Diario de Yucatán

Mari, la amante de Mérida

- JAVIER CABALLERO LENDÍNEZ (*)

Me presentaro­n a Mari una tarde de marzo de hace un año. Llovía desde la mañana aunque era de esas lluvias que no quieren caer y les cuesta horrores quedarse en la memoria. No recuerdo el día exacto de aquella cita casi improvisad­a para almorzar junto con un amigo, que había venido unos días antes de España.

Mari es española, pero vive desde hace muchísimos años en Canadá. De hecho, nació en Andalucía, misma tierra de la que yo soy originario, pero de aquel lugar solamente le queda el nombre, muy común en esa tierra y a duras penas el acento que se pierde casi agónico entre su mezcla de inglés y francés.

Su pelo rubio natural y corto y sus ojos azules, algo poco común en aquella Andalucía de antaño, debieron ser el resultado de una especie de mímesis del entorno canadiense y las experienci­as vividas en medio mundo. O quizás solo fue el resultado de lo que ella es, una mujer que debió brillar por sí misma y esa fue la primera manera de conseguirl­o.

Apenas me cuenta algo de eso cuando pasamos por ella al lugar donde se alojaba y decidimos ir a uno ————— (*) Periodista de Megamedia de nuestros restaurant­es favoritos en Mérida.

Ya en la mesa, con más confianza, Mari, que rondaría en aquel entonces los 75 años, nos contó parte de una apasionant­e vida que trataba de coronar como lo hacen muchos otros extranjero­s: pasando sus días, por lo menos de manera temporal, en esta ciudad acogedora.

Habitante del mundo desde muy joven, cuando se marchó de España; conocedora de mil y una culturas y países; engañadísi­ma esposa de un francófono; aguerrida mamá y sobrada de clase hasta los tobillos, Mari comenzó a contarnos la historia de su vida con una naturalida­d que impresiona­ba.

Con un fetuccini con camarones y salsa americaine, contó que su amor por Mérida nació desde hacía algunos años cuando el destino le llevó a visitar numerosas ciudades de América sola con sus hijos. Y después de “conocer bellísimos lugares, me enamoré de Mérida”.

Y no es para menos, hasta el año pasado y con la llegada del frío a Canadá, decidía pasar largas temporadas en nuestra ciudad ya sea en un famoso hotel del Paseo de Montejo o en unos departamen­tos muy cercanos a la misma avenida.

“Mérida era muy segura y eso me encantaba”, nos decía durante el almuerzo. “¿Era?”, le pregunté. “Sí, la ciudad ya no es lo que era aunque es verdad que me sigue gustando mucho, pero es más peligrosa que antes; así lo siento. Pero es preciosa y con muchas cosas para vivir, especialme­nte para personas que ya tenemos una edad y venimos de climas más fríos”.

Mari no es muy habladora, pero sumamente clara y perspicaz. También un tanto dispersa, pero a estas alturas, ¿quién no lo es? Después de un almuerzo salpicado por el recuerdo de un exesposo que había estado muchos años sin saber nada de sus hijos y una fortaleza brutal para salir adelante, nos dice que se tiene que ir, que tiene que descansar.

“¿Seguirás viniendo a Mérida?”, le pregunto en el camino de regreso. “Claro, Mérida ya es parte de mí, aunque me dé un poco de miedo. No sé si la gente de aquí realmente valora lo que tiene y hace lo posible para no perderlo”. Por lo pronto, algún que otro listo ya ha intentado aprovechar­se de ella y su dinero. Me pongo a pensar y sonrío. “Tienes razón, Mari, a veces la gente no se da cuenta de lo que tiene porque está acostumbra­da a tenerlo. Pero eso pasa en todas partes”, le respondo. “Sí, pero Mérida no es cualquier parte”, termina con seguridad antes de despedirse y emplazarno­s para su siguiente viaje.

RÉQUIEM

Mari pasaría un par de meses más en Mérida antes de regresar a Canadá en verano. Pocos días después de aquel almuerzo, las restriccio­nes con motivo de la pandemia comenzaron a despuntar.

Supe por medio de mi amigo, que Mari adelantó su vuelo y logró salir del país antes de que todo se disparara dramáticam­ente. En esos días le mandé un saludo por Facebook y le deseé que se cuidara mucho. Me respondió y deseó lo mismo.

Desde septiembre de 2020 no subía nada a su perfil y mucho menos viene a México. Decidí no escribir nada ni preguntarl­e. Finalmente era su ambiente, su familia, su entorno. A finales de abril vi que posteó algo. Entonces recordé que después de tantas batallas y tantas victorias, no se dejaría vencer tan fácilmente. Ni un poco. Y seguro que regresará.— Mérida, Yucatán

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