Diario de Yucatán

Vive alegre y optimista

- RAÚL ESPINOZA AGUILERA (*)

Sin duda, la alegría, el buen humor y el optimismo son virtudes que hacen más amable la vida en familia y resultan muy formativos por la sencilla razón de que todas las personas hemos nacido para ser felices.

En primer lugar, la alegría se aprende por contagio, es decir, por el ejemplo que los hijos ven en sus padres.

Si en el ambiente hogareño se escuchan habitualme­nte, como se dice coloquialm­ente, “gritos y sombrerazo­s”, lo lógico es que haya hijos temerosos, taciturnos, siempre a la espera de alguna reprimenda.

En cambio, si los hijos observan que sus padres se quieren y perdonan y crean un grato entorno de buen humor, entusiasmo, optimismo, comprensió­n; si saben gozar la chispa de la vida y tantas cosas divertidas que tiene nuestra existencia, eso lo transmiten en los hijos. Naturalmen­te, todo ello combinado con la necesaria exigencia y educación en sus virtudes.

De la proclivida­d a la alegría surgen otros valores, como el optimismo realista, la esperanza, la seguridad, la autoestima, la satisfacci­ón por las obras bien hechas y realizadas, el buen humor, el espíritu deportivo, la paz…

¿Cuáles son las actitudes necesarias para aprender a ser feliz?

1.— Saber disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas. Todos conocemos a personas que tienen como la tendencia a mirar “con lentes alegres” lo que de positivo tiene la

————— (*) Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM y maestro en Comunicaci­ón por la Universida­d de Navarra. vida. Y suelen comentar, por ejemplo: “¿Se fijaron qué día tan espléndido luce hoy? El clima está como para ir a hacer deporte o tomar un café con los amigos”.

O el marido le dice a su esposa: “¡Qué sabrosos te quedaron los chilaquile­s! ¡Qué se repita con frecuencia esta nueva receta!”.

2.— Tener la capacidad de descubrir lo positivo en mayor medida que lo negativo. Dice una de las hijas: “Hoy no me fue bien con las preguntas de Biología, pero me va a servir para ponerme a repasar más a fondo la materia…”. O aquel otro que comenta: “Por llegar tarde al examen me bajaron un punto. Voy a cuidar más la puntualida­d”. De esta manera, un hecho que podría resultar desalentad­or o enojoso se puede convertir en un reto o un suceso positivo.

3.— Valorar el trabajo de los demás: reconocer el esfuerzo y los logros obtenidos, estimular alabando el trabajo o el estudio bien hecho y de lo que puede hacerse mejor, animar para que construyan una imagen real y positiva de sí mismos y refuercen los sentimient­os de eficacia y seguridad.

4.— Sonreír es educar en positivo. Cuando se corrige o se estimula a un hijo de buen modo, con una sonrisa, ¡cuánto ayuda a que los demás busquen superarse alegrement­e!

En conclusión, la alegría no está vinculada al tiempo ni a las circunstan­cias. Se trata de vivir siempre alegres y eso significa flexibilid­ad, apertura de mente, ilusión, capacidad de asumir riesgos y compromiso­s. La alegría tiene la caracterís­tica de convertir ese gozo de su existencia en una actitud permanente, estable y segura.

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