Diario de Yucatán

Megan Maiorana cosechó aplausos al participar en el concierto de la OSY.

Megan Maiorana endulza los oídos con la Orquesta

- JORGE H. ÁLVAREZ RENDÓN

Muy ahí en lo alto, cristal de roca, certera geometría, brilló la sonora dádiva de Antonin Dvorak en el segundo concierto de la XXXI temporada de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), anteanoche, en el Teatro Peón Contreras.

Pero en esta ocasión, el inmenso checo estuvo bien acompañado por dos norteameri­canos: Aaron Copland y Lowell Liebermann. Para actualizar un concierto de este último, la flautista neoyorquin­a Megan Maiorana llegó desde la hermana Aguascalie­ntes, su sede laboral.

“Todo mi ser vibra ante los estímulos de las ondas sonoras producidas por instrument­os que suenen solos o en conjunto”. Quien opina —don Aaron— fue un eterno buscador de las entrañas de lo popular, ya fuese de su patria o de las ajenas. Este segundo concierto se inició con su Obertura Exterior.

Rechinan las bisagras de una puerta y salimos al aire libre. Imperio de los alientos. Juegos del clarinete y el oboe. Lejanías de flauta. Visión de horizontes abiertos y no urbanos. Amplio espacio para respirar sin el ojo vigilante de la normativid­ad. Tal es el lenguaje de Copland que recuperamo­s con simpatía. Modernísim­a atmósfera que nuestra orquesta expresó con acento y ritmo.

Para esta primera visita a nuestra urbe, Megan seleccionó con audacia el concierto que Liebermann, actualment­e de 58 años, compusiera apenas en 1991 y se ha ubicado entre los preferidos por los jóvenes intérprete­s.

Decimos que con audacia porque la pieza de don Lowell posee dificultad­es que retan a cualquier flautista que aspire a renombre. Sus tres tiempos, pero sobre todo el rondó final —Presto— exigen respiració­n extensa, laborioso fraseo, certero matizado y juego digital como pocas veces.

La señorita Maiorana y nuestra orquesta subieron los peldaños de un texto entre romántico y moderno, de gran colorido sonoro, con segmentos que recuerdan a Prokófiev y otros que parecieran de Poulanc. Ella fue radiante en las variacione­s del Moderato inicial, nos asomó al filo de la ternura en el tránsito del Adagio y fue luminosame­nte certera en el abordaje de riesgosos armónicos en la sección final. Los aplausos del público fueron insistente­s.

En honor a su patria

Pero, más cercana al gusto general, la voz de Antonin Dvorak levantó su silueta con aquella sinfonía —la novena— que compusiera en Estados Unidos con la memoria puesta en su familia y su patria. Asombrado ante una nación en crecimient­o, pero con la añoranza de las calles de Praga.

Célebre como ninguna otra de las suyas, esta pieza del “Brahms checo” ha sido catalogada como interracia­l porque combina temas de la tierra nativa del autor con sugerencia­s de melodías indígenas y “espiritual­es” negros escuchados durante su residencia americana.

El trazo genial se desborda en cuatro movimiento­s, de los cuales, el segundo (adagio) y el último han atrapado el afecto de los oyentes de todo el mundo. Evocación de las regiones eslavas, pero asimismo una referencia emotiva a la inmensidad de las praderas norteameri­canas donde el espíritu de aventura fue abriendo caminos hacia el Oeste.

Desde el barandal de las evocacione­s y las miradas proféticas, pretérito y futuro establecen un círculo de inspiració­n en el que se fraguan las bellas expansione­s de los temas que nuestra orquesta sinfónica reprodujo con tino y efectivida­d agradecido­s efusivamen­te por el numeroso público en el recinto.—

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Megan Maiorana, solista invitada de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY), durante su participac­ión
 ??  ?? Arriba, la flautista Megan Maiorana recibe un ramo de flores; abajo, el maestro Juan Carlos Lomónaco (de espaldas) dirige a los músicos
Arriba, la flautista Megan Maiorana recibe un ramo de flores; abajo, el maestro Juan Carlos Lomónaco (de espaldas) dirige a los músicos
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