Diario de Yucatán

De política y cosas peores: dictadores

- CATÓN

A la prima Celia Rima, versificad­ora de ocasión, se le ocurrió la siguiente cuarteta a propósito del intento —que esperemos quede en intentona— de López Obrador de reformar el Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Dice así su picante comentario sobre AMLO: “Al ver tanto reformismo / me vino el impulso de / preguntarl­e por qué / no se reforma a sí mismo”.

Estos versos de la prima Celia no sólo cumplen con las reglas de la métrica y la rima, sino también con las de ese exigente género que es el epigrama, el cual —solía decir mi maestro don Cipriano Briones— debe morder y arrancar el pedazo, como hacían los de ese feroz epigramist­a que fue Salvador Novo.

Pero no vinimos aquí a hablar de preceptiva literaria. Lo que nos importa es comentar el ya desorbitad­o afán del Caudillo de la 4T por apoderarse de las institucio­nes independie­ntes que han resistido su apetito de dominación, para lo cual busca reformarla­s en modo que favorezca a sus designios.

Es cierto: quienes en el anterior sexenio tuvieron en sus manos el poder robaron dinero. Pero quien encabeza el actual régimen se ha dedicado al robo de institucio­nes, lo cual constituye una forma de corrupción peor y más nociva que la otra.

Quienes hurtan dineros del erario son rateros; aquéllos que atentan contra las institucio­nes a fin de lograr sus fines son dictadores que ponen su voluntad por encima de las leyes que una vez juraron cumplir y que después han violado sistemátic­amente.

Los ciudadanos libres debemos apoyar a las institucio­nes autónomas para que conserven su libertad y no sean avasallada­s por el populismo autoritari­o, caudillist­a y demagógico que amenaza a México.

Otros adjetivos denostosos podría yo añadir a ésos, pero por ahora ya me cansé de adjetivar. Mejor tomo otro camino más placentero y de mayor solaz.

¿Por qué los escoceses usan kilt, o sea faldita? Porque las mamás de las escocesas las han enseñado a correr cada vez que escuchan el sonido de un zipper que se baja.

Recuerdo a ese propósito lo acontecido a la recién casada que al empezar la noche de bodas le dijo desde el lecho nupcial a su flamante maridito, el cual estaba de espaldas a ella: “¡No puedo creer que ya sea tu esposa!”

El galán no respondió a esa exultante manifestac­ión. Repitió, feliz, la desposada: “¡No puedo creer que ya sea tu esposa!” Nuevo silencio del matrimonia­do. De nueva cuenta dijo la muchacha: “¡No puedo creer que ya sea tu esposa!” Entonces sí habló él. Dijo con tono hosco: “Te convenceré de que ya lo eres cuando logre desatorar el chingado zipper de mi pantalón”...

Muchas veces he dirigido una de las piezas favoritas de los públicos que asisten a los conciertos de Año Nuevo de las orquestas sinfónicas. Hablo de la deliciosa “Trisch-Trasch Polka”, de Johan Strauss hijo. Ese “trisch-trasch” equivale a nuestro “bla bla bla”, y alude traviesame­nte a la afición de las mujeres por el chismorreo.

Cuando dirijo esa pequeña joya hago que en un momento de la interpreta­ción todos los músicos de la orquesta exclamen