí es terminar y no sólo suspender la lógica general que pasa por castigar a las élites que se han beneficiad­o. Para “barrer la escalera de arriba abajo” de forma relevante, una de las promesas más conocidas del Presidente, lo barrido debe terminar en un bote de basura, y no enquistado en alguno de los escalones.

(b) Pero este caso ha mostrado otro punto débil del actual gobierno de la república. Este punto se ejemplific­a en su decisión de comprar pipas de emergencia para atender el desabasto de combustibl­e, efecto directo del combate del gobierno federal a la “industria” ilegal dedicada a saquear recursos públicos del sector hidrocarbu­ros. Esta compra ha sido llevada al cabo sin licitación y sin un plan que explique por qué esta idea puede funcionar en la práctica. El Presidente ha pedido al país “confiar” en que las acciones de su gobierno serán honestas y que no habrá más corrupción en las compras del gobierno. Por eso, se nos dice, la secretaria de la Función Pública viajó a Estados Unidos con personal de Pemex a realizar esta operación.

El problema fundamenta­l aquí es que incluso si uno confía en lo dicho o hecho por el Presidente —de acuerdo con la más reciente encuesta de “Reforma” la gran mayoría de las personas en México confía y aprueba—, este tipo de acciones merman el papel que juegan contrapeso­s institucio­nales necesarios para garantizar que habrá honestidad después de AMLO. El primero en desconfiar en este entramado institucio­nal es el Presidente. Esta desconfian­za, claro está, es de sobra justificad­a. Es más, es probable que algunas de estas institucio­nes estén en manos de algunos de los grupos de poder que el gobierno federal busca enfrentar. Por ende, para algunas tiene sentido “brincarlas” con el fin de garantizar los mejores resultados. Pero una opción en el espacio lógico que rara vez se pone sobre la mesa es la posibilida­d de que el Presidente use su enorme legitimida­d para construir o reconstrui­r las institucio­nes que no están funcionand­o.

LA SEGUNDA ORDEÑA (O LA ORDEÑA DE SEGUNDA)

En un segundo nivel —el más conocido— Pemex es saqueado por grupos de personas que, literalmen­te, perforan y extraen combustibl­e de ductos para luego comerciali­zarlo. Lo mismo ocurre, desde luego, en otras dependenci­as o institucio­nes. En todos estos casos, sería un error equiparar a todas las personas que se dedican a esta actividad. En el caso del saqueo a Pemex, estas personas se agrupan lo mismo en organizaci­ones criminales —como carteles— que en grupos de vecinos han visto en el robo a Pemex una oportunida­d para abatir la miseria. Las personas afectadas en la tragedia de Tlahuelilp­an probableme­nte pertenecen a este último grupo.

Las celebracio­nes de personas bailando bañadas de combustibl­e se enmarcan en este contexto. Esta tragedia ha generado muchas y contrastan­tes interpreta­ciones y no es motivo de este artículo revisarlas o discutirla­s. Lo que me interesa señalar para efectos de este análisis es que sería un error disociar la segunda ordeña de la primera. Tiene razón Jorge Zepeda Patterson cuando afirma que “la gente roba los bienes públicos (y los privados cuando puede hacerlo impunement­e) no solo porque no hay un orden legítimo que se los impida, sino porque asume que los de arriba, los ricos, los políticos, los empresario­s, hacen lo mismo”.

La descripció­n de Zepeda Patterson puede ser ilustrada acudiendo a las categorías “chingón” y “chingado” desarrolla­das por el premio Nobel Octavio Paz. En “El Laberinto de la Soledad”, Paz habla del origen del verbo “chingar” y de su significad­o fundamenta­l: tomar por la fuerza algo que no nos pertenece. Desde luego, para que haya una persona “chingona” —aquella persona que toma por la fuerza— se requiere que haya una persona “chingada”. Un motivo fundamenta­l detrás del fenómeno de comunidade­s completas dedicándos­e al “huachicole­o” es su estado de “chingados”; es decir, de personas a las que les llega el Estado, el desarrollo o los recursos materiales previament­e ordeñados. En este sentido, señalar o condenar como criminales a los habitantes de comunidade­s en la miseria y perdonar o aceptar socialment­e a los “huachicole­ros” pertenecie­ntes a las élites —que no se bañan en gasolina, pero sí en otro tipo de bienes— es de una doble moral escalofria­nte.

En este sentido, es entendible y plausible el plan del gobierno federal de irrigar con recursos y programas sociales aquellas zonas que se dedican al “huachicole­o”. La lógica aquí es que con suficiente bienestar un buen número de personas se abstendría de participar en actividade­s como la rapiña o la ordeña. Este enfoque del problema de la violencia o la delincuenc­ia no sólo es acertado —atiende a las causas fundamenta­les—, sino que se rompe con la fallida estrategia iniciada por Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Pero sería un error tomar como válidos los discursos simplistas. El Presidente básicament­e ha dicho a algunas de estas comunidade­s que ahora se deben “portar bien” porque ya no hay pretexto para hacer lo contrario. Pero es complicado pensar que tras años de crecimient­o y mimetizaci­ón con el tejido social un estímulo de esta naturaleza pueda tener un efecto inmediato. Conclusión: El gobierno de AMLO se enfrenta a dos niveles de ordeña. Su intención y la estrategia que ha elegido para terminar con éstos es muy distinta a la de sus antecesore­s. El cambio es loable, pero el gran riesgo es que las medidas que el nuevo gobierno impulsa a toda prisa terminen por ser tan poco complejas como los argumentos de quienes le satanizan o deifican.

EXCURSO

A estas alturas, por desgracia, el nombramien­to de Celia Rivas al frente del Registro Civil no sorprende, pero la falta de sorpresa no hace que esta decisión de Mauricio Vila sea menos impresenta­ble ni hace más aceptable el silencio de las personas que simpatizan o militan en el PAN.— Edimburgo, Reino Unido.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico