Randy Arozarena deleita en el penal
El cubano juega un partido con los reclusos locales
Randy Arozarena regresó al Centro de Readaptación Social de Mérida. Esta vez, como gesto de cortesía y amistad, para jugar un partido del rey de los deportes.
Poco después de las 11 horas del 12 de febrero, el novato sensación de las Ligas Mayores de Béisbol comenzó un día que fue especial en el reclusorio meridano.
Ataviado con su ropa de entrenamiento y cubrebocas, el número 56 de las Rayas de Tampa Bay ingresó al recinto cumpliendo todos los protocolos de sanidad que determina la Secretaría de Salud (SSY) por la pandemia, y caminó por el pasillo principal mientras los custodios le abrían los candados, uno a uno, hasta llegar al área general que conduce al campo deportivo.
El escenario con el fondo de torretas y concertina no resultó nuevo, pues en 2015, protagonizó otro encuentro en el mismo lugar, cuando jugaba en la Liga Meridana, antes de que su capacidad y talento lo llevaran a la Mexicana y, de ahí, a la Gran Carpa con los Cardenales de San Luis. Actualmente está en el campo de entrenamiento de las Rayas de Tampa Bay, tras vacacionar el fin de año en Mérida, donde se casó y también tuvo un episodio personal de controversia que terminó en una detención.
Sus contrincantes, personas privadas de su libertad, no salían del asombro cuando lo vieron cruzar el terreno; con la sencillez que lo caracteriza, devolvía saludos a distancia, a quienes nunca imaginaron compartir diamante con el Jugador Más valioso de la Serie de Campeonato de la Liga Americana de 2020, en la que sorprendió al mundo con 10 jonrones y 14 carreras impulsadas en playoffs.
De acuerdo con un comunicado del gobierno estatal, después de la bienvenida, acomodó su bolsa deportiva, otra con varios bates, un guante y una caja con pelotas que luego obsequió; cerca de él, su asistente prestaba atención a cualquier detalle que hiciera falta. Después, tomó un bate y calentó un poco para cuidar sus brazos.
Al entrar al campo, desató aplausos y el nerviosismo de quien iba a lanzar… No quisiera nadie estar en sus zapatos. Se acomodó, puso la mirada en el pítcher y, bien afianzado en tierra, se dispuso a batear, pero sólo estaba calentando; al principio, se conformó con responder algunas pelotas y dejó pasar otras. Lo mejor todavía estaba por llegar.
El sello de la casa
Para la tercera entrada, en su turno a la ofensiva, hizo lo que mejor sabe: batear cuadrangulares. Con sonoro estacazo, respondió al segundo lanzamiento y sacó la bola por el jardín izquierdo, cerca del módulo B2 del lugar, un edificio habitacional. Hasta los integrantes del equipo contrario unieron las palmas al presenciar en primera fila el sello del astro, sin pagar boleto de Grandes Ligas.
En el cuarto episodio, bateó un sencillo que lo colocó rápidamente en primera base; no conforme, buscó la oportunidad de robar la segunda en un leve descuido y, haciendo gala de su velocidad y estatura, tomó la posición sin necesidad de barrerse. En el quinto, volvió a volar la pelota, ahora hacia el lado derecho; de nuevo, alegría y celebración, con fondo de barda y torretas.
Al término de la séptima entrada, el marcador se encontraba empatado a seis, pero un hit produjo que el hombre en tercera alcanzara home en medio de una corretiza, entre aplausos y gritos de apoyo de Randy, que atestiguaba la victoria de su equipo con siete carreras.
Ese día, la figura internacional lanzó, bateó, robó en dos ocasiones la segunda base y, sobre todo, se divirtió como un niño; quizá la próxima vez que anote un jonrón en Grandes Ligas, se acuerde de los muros que separan a tantos de su libertad.