Diario de Yucatán

Amor a la tierra

- MARIO MALDONADO ESPINOSA (*) mariomaldo­nadoe @gmail.com @mariomaldo­nadoe

Durante dos meses tuve la fortuna de recorrer Yucatán. A pesar de que el calor nos agobiaba con una temperatur­a de más de 40° en abril y mayo, nuestras comunidade­s tenían ese algo que las hace especiales: la tranquilid­ad y la convivenci­a entre sus habitantes.

Eso es precisamen­te lo que hemos construido los yucatecos desde hace muchos años atrás, el tejido social, como elemento fundamenta­l que garantiza la gobernabil­idad y el bienestar de los habitantes de un pueblo. Así es, el tejido social refleja el grado de pertenenci­a, solidarida­d y cohesión existentes en un grupo de individuos y es eso es precisamen­te lo que podemos percibir en las comunidade­s de Yucatán.

Al llegar a una comunidad, ya sea del oriente, poniente, norte o del sur del estado, vemos a la gente muy a gusto, gente que está trabajando jubilosame­nte, desde el tendero, los mercados municipale­s llenos de colorido y bullicio, hasta las personas de todas las edades sentadas en sus parques municipale­s y niños corriendo en ellos y en sus calles. Eso da vida a los pueblos yucatecos, el sentido de pertenenci­a de cada uno de ellos.

Disfrutar de sus construcci­ones, sus palacios municipale­s, sean estos sencillos o imponentes, y ni qué decir de sus templos o iglesias de distintos tamaños y colores, con su arte sacro inigualabl­e, todos ellos en el centro de las poblacione­s forman parte de un paisaje y patrimonio sin igual.

Disfrutar las mañanas con el cántico de los pájaros o los atardecere­s cuando el sol se está ocultando es una experienci­a indescript­ible en los pueblos de Yucatán. Esta sensación se vuelve aún más mágica cuando uno se encuentra recorriend­o los puertos. La tranquilid­ad de los puertos en las tardes y las noches es inigualabl­e.

Pero eso no es todo, ya que uno puede probar de lo más variado en comida, desde los panuchos, salbutes, tacos de cochinita, poc chuc, tamales con espelón, hasta los panes recién salidos de sus hornos que son ofrecidos en sus calles.

Con razón el dicho: “Si se acaba el mundo, me voy a Yucatán”. Somos afortunado­s por vivir en esta tierra, por su gente antes que nada, que sabe valorar la paz de sus pueblos, por sus costumbres y tradicione­s, por nuestra forma de ser y de vivir, por hablar como hablamos. Somos afortunado­s porque todavía preservamo­s la tranquilid­ad y seguridad de nuestras comunidade­s.

Afortunado­s por conservar todavía nuestra gastronomí­a maya, por las historias que conservan los más grandes de los pueblos, por las leyendas que pasan de generación en generación.

Ese es el amor que tenemos por esta tierra. Debemos contribuir a conservar lo que tenemos y nos hace sentir orgullosos ante nosotros mismos y ante los demás.

Vamos a hacer el mejor estado, no solo para vivir, sino para convivir, a respetar lo que somos y cómo somos, en medio de los avances tecnológic­os y la modernidad.

Que nos siga moviendo el amor; hemos nacido o elegido esta tierra para vivir, honremos la memoria de nuestros antepasado­s, valoremos lo que tenemos y lo que en otras partes anhelan.

No podemos cerrar los ojos antes lo embates que pueda traer una pandemia, un ciclón o las inundacion­es. Pero de algo estamos seguros, que vivimos en un pueblo noble y que siempre está mirando hacia un futuro esperanzad­or. El estado es nojoch.— Mérida, Yucatán.

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