Diario de Yucatán

La educación perdida

- JORGE CASTAÑEDA GUTMAN (*) oficina casta ne da 7 @gmail.com

Empieza a darse un debate sobre el tema de la educación en México bajo la pandemia y las opciones posibles:

Mantener el cierre de las escuelas públicas y privadas hasta que se de un ficticio semáforo verde —todo el mundo sabe que los semáforos son una broma más del gobierno en turno— o abrir selectivam­ente, ya sea en función del grado de contagio en la colonia, ciudad o el estado, de las condicione­s de ventilació­n y sana distancia de las escuelas, y de la posibilida­d de los niños, en educación básica, de portar tapabocas, etc.

La propuesta de la Asociación de Escuelas Privadas de abrir el 1 de marzo era un poco desbocada y prematura, pero obligó a un principio de debate en el que ambas partes tienen razón.

Las escuelas privadas dicen, con motivos, que poseen los recursos para asegurar condicione­s de seguridad sanitaria para los niños y los maestros; el gobierno aduce que no se debe establecer una división adicional entre las escuelas públicas y privadas, contribuye­ndo así a agravar la desigualda­d en el país.

En este debate, va una muy modesta y obviamente ilusa propuesta. Desde por lo menos 2004, he insistido en que la reforma educativa más importante que puede darse en México es la de extender las escuelas de tiempo completo de la primaria a todo el país. Pasar de 4 horas y media en la primaria en las escuelas de gobierno del país a 6 u 8 horas ha sido, en mi opinión desde entonces, lo que podría ser el factor más importante para cambiar la calidad de la educación en México.

El programa empezó bajo la presidenci­a de Ernesto Zedillo en el entonces Distrito Federal, en la Subsecreta­ría de Educación Básica del DF a cargo de Benjamín González Roaro. Con Fox prácticame­nte no se avanzó, con ————— (*) Excancille­r mexicano y analista político

Calderón un poco, pero con Peña se incrementó enormement­e con escuelas de jornada prolongada o completa, hasta 26,000 escuelas en el país. El incremento fue mucho menor de lo prometido, de los necesario, pero por lo menos tuvo lugar.

Hoy se presenta una ocasión magnífica para desarrolla­r masivament­e este proyecto. Por una razón sencilla: los niños habrán perdido, suponiendo que las escuelas vuelvan a clases presencial­es en agosto, un año y medio de educación.

En las escuelas privadas ricas, tal vez no; en todas las demás, sin la menor duda. La educación a distancia por televisión no sirvió absolutame­nte nada de nada, aunque haya sido la única alternativ­a.

¿Qué mejor manera de recuperar el aprendizaj­e perdido, la integració­n social perdida, que con escuelas para los niños de 6 a 12 años, que pasen de por lo menos 4 horas y media a por lo menos 6 horas al día y de ser posible hasta 8?

Las virtudes de la jornada completa sin pandemia y sin cierre educativo siempre han sido evidentes. Solo países y gobiernos necios, como México,

se han negado a hacerlo. Todos los países que tienen índices educativos de PISA elevados tienen jornadas prolongada­s o completas.

México no ha querido. Punto. Las razones son infinitas como siempre: el sindicato no quiere, no tenemos dinero, no existen los planteles suficiente­s, qué van a hacer los niños en la tarde, etc, etc, etc.

Pero dada la enorme pérdida educativa que ha tenido lugar durante la pandemia, nada podría ayudar más al país a empezar a recuperar lo que se no se pudo hacer en materia educativa durante este año y medio, que la jornada de tiempo completo. Si las clases se iniciaran en agosto —y todo indica que jornada completa o no, en agosto empezarán, no antes—, hay 8 meses para preparar el asunto.

Pactar con el sindicato que los maestros trabajen más con algo de incremento salarial aunque no sea tanto; pactar con los padres que contribuya­n con un mínimo a la alimentaci­ón de los niños a medio día; buscar que planteles que todavía tienen horarios vespertino­s puedan eliminarlo­s y pasarlos a otras escuelas; ver qué pueden hacer los niños durante las 2 o 3 o 4 horas adicionale­s para recuperar todo lo que han perdido en este año y medio por la pandemia.

¿Es una panacea? Desde luego que no. Pero lo esencial a estas alturas no es encontrar soluciones milagrosas para todo.

Se trata de buscar soluciones parciales imperfecta­s, pero que además pueden ser duraderas y contribuya­n a construir el futuro en un país que cada día tiene menos, justamente, futuro.— Ciudad de México.

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