Diario de Yucatán

Una plaza de toros que es plaza de todos

- ANTONIO RIVERA RODRÍGUEZ

En el marco de la celebració­n de su nonagésimo aniversari­o, la Plaza de Toros Mérida nos invita a revisar la historia de la comunidad que la hizo suya desde aquel lejano 27 de enero de 1929 hasta nuestros días.

Antes que ser plazas de toros, son plazas de todos. En la historia del toreo de las actuales ciudades, la plaza de toros se alzaba de manera artesanal para la celebració­n de las fiestas patronales como se sigue haciendo hasta hoy en la mayoría de los ————— (*) Crítico taurino municipios y comisarías del Estado. Era la plaza de la localidad, ese lugar espacioso de encuentro social, de mercadeo y reunión, de festejos y celebracio­nes religiosas y civiles, donde latía el corazón social de las localidade­s.

Las plazas de toros son plazas de todos porque al anuncio de un cartel, su interior se convierte, por su vocación intensamen­te hospitalar­ia, en un espacio popular de ejemplar democracia, que no distingue género, edad ni posición social de sus huéspedes temporales, porque los que vamos a la plaza de toros y de todos, respondemo­s al llamado de nuestra afición, emoción y pasión cultivadas por la tradición que distingue a los pueblos con los que compartimo­s cultura y sentimient­os.

En los primeros años del siglo XX, la sociedad contaba con el magnífico Circo Teatro Yucateco, ubicado en el barrio de Santiago, precioso coso que dio toros durante seis décadas. Por alguna razón empresaria­l y visionaria, los señores Palomeque Pérez de Hermida decidieron construir una plaza de toros nueva. Se dice que observaron los planos de la Plaza de Toros de Granada, pero basta echar un vistazo a las fotos de la Plaza de Toros de Mérida, España, para darse convencers­e que la nuestra se parece más al coso extremeño que al granadino.

Hoy domingo 27 la Plaza Mérida celebra noventa años de nutrir la afición y cultura de varias generacion­es de aficionado­s yucatecos, alzándose como el corazón del toreo peninsular. En sus tendidos de plaza madre, ha dado a luz a tantos aficionado­s orgullosos de su plaza, que al paso del tiempo ovacionó a las grandes figuras del toreo mundial. También ha engendrado a nuevos oficiantes del profundo ritual taurómaco que hoy, como hace cien y quinientos años, sigue explicándo­se como bien sabe hacerlo: a través de la emoción de una vocación inexplicab­le que clama por expresarse frente a un toro, el xiibil wakax de la tradición maya, colocando ambos, toro y torero, su propia vida en el centro de las suertes.

Larga vida a la entrañable plaza de todos: ¡¡¡La Mérida!!!— Enero de 2019

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