El arzobispo emérito de Yucatán, monseñor Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, conmemora hoy el 54o. aniversario de su ordenación sacerdotal.
Muy queridos amigos y hermanos y hermanas:
Un saludo con grande afecto y pidiendo al Señor Jesús les conceda abundancia de bendiciones.
Deseo comunicarles la grande alegría y gratitud de llegar a celebrar hoy 3 de julio, día de Santo Tomás Apóstol, mi 54o. aniversario como sacerdote.
Tuve el don de ser ordenado sacerdote por el ministerio del Santo Padre San Pablo VI en la Basílica de San Pedro en Roma el 3 de julio de 1966. Fuimos 72 que recibimos este maravilloso don en ese inolvidable acontecimiento. También fue beneficiado con él el cardenal Norberto Rivera Carrera.
Tuve además la dicha que estuvieran presentes mis papás, mi única hermana y su esposo para hacer así de este don una emoción enorme y compartida con la familia.
Lo primero que debo meditar es: “El Señor Jesús me eligió” (Lc 4, 18). Es el misterio de su amor electivo. Entre tantos con cualidades, capacidades y preparación y sin embargo su mirada se dirigió a uno y me invitó: “sígueme”.
Como dice el santo padre San Juan Pablo II: “Desde entonces cada día mi fe ha podido reconocer en el pan y el vino consagrados al Divino
————— (*) Arzobispo emérito de Yucatán
Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a luz y el corazón a la esperanza (Lc 24, 3.35).
En la Eucaristía que celebramos cada día con grande emoción y gratitud “está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda de fe al que todo hombre, aunque sea inconscientemente espera” (EE 59).
Nosotros también, siguiendo el ejemplo de Pedro, le hemos dicho a nuestro Señor: “¿a quién iremos si solo Tú tienes palabra de vida eterna?” (Jn 6, 68).
Quisiera celebrar este día de gratitud enorme muy en comunión con los sentimientos de la Virgen María, en quien el misterio de la presencia de Cristo fue un don, una elección privilegiada, un inmenso signo de amor, y ella en el “Amor a Cristo” es Madre y Maestra, habiendo sido elegida como su madre por la bondad de Dios. Nadie como ella para guiarnos en nuestra gratitud para llevarnos de la mano al reconocimiento y vibrar nuestro corazón en sintonía con el gozo de su corazón rebosante de agradecimiento.
Uno reflexiona que Jesucristo nos envía a ser testigos de su amor, ministros de los sacramentos, con un corazón totalmente entregado y exclusivamente a Él, para hacernos cercano a todos, en esa disponibilidad multifacética que conforma el ministerio sacerdotal para intentar cumplir ese anhelo de ser “todo para todos”, como lo expresa el Apóstol Pablo.
Cristo también nos pide vivir en comunión con los sentimientos de la Santísima Virgen María y escuchar su palabra, atender la invitación de su ejemplo, aceptando el reto de sus actitudes, y el ejemplo estimulante de sus actuaciones y ahí en la intimidad Eucarística de cada día para decirle que la gracia del Espíritu nos conceda el don de crecer y profundizar en el amor a Cristo, guiados y llevados de la mano por María, tratando de imitarla en todo.
El desafío es hacer de nuestra experiencia de vida sacerdotal un seguir a Cristo con los sentimientos del corazón de María, en la plena sintonía con la actitud del Magníficat, de gozo y gratitud. Así sea.
Como fruto de la gracia y de nuestra generosa fidelidad, digámosle al Señor cumplí tu deseo: “Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 10).
Agradezco a todos los que, con su palabra, consejo, sugerencias, y signos de afecto, alimentan y apoyan mi experiencia personal de entrega-fidelidad-generosidad en el seguimiento sacerdotal a Cristo, Nuestro Señor.
El Señor Jesús los bendiga y recompense.