Hacerle frente al clericalismo
Uno de los principales retos de la Iglesia en su búsqueda de renovación es liberarse del clericalismo, una tentación marcada por la separación errónea y destructiva del clero, una especie de visión excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder a ejercitar.
Muchos son los testimonios de sacerdotes, religiosos y laicos que atraídos por esa tentación comienzan a distanciarse
————— (*) Seminarista católico de las personas y de la Iglesia, cambiando su trato bajo la pretensión de creer poseer todas las respuestas sin necesidad de escuchar.
El clericalismo conduce también a conductas contrarias a un espíritu cristiano, se dan muestras de signos de superioridad, apego por los bienes, el control, la posesión, el rigurismo moral, minimizando el buen espíritu de servicio gratuito y generoso a ofrecer.
¿Cuántas veces no hemos visto alejarse a tantas familias y fieles de la comunidad viva de la Iglesia por causa de estas conductas?
En pasados días celebramos la memoria del apóstol Bernabé, considerado por los propios apóstoles como un hombre de bien lleno de Espíritu Santo y de fe, un hombre que con generosidad vendió sus bienes y entregó lo recibido a los Apóstoles para las necesidades de la comunidad (Hch 4,37).
Este testimonio, como el de tanto otros, de quien sigue de manera gratuita, desinteresada y en libertad a Jesús, simbolizan una gran luz para ayudarnos a vivir con autenticidad nuestro encuentro con Cristo, para comprometernos en la evangelización y seguir construyendo una sociedad más justa y equitativa.
Es tiempo para todos nosotros de revalorizar las actitudes que nos acompañan a la hora de participar en la comunidad no solo de la Iglesia sino en la comunidad humana, de autoexaminarnos y cuestionarnos si nuestras conductas edifican o destruyen la comunidad del reino querida por Dios.
Conviene recordar lo que escribía san Josemaría Escrivá en sus conversaciones (punto 47): “Me gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre sino en la conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo y comprendo que —junto a un anticlericalismo malo— hay también un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos”.