Amor a la tierra
Durante dos meses tuve la fortuna de recorrer Yucatán. A pesar de que el calor nos agobiaba con una temperatura de más de 40° en abril y mayo, nuestras comunidades tenían ese algo que las hace especiales: la tranquilidad y la convivencia entre sus habitantes.
Eso es precisamente lo que hemos construido los yucatecos desde hace muchos años atrás, el tejido social, como elemento fundamental que garantiza la gobernabilidad y el bienestar de los habitantes de un pueblo. Así es, el tejido social refleja el grado de pertenencia, solidaridad y cohesión existentes en un grupo de individuos y es eso es precisamente lo que podemos percibir en las comunidades de Yucatán.
Al llegar a una comunidad, ya sea del oriente, poniente, norte o del sur del estado, vemos a la gente muy a gusto, gente que está trabajando jubilosamente, desde el tendero, los mercados municipales llenos de colorido y bullicio, hasta las personas de todas las edades sentadas en sus parques municipales y niños corriendo en ellos y en sus calles. Eso da vida a los pueblos yucatecos, el sentido de pertenencia de cada uno de ellos.
Disfrutar de sus construcciones, sus palacios municipales, sean estos sencillos o imponentes, y ni qué decir de sus templos o iglesias de distintos tamaños y colores, con su arte sacro inigualable, todos ellos en el centro de las poblaciones forman parte de un paisaje y patrimonio sin igual.
Disfrutar las mañanas con el cántico de los pájaros o los atardeceres cuando el sol se está ocultando es una experiencia indescriptible en los pueblos de Yucatán. Esta sensación se vuelve aún más mágica cuando uno se encuentra recorriendo los puertos. La tranquilidad de los puertos en las tardes y las noches es inigualable.
Pero eso no es todo, ya que uno puede probar de lo más variado en comida, desde los panuchos, salbutes, tacos de cochinita, poc chuc, tamales con espelón, hasta los panes recién salidos de sus hornos que son ofrecidos en sus calles.
Con razón el dicho: “Si se acaba el mundo, me voy a Yucatán”. Somos afortunados por vivir en esta tierra, por su gente antes que nada, que sabe valorar la paz de sus pueblos, por sus costumbres y tradiciones, por nuestra forma de ser y de vivir, por hablar como hablamos. Somos afortunados porque todavía preservamos la tranquilidad y seguridad de nuestras comunidades.
Afortunados por conservar todavía nuestra gastronomía maya, por las historias que conservan los más grandes de los pueblos, por las leyendas que pasan de generación en generación.
Ese es el amor que tenemos por esta tierra. Debemos contribuir a conservar lo que tenemos y nos hace sentir orgullosos ante nosotros mismos y ante los demás.
Vamos a hacer el mejor estado, no solo para vivir, sino para convivir, a respetar lo que somos y cómo somos, en medio de los avances tecnológicos y la modernidad.
Que nos siga moviendo el amor; hemos nacido o elegido esta tierra para vivir, honremos la memoria de nuestros antepasados, valoremos lo que tenemos y lo que en otras partes anhelan.
No podemos cerrar los ojos antes lo embates que pueda traer una pandemia, un ciclón o las inundaciones. Pero de algo estamos seguros, que vivimos en un pueblo noble y que siempre está mirando hacia un futuro esperanzador. El estado es nojoch.— Mérida, Yucatán.