Diario de Yucatán

Un mito y porras

- CARLOS LORET DE MOLA (*)

En el discurso, la Guardia Nacional se convirtió en la solución mágica a la que se han aferrado la administra­ción federal y los gobiernos estatales.

Los gobernador­es de estados en los que la violencia está fuera de control repiten que van a pedir que les ayude la Guardia Nacional.

Se ha vuelto un mito, un anhelo frente al incremento de la insegurida­d.

Las cifras oficiales y de organizaci­ones civiles coinciden en mostrarlo, las imágenes desgarrado­ras de cada semana lo acentúan y el miedo de la sociedad, más que fundado por lo que ve y enfrenta a diario, lo sella: la violencia va al alza.

No es una batalla política ni de percepcion­es. Es la realidad. Negarla desde la autoridad no la va a desaparece­r, pero sí dificultar­á modificarl­a para bien.

De los lemas de campaña “abrazos, no balazos”, “becarios sí, sicarios no” y el rechazo a la militariza­ción del combate a la delincuenc­ia se pasó al diseño de un modelo que profundiza­ba la participac­ión castrense, con una fachada civil que está por verse si es creíble.

Al comenzar a construirs­e, el gobierno federal, acorralado por la amenaza arancelari­a de Estados Unidos, decidió que la primera y más importante misión de la Guardia Nacional, con la que se estrena y será medida su efectivida­d, no tiene que ver con su propósito inicial y central de bajar la insegurida­d, sino que será desviada a contener el flujo migratorio desde la frontera sur del país, por un compromiso con Estados Unidos.

De los principios de no intervenci­ón, no militariza­ción y sí migración que enarboló el movimiento político que hoy está en el poder, ya no quedan ni las cenizas.

Pero lo cierto es que hoy por hoy la Guardia Nacional no existe. Lo que hay es un despliegue de soldados y marinos, acompañado­s de elementos de una desmantela­da Policía Federal.

El mito se desmorona. La insegurida­d crece. Y desde la mañanera se cree que la exigencia de una sociedad con miedo es pura grilla de colores partidista­s.

La Ciudad de México dio un primer paso que indica el entendimie­nto de que no es así, al cambiar mandos de su estructura policiaca. No es poca paradoja que hayan llamado a un policía estrella del sexenio de Peña Nieto para salvar la causa. Quizá otros gobiernos deben seguir el ejemplo de la capital, pragmática en tratar de dar resultados con sus propios medios frente a la crisis que le estalla.

Porque la Guardia aún no existe. Y si su mando era confuso de origen, hoy lo es más con las nuevas tareas.

Las imágenes de familias acribillad­as en una fiesta en Minatitlán, de líderes de comerciant­es baleados en la plaza de armas de Cuernavaca o de un bebé agonizante junto a su madre muerta en una calle de Tlalpan no desaparece­rán con invocacion­es a mitos ni con porras partidista­s en un mitin.— Ciudad de México ————— (*) Conductor del noticiario matutino “Despierta”

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