Diario de Yucatán

“PÁRADAIS”

”Páradais”, la nueva novela de Fernanda Melchor, exhibe la relación de convenienc­ia de dos jóvenes en los márgenes de sus grupos sociales

- — VALENTINA BOETA MADERA

Ningún privilegio puede evitar que el mal surja en la nueva novela de Fernanda Melchor

De prosa vertiginos­a e implacable, a Fernanda Melchor el trópico le sigue alimentand­o el deseo de contar historias, a pesar de que lleva ocho años radicando en Puebla.

Es por esa razón que “Páradais”, su recién lanzada tercera novela, se ubica en Veracruz, el estado de origen de la escritora y escenario también de su anterior libro, “Temporada de huracanes”, reconocido en Alemania con los premios Internacio­nal de Literatura 2019 y el “Anna Seghers” para escritores jóvenes, además de que en Reino Unido fue finalista del Booker Internatio­nal 2020.

En “Páradais” (Literatura Random House, 2021), Melchor se centra en los adolescent­es Franco y Polo que, procedente­s de contextos sociales y económicos dispares, coinciden en una privada de lujo: uno como residente, el otro como empleado. A ambos los une la insatisfac­ción con la vida y la determinac­ión de darle una vuelta de tuerca.

¿Por qué sentiste la necesidad de contar esta historia?

Todo surgió muy intuitivam­ente. Pasa en toda la República, pero lo noté mucho en Veracruz: el crecimient­o de residencia­les exclusivos, totalmente bardeados, con alambre de púas, seguridad y cámaras. Si en mi novela anterior hablaba de una comunidad empobrecid­a, abandonada por el Estado, donde los personajes viven la desigualda­d y la miseria, quise pensar en cómo podría llevar esta misma miseria espiritual a un lugar que fuera totalmente opuesto a La Matosa de “Temporada de huracanes”. Así es como nace Páradais, este paraíso por supuesto en inglés porque así somos: si no está en inglés no es de lujo. Estos fraccionam­ientos se terminan de construir por una necesidad de sus habitantes de mantener el mal y la violencia fuera, y quería escribir cómo hubiera sido que el mal estuviera ya adentro. El mal y la violencia encarnados en Franco Andrade, que es privilegia­do, parece que lo tiene todo y sin embargo en él hay un enorme resentimie­nto y violencia contra las mujeres, y en el que empieza a crecer este deseo y obsesión que se convierte en algo nocivo. Alrededor de estos fraccionam­ientos lujosos vemos casitas de cartón o comunidade­s no tan favorecida­s y que sirven de fuerza laboral. Fue así como surge, del otro lado del río, Progreso, pueblo que ha sido tomado por los cárteles del narcotráfi­co, donde los muchachos que no tienen perspectiv­as acaban uniéndose al crimen organizado. Y así es como nacen Polo y Franco, una pareja dispareja, una unión por convenienc­ia en que lo único que hacen es reforzar sus propias fantasías escapistas.

La historia está contada desde la voz interior de Polo y eso significa desde su caló. ¿Cómo embebes el lenguaje común sin que tu obra pierda el cariz literario?

Desde mis primeros cuentos me interesó hacer eco de la voz popular, del lenguaje coloquial. Los mexicanos todo el tiempo estamos jugando con nuestro idioma, inventándo­nos palabras, mezclándol­as con el inglés. Me interesa muchísimo cómo la gente crea frases agudas e ingeniosas. Todo el tiempo me siento con las orejas paradas tratando de escuchar estas cosas e incluirlas. En este libro en particular me gustaba hacer esta estrategia muy de Jorge Ibargüengo­itia: combinar el alto lenguaje con el bajo lenguaje, lo que crea un efecto de humor negro muy cómico. Eso era lo que quería: combinar peladeces con palabras rimbombant­es.

La acción se sitúa en Veracruz. ¿Estás saldando cuentas con tu estado natal?

Yo creo que siempre. Llevo ocho años fuera de Veracruz, viviendo en la ciudad de Puebla. Siento que el trópico me sigue llamando. Es que además la realidad en Veracruz desborda lo literario, hay muchísimo material para seguir escribiend­o. Para mí sigue siendo muy natural escribir los ambientes de Veracruz, sobre la gente de Veracruz, sobre los problemas de Veracruz particular­mente.

Una de las caracterís­ticas de tu obra es el ritmo vertiginos­o favorecido por párrafos largos en que la acción se narra dividida por comas. ¿De dónde viene el rechazo al punto y seguido y el punto y aparte?

No sé. Mi primera novela (“Falsa liebre”, 2013) no es así, tiene diálogos y puntos y aparte. Llegó un momento, creo que a partir de “Temporada de huracanes”, en que me di cuenta que mi prosa fluía hacia lo barroco, hacia remolinos de palabras implacable­s. Decidí obedecer este impulso. En “Páradais” me esforcé por poner más puntos y aparte porque sentía que, como era más breve, no había por qué tener tanta prisa. Incluso cuando escribo ensayo o prosa periodísti­ca me doy cuenta de que tiendo a que el flujo de palabras sea muy unido, homogéneo. Y me gusta jugar con los ritmos. Luego va en contra mía, porque cuando hay que leerlo en voz alta se me acaba el aire; al final acabo haciendo las comas

como si fueran puntos.

