Tiempo de aprender
Recibí una invitación para participar en el programa Aprende en Casa. Es el proyecto emergente a través de la televisión nacional para atender el espacio escolar de la educación básica, cuando por los efectos de la pandemia se nos ha enviado a un largo confinamiento sanitario.
La educación no puede esperar y se atiende a distancia como una medida para evitar la propagación del agresivo virus.
Resultaba un reto interesante para quien ha ejercido la docencia durante cerca de 50 años. Inquietaba el reto, pues si bien es cierto que el origen de quien escribe es el de profesor de educación primaria, salvo en las prácticas como estudiante normalista y el servicio social, no tuvo la oportunidad de trabajar en ese nivel educativo para la niñez.
La invitación resultó para participar en preescolar, aunque no como docente, sino como el cronista de una población mexicana, concretamente Espita, Yucatán. El asunto era platicar con los niños acerca de las construcciones antiguas y modernas en las poblaciones y las ciudades.
Ante el reto, se consultó con educadoras exalumnas en servicio y compañeras de la escuela Normal y también el pensamiento de José Vasconcelos, el filósofo y educador fundador de la SEP, cuando promocionaba la lectura de los clásicos en la educación elemental. Cito: “… les hicimos ver la petulancia con que nosotros los mayores juzgamos el cerebro infantil. Nuestra propia pereza nos lleva a suponer que el niño no comprende lo que a nosotros nos cuesta esfuerzo; olvidamos que el niño es mucho más despierto y no está embotado por los vicios y apetitos. Tanto es así, agregué, que me atrevía a formular la tesis de que todos los niños tienen genio y sólo al llegar a los dieciséis nos volvemos tontos…”
Mi participación ante los niños fue, en síntesis, en los siguientes términos:
Hace ya muchos años, fui un niño muy feliz! Por eso me gustan las travesuras, las preguntas de los pequeños y sobre todo su mundo fantástico.
Ahora, aquí en Aprende en Casa, vi y escuché que comparaban las construcciones, los edificios modernos que existen en nuestras ciudades y poblaciones junto con otros ya antiguos. Son una muestra, un ejemplo de las diferentes épocas en el paso del tiempo. ————— (*) Cronista de Espita
Siempre la modernidad es para mejorar, aunque no se olvida el pasado porque recordarlo nos hace pertenecer a una familia, a una comunidad y aquello nos identifica, nos permita saber quiénes somos para valorar y amar más lo que tenemos.
En el interior de los ancianos que conviven con nosotros o que conocemos existe una riqueza enor me en cuanto a sabiduría; sus recuerdos son llenos de amor que evocan con nostalgia todo lo que vivieron e hicieron, para que hoy, a pesar de que aún existan carencias, vivamos mejor.
Hubo también, en esa época, una parte que nos lastimaba: era muy elevada la mortalidad infantil, que era producto de enfermedades que ya se podían curar o evitar en otras partes. Nos dejaba tristeza y dolor.
Hubo brotes de poliomielitis que dejaron afectaciones motrices a los niños, o padecimientos por las altas temperaturas del sarampión, la desesperante tosferina; la tifoidea y enfermedades diarreicas.
La alegría de los juegos infantiles en el parque o durante el recreo escolar se volvía triste cuando alguien faltaba para siempre. Veíamos tristes los rostros por el deceso de alguno de sus familiares y nuestras almas también se abatían.
En los años 60 la situación fue mejorando. Un día vimos en Espita que en un zacatal amurallado, cerca del parque principal, empezaron una construcción, diferente al conjunto de edificios que la rodeaban; trajeron maquinarias y los niños observábamos el trabajo. Era un espectáculo novedoso para la vida de nuestro pueblo: se haría un hospital.
Era el Centro de Salud actual. Con su construcción y funcionamiento se socializó la atención médica y preventiva; se abatió la mortalidad infantil y se evitó la diseminación de enfermedades con el uso de las vacunas. Luego llegó el agua potable y otros elementos de la modernidad.
Aún se requiere de mayor justicia para que la atención médica llegue a todos con los adelantos de la modernidad, pero paso a paso se avanzó, aunque en cuestiones de salud y atención debe hacerse con mucha rapidez.
Son épocas distintas, cada generación deja su aportación. Hoy debemos ser más solidarios con lo que menos tienen; fundamentalmente, en estos momentos, en cuanto a la salud.
Todos somos seres humanos y no debe existir ninguna diferencia, y sí una auténtica compensación a los más vulnerables.
El tiempo pasa y deja sus huellas. Los niños de hoy dejan las suyas cuando construyen sus vidas. Algún día narrarán con nostalgia sus anécdotas, esos recuerdos bellos que marcan sus vidas y percibirán que los cambios fueron benéficos. Los edificios son evidencias muy notables de toda una época.— Mérida, Yucatán.