Mérida, ciudad racista
La discriminación a las personas de origen indígena se agravó con la llegada de flujos migratorios de varios estados del sur del país, señala un estudio.— “Naturalización”
La discriminación racial sigue siendo uno de los grandes problemas sociales de Mérida y también uno de sus tabúes más profundos. Es una conducta tan arraigada que se manifiesta en todos los ámbitos de la sociedad, lo mismo en instituciones gubernamentales que en servicios públicos y el sector privado.
Esta práctica vergonzosa que atenta contra la dignidad y los derechos humanos tiene por objeto principal a la población maya; sin embargo, en los últimos años su radio se ha extendido con la llegada de flujos migratorios indígenas de otros estados del país, como zapotecos, nahuas, mixes y tzotziles, entre otros.
“Mérida es una ciudad que perpetúa las condiciones históricas de segregación y exclusión”, señalan María Amalia Gracia y Jorge Enrique Horbath, investigadores de El Colegio de la Frontera Sur, en un riguroso estudio que analiza las condiciones de vida de los grupos indígenas que residen en la capital yucateca y muestra algunas de las formas en que se expresa esa discriminación en distintos espacios sociales e institucionales, como los escolares, del sector salud y laborales.
Políticas públicas
La investigación señala que de acuerdo con el Censo de Población de 2010 Mérida tenía 826,571 habitantes (42.5% de la población total de Yucatán), de los cuales 491,610 (59.4%) eran indígenas. La misma fuente indica que más del 10% de los meridanos de tres años y más habla alguna lengua originaria, maya la inmensa mayoría (94%), pero también chol, náhuatl, zapoteco, mixteco, huasteco, tzeltal, tzotzil, mixe, zoque y opoluca, que tienen proporciones que van del 1 al 0.1%.
No obstante su fuerte presencia en la ciudad, las personas de origen indígena son objeto de discriminación basada en representaciones heredadas que estigmatizan lo indígena-campesino y lo asocian a atributos negativos.
“Y esta segregación se refuerza con políticas públicas que no respetan las especificidades sociohistóricas, económicas, políticas y culturales de los integrantes de pueblos originarios, quienes experimentan una profunda desventaja para incorporarse a la vida de la ciudad”.
Desigualdad social
“En términos sociológicos, la discriminación es un fenómeno sociocultural basado en el prejuicio, estereotipo y estigma, atributos detractores generados a partir de las pautas y valores de una sociedad cuyos grupos dominantes buscan reproducir sus esquemas clasificatorios en el tiempo”, refiere el documento.
Se trata de un problema sociocultural complejo que reproduce la desigualdad y la exclusión social, agrega. “El imaginario social suele relacionar a los indígenas con atraso, ignorancia, pereza, suciedad, entre otros rasgos estigmatizantes que se vinculan a la construcción histórica del ‘indio como bárbaro’”. De acuerdo con los autores, uno de los motores de la discriminación es el racismo, que es una forma de hacer distinciones entre las personas en función de sus características físicas, de supuestas diferencias naturales o biológicas, su aspecto y lengua. Y pese a que está presente en todos lados y a todas horas, en Mérida el racismo no se reconoce abiertamente como tal, aunque no por ello deja de ser tan visible, dañino y generador de desigualdades como las discriminaciones más evidentes.
Flujo migratorio
La investigación observa que el auge económico que registra la ciudad desde hace algunos años ha atraído a muchos indígenas que se han incorporado al mercado laboral, en el comercio informal y la industria de la construcción, principalmente. “Junto con Cancún y Playa del Carmen, Mérida se ha convertido en un polo de atracción no sólo para indígenas provenientes de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, sino también en una zona vital de tránsito y residencia para migrantes provenientes de Chiapas, Tabasco, Veracruz y Centroamérica”.
Distribución
Datos censales revelan que la población indígena se concentra, sobre todo, en el “sur profundo” de Mérida. En la zona conurbada, Kanasín (sureste) y Caucel (noroeste) tienen proporciones de 25 a 45% de habitantes indígenas. De 53 a 100% tienen Texán de Palomeque (surponiente), Timucuy (suroriente) y San José Tzal (sur).
