Las decisiones que forjan día a día nuestras vidas
En un reciente artículo comentábamos que en el proceso de decidir actúan las emociones, los sentimientos, las pasiones y la racionalidad, en menor o mayor medida. Hay una influencia recíproca entre los afectos en general y el intelecto.
Se puede decir que lo primero es un querer emocional, al que sigue un querer racional. Según Wenceslao Vial, la percepción interactúa con la memoria afectiva (recuerdos más o menos agradables) y se generan imaginaciones sobre el futuro que se valoran intuitivamente y terminan en una nueva emoción o en una acción impulsiva. En el segundo nivel, racional y selectivo, la pregunta será me beneficia o no: hay un razonamiento reflexivo que juzga el anterior proceso del querer emocional, dando lugar a lo que es típicamente humano, la acción deliberada.
Es así, que en todas nuestras decisiones tenemos influencias de lo sensorial (afectos, emociones y sentimientos) y lo racional (mente e intelecto). Una buena decisión no debe prescindir de ambas, pues somos una persona con un espíritu encarnado, no debemos aniquilar ningún aspecto de nuestra persona.
Cuando tomamos decisiones solamente desde el punto de vista de los afectos, emociones y sentimientos faltará la frialdad de la objetividad, que nos equilibra y nos hace centrarnos en la realidad y no en la ficción de un sentimiento que puede ser pasajero, como la alegría o el entusiasmo por un proyecto. En el lenguaje común, a veces se habla de pasión como de una emoción intensa y breve, que ciega el conocimiento.
Por otra parte, si tomamos una decisión solamente en base al intelecto, también nos pudiéramos estar perdiendo de la alegría de sentir la avidez del entusiasmo. Por lo tanto, poner estos dos aspectos en la balanza de la personalidad y tomar decisiones después de confrontar estos aspectos en mi oración personal, de rodillas ante Dios, para que Él, quien es el que mejor me conoce me ayude a ser fiel a lo que debo de responder.
La memoria afectiva es muy importante, se forman actitudes emocionales que llevan a actuar o reaccionar según las expectativas construidas por experiencias pasadas. Las actitudes intelectuales, en cambio, provienen de un juicio reflexivo y derivan de convicciones y valoraciones racionales, que van mas allá de las circunstancias presentes y de la carga emotiva.
No hay que tener miedo a tomar decisiones, siempre esperaremos aprender de ellas, sean favorables o no lo sean para nuestra vida, estas siempre serán una gran maestra en la escuela de la vida.— Presbítero Alejandro Álvarez Gallegos, doctorando en Bioética
"En todas nuestras decisiones tenemos influencias de lo sensorial y lo racional"