La literatura ordena el caos
Desde mi propia experiencia de escritor aprendiz, luego de 25 años de crear y publicar, debo decir que la literatura ordenó mis ideas desde el primer día en que coincidimos (ella y yo), como dos viejos amantes olvidados por el tiempo.
Era 1987 y yo caminaba por la avenida Cuauhtémoc de Ciudad de México, antes Distrito Federal. Un par de carpas callejeras me obstaculizaban el paso. Ahora me doy cuenta que existen obstáculos que tienen un propósito en nuestras vidas, aparecen de manera insospechada para atraparnos momentáneamente y conectarnos con nuestro destino. Eran mesas de libros en venta.
Hasta ese momento los libros y un servidor habíamos vivido en vecindarios distintos; no nos habían presentado. En efecto, soy un lector-escritor tardío. Recuerdo a mi maestro y tutor Daniel Sada contarnos: “Yo tendría como ocho años cuando comencé a escribir sonetos, leía a Garcilaso de la Vega, a Espronceda, a Góngora, etc., etc.” Todos enmudecíamos, y dado que ni idea teníamos de quiénes eran esos tipos, era mejor guardar silencio.
Y entonces… ¿Qué nos sucedió? ¿En qué parte del camino fue que nos extraviamos? Porque hasta donde puedo recordar (luego de veinte años de impartir talleres de creación literaria), no son lecturas a donde acudan las promesas literarias de nuestro tiempo. Más bien creo entender que el “aula” didáctica de esta generación de escritores en formación, es “Harry Potter” y un desfile ————— (*) Escritor interminable de “Best sellers”. Anhelan escribir como Rowlin, y por supuesto, quieren también el éxito que tiene Rowlin.
En esa hilera de mesas repletas de libros, uno solo me encontró. Y a pesar de haber cumplido veinte años, nunca había leído un libro de verdadera literatura. Mi génesis como lector sucedió ese día con Herman Hesse. Resultó imposible olvidar “La ruta interior”.
Allí se ordenó el caos que había en mis pensamientos. El paradigma cambió. Mi forma de ver la literatura tenía ahora otra perspectiva.
Dos tutores marcaron mi derrotero. Dos figuras importantes en el escenario de la literatura dejaron una marca indeleble en mi espectro literario. Hablo de don Edmundo Valadés, fundador de la revista internacional “El cuento”. En cuyos talleres literarios aprendí a construir historias a partir de la importancia que tiene la anécdota.
Me refiero también a Daniel Sada, escritor extremadamente riguroso con el lenguaje y las formas, un verdadero artesano de la palabra. Durante los cuatro años que participé en sus talleres (dato curioso, pero las sedes siempre fueron museos, San Carlos, Estudio Diego Rivera, etc.), el énfasis era siempre el lenguaje, la palabra, el uso de adecuado de recursos.
Daniel obtuvo el premio Xavier Villaurrutia en el año 1992 por su novela “Registro de causantes”.
Cuando Carlos Fuentes presentó la novela breve de Sada “Una de dos”, en Madrid, dijo: “Sada será una revelación para los escritores españoles y para la literatura mundial”. Daniel
Sada nos dejó el 18 de noviembre de 2011, conteniendo aún en su interior, un mundo literario sin revelar. Don Edmundo Valadés partió un 30 de noviembre de 1994. Ambos contribuyeron a ordenar en cierto grado, el caos creativo de este que les habla…
Ahora estoy convencido de que una de las mayores contribuciones de la literatura universal a la humanidad, es la de habernos mostrado el mundo desde la otra perspectiva, una que desde la narratología moderna, nos permite observar los acontecimientos con mayor orden sistémico.
La literatura constituye la otra mirada, la vuelta de tuerca, que de no ser por el autor, jamás hubiésemos considerado de valor. Sin embargo, aún no logramos asimilar el efecto positivo que posee un libro o una historia, sobre nuestro fragmentado pensamiento. La literatura reagrupa y unifica los procesos cognitivos; además, integra a la inteligencia el valor agregado de las sinapsis que ocurren mientras leemos y unimos los puntos.
Cuando leemos un cuento, una novela, un poema, un ensayo, una crónica, etc., estamos aproximándonos a un mundo creado en un orden y con una intención definida. Cada obra contiene de manera condensada una vida, un microcosmos.
Adolfo Bioy Casares lo dijo de esta forma: “Creo que vale la pena leer porque los libros ocultan países maravillosos que ignoramos, contienen experiencias que no hemos vivido jamás. Uno es indudablemente más rico después de la lectura”.— Mérida, Yucatán.