Dentro de la ciudad, la mayoría se concentra en tres asentamientos alejados del centro: San José Tecoh, Emiliano Zapata Sur y Melitón Salazar, colonias que, aunque no carecen de los servicios públicos que hay en el resto de la ciudad, tienen notorias deficiencias en pavimentación, alumbrado público, agua potable y recolección de basura.
Una de las mayores dificultades a que se enfrentan las familias indígenas en la ciudad es la vivienda, dicen. Normalmente se instalan en lugares que no siempre cuentan con los servicios públicos básicos y cerca de complejos industriales, instalaciones agropecuarias, cementerios, centros de readaptación social... que bajan el precio del suelo y lo tornan accesible.
Los grupos de reciente migración viven en condiciones todavía más adversas, como los tzotziles de Chiapas, que habitan en casas antiguas, sin agua ni baños, con solo un cuarto, en las que conviven hasta 20 personas. Este hacinamiento lleva a “situaciones tan sórdidas y graves como la trata de personas, sobre todo de niñas y mujeres jóvenes”.
Otro grave problema que señalan en sus testimonios es la inseguridad: robos violentos, agresiones entre vecinos, pandillerismo, mucho de lo cual se atribuye al alcoholismo y drogadicción. “Esto hace visible que las personas más vulnerables son las que experimentan con mayor crudeza las condiciones de violencia y pueden ser víctimas de distintos tipos de crímenes”.
Trabajo
El estudio también aborda la precariedad de sus trabajos y las bajas remuneraciones que reciben y que también revelan la desigualdad, discriminación e incumplimiento de sus expectativas, pues no reciben ingresos suficientes para sostener el hogar.
La oferta laboral del municipio que aparece en mamparas en los corredores del Palacio Municipal no atiende a las condiciones de acceso específicas de los indígenas, quienes la mayoría de las veces no cuentan con la documentación mínima (como credencial de elector), cartas de recomendación o redes de amistades y conocidos, señala.
“Lejos de cuestionar esta falta de garantías en el cumplimiento del derecho al trabajo, las autoridades naturalizan el tema y consideran que los indígenas no solicitan este tipo de empleos porque todos están en el ambulantaje debido a que carecen de estudios y papeles. “Esta naturalización es síntoma de la falta de reconocimiento de las instituciones de los pueblos originarios que viven en la ciudad, lo que también se observa en las políticas públicas que ignoran sus necesidades y particularidades culturales y los homogeneizan y engloban como población pobre que viene de los pueblos a instalarse en la ciudad”.
Conclusiones
En las consideraciones finales, los investigadores señalan que la expresión de discriminación más compartida por quienes fueron entrevistados es la falta de oportunidades respecto a la satisfacción de sus necesidades de trabajo, vivienda, salud y educación.
También subrayan que pese a que las políticas públicas realzan lo maya y han establecido planes para incorporar la lengua en las escuelas, la falta de reconocimiento al indígena actual y el racismo hacen que una de las expresiones más claras de discriminación siga siendo hablar en su lengua.
En Mérida se discrimina a los indígenas mayas, choles, amuzgos, tzotziles, tzeltales y nahuas por sus apellidos, por ser campesinos, por sus gustos, vestimenta, olor, porque son pobres. Esta discriminación se da en la escuela, el trabajo, los centros de salud y supone actitudes que van desde el rechazo y la palabra hiriente, hasta el arresto, el despido, la violencia en vía pública
Como conclusión, señalan que “para contrarrestar prácticas discriminatorias tan arraigadas es importante el reconocimiento público —sustentado en acciones y políticas— de la profunda desigualdad e injusticia frente a los pueblos indígenas”.—
“Se discrimina a los mayas, choles, amuzgos, tzotziles, tzeltales, nahuas por sus apellidos, por ser campesinos, por sus gustos, vestimenta, olor, porque son pobres