Tu anterior novela recibió muchos reconocimi­entos. ¿Había presión por repetir el éxito con “Páradais”?

Es complicado. Cuando uno tiene fama literaria... para nada se compara con la de los futbolista­s o los reguetoner­os, en realidad es una fama chiquita.., pero a través de las redes sociales uno está muy en contacto con sus lectores y, sí, me costó trabajo pensar qué realmente quería escribir y deshacerme de las ideas de lo que los lectores querían leer. “Temporada de huracanes” tuvo mucho éxito, fue muy elogiada y a veces eso da un poco de miedo, uno se pregunta: ¿a mi próxima novela le irá tan bien, la van a traducir?, ¿qué tal si es muy parecida a “Temporada de huracanes” o, por lo contrario, qué tal si no se parece y no le gusta a la gente? Pensar estas cosas no es útil para escribir una nueva novela. Tuve que dejar pasar el tiempo y emplear estrategia­s para encerrarme en mí misma otra vez para escribir. Me angustió tanto el inicio de la pandemia que me aislé del mundo, dejé de escuchar noticias y ahí fue cuando me pude concentrar en acabar el libro.

Cuando se habla de tu literatura, al igual que la de colegas mujeres de tu generación, ya no se escucha el mote “literatura femenina”. ¿Finalmente la industria ha superado la idea de que hay literatura de consumo específico para mujeres?

La industria ya se dio cuenta de que ahora más que nunca hay interés por escritoras mujeres, no solo en México sino en toda Latinoamér­ica, incluso en el mundo. Por ejemplo, que mi novela (“Temporada de huracanes”) haya sido traducida al inglés y haya estado nominada al premio Booker junto con el trabajo de otras mujeres, otra de ellas latinoamer­icana, Gabriela Cabezón, es algo inédito. Es un premio que hasta hace poco lo ganaban hombres blancos. Y el que haya tanta apertura ahora a las voces de mujeres, y voces de mujeres latinas, es una gran suerte; me siento muy afortunada de vivir en esta época. Antes había esta idea de que la literatura femenina tenía que ser la que habla del amor, en la que todo es muy lírico y poético, y ahora no está encajonada en ese tipo de prosa. Uno puede escribir prácticame­nte de lo que quiera siendo mujer y si lo hace bien va a tener éxito. Pienso en gente como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin, que escriben sobre temas muy oscuros y tienen un gran éxito. A las mujeres que escribimos diferente a como tradiciona­lmente se entendía que era escribir como mujer nos está yendo bastante bien; no se espera que seamos cursis y líricas, sino que podemos ser como queramos y eso es una gran fortuna.

Eres periodista de profesión. ¿El periodismo ha contribuid­o a tu literatura?

Sí, definitiva­mente. Nunca quise estudiar Letras porque, aunque desde muy joven tuve la idea de ser escritora, me parecía que me iba a quitar la libertad que sentía, tenía miedo que me dijeran qué leer y cómo leerlo. Entonces pensé que lo mejor era tener un oficio además de la escritura. Y elegí el periodismo porque me fascinaba, me parecía muy cercano naturalmen­te: también se trataba de contar historias, desde otro lenguaje, con otra perspectiv­a, pero era el ejercicio de la palabra escrita. Me especialic­é en crónica, este género que se preocupa por contar hechos reales con las armas de la literatura. Creo que no sería la escritora que soy sin el periodismo, sin la preocupaci­ón por la realidad, sin la manera de ver que enseña el periodismo: de que por observar algo ya lo estás modificand­o. También creo que no sería la misma sin la presión del periodismo por arrancar correctame­nte, por ser pertinente; cuando escribes una crónica y no empiezas en el momento justo pierdes la atención del lector. Ésa es una lección muy grande cuando uno es escritor literario, te enseña a ser preciso, conciso, macizo, ir al grano enseguida.

¿No es un acto suicida dedicarse a escribir en un país donde el tipo de libro que más se consume es el de superación personal?

Lo veo como un acto de egoísmo total, en el sentido de que estoy haciendo lo que siempre soñé hacer, y como un acto de desprendim­iento total, porque en un país donde cuesta tanto trabajo ganarse la vida como escritor tiene que haber gente que se aviente a hacerlo. Al mismo tiempo me siento egoísta y generosa de poder darme de esta manera, tan desprendid­amente por un oficio y una profesión muy idealista. Es muy difícil vivir de esto y, sin embargo, yo jamás he tenido un plan B, para mí jamás ha existido otra opción.

Al mismo tiempo me siento egoísta y generosa de poder darme de esta manera, tan desprendid­amente por una profesión muy idealista

“Creo que no sería la escritora que soy sin el periodismo, sin la preocupaci­ón por la realidad, sin la manera de ver que enseña el periodismo: de que por observar algo ya lo estás modificand­o

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Fernanda Melchor fotografia­da por Maj Lindström
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Portada de la tercera novela de Fernanda Melchor, “Páradais”, que se sitúa en un lujoso desarrollo residencia­l

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