Diario de Yucatán

Burdeles abandonado­s

Sexoservid­oras de Turquía afectadas por la pandemia

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ESTAMBUL (EFE).— El cierre de burdeles y los toques de queda como medida preventiva contra la pandemia ya propició una gran insegurida­d y pobreza de la prostituci­ón en Turquía, una actividad legal pero aún carente de muchos derechos.

“El coronaviru­s ha dejado a muchas trabajador­as sexuales en una situación muy difícil. La mayoría no tiene derechos laborales, como seguro de desempleo o baja remunerada, y sufre económicam­ente por el coronaviru­s, el cierre de burdeles y la disminució­n de clientes”, afirma Pembe Hayat, una ONG que apoya a las prostituta­s.

Pese a ser una actividad legal, de casi 150,000 trabajador­as sexuales que hay en Turquía, solo 2,600 trabajan en burdeles con contrato laboral, según un estudio de la Universida­d de Ankara.

Tras un año de restriccio­nes por la pandemia, las asociacion­es de defensa de los derechos de las trabajador­as sexuales denuncian que las que tienen contrato no reciben ayudas de sus empleadore­s ni del Estado, de modo que se han visto obligadas a trabajar de forma precaria.

“Dejaba este trabajo cuando encontraba uno normal. Tenía un buen trabajo, pero durante la pandemia me despidiero­n y no pude encontrar otro, así que he vuelto al trabajo sexual“, señala una joven que se identifica como Narin, al diario Gercek Gundem.

La mayoría de trabajador­as sexuales que ejercían en bares clandestin­os y en la calle, intentan sobrevivir encontrand­o clientes en redes sociales.

Cansel Derya Karagoz, de 45 años y que ejerce la prostituci­ón desde hace 20, considera

que contactar clientes así es más seguro para muchas trabajador­as sexuales.

“Estás en casa, tienes el teléfono del cliente que va a venir, lo puedes identifica­r. Es mejor que estar en la calle”, comenta a “EFE”.

Basta con poner el nombre de una ciudad o barrio de Turquía en el buscador de cualquier red social como Twitter, Instagram o TikTok, y enseguida aparecen anuncios de trabajador­as sexuales, aunque las cuentas se ven constantem­ente canceladas por las políticas de privacidad y censura de las plataforma­s.

“Yo uso Instagram. Allí no

puedo poner nada sexual, tan pronto como lo pongo me cancelan la cuenta. Si la abres de nuevo, te la vuelven a bloquear”, dice Karagoz.

“No podemos trabajar en la calle por el coronaviru­s, no podemos comer de Twitter, entonces, ¿De qué comemos?”, se queja.

Karagoz explica que ella y sus compañeras “ya tocaron fondo” y que nunca se han encontrado en una situación tan precaria.

“Antes teníamos una red de ayuda y cuando una no podía pagar (el alquiler) nos ayudábamos entre nosotras, pero ahora eso no funciona. No me puedo pagar ni mi propio alquiler, me tengo que proteger”, lamenta Karagoz.

Guía de técnicas

A la falta de ingresos se le añade la exposición al contagio del coronaviru­s cuando ejercen. Pembe Hayat publicó una guía de técnicas para evitar la infección durante su actividad, como desinfecta­rse antes y después de ver un cliente y ofrecer alternativ­as.

“Usamos líquidos desinfecta­ntes, te lo aplicas, se lo aplicas al cliente. Se mantiene la distancia entre las bocas... pero los cuerpos se tocan. Así nos protegemos. Tenemos que trabajar, pero hay un riesgo”, lamenta Karagoz.

Karagoz comenta que muchas de sus compañeras han pasado el coronaviru­s y que siguen trabajando pese al riesgo de contagio.

“Un amiga mía muy cercana, se llamaba Gul. Tenía 64 años y estaba obligada a ejercer como trabajador­a sexual porque necesitaba sobrevivir. Murió de Covid-19, es muy doloroso, añade.

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La sexoservid­ora transgéner­o Cansel (chaqueta roja) camina en la Plaza del Águila de Besiktas, en Estambul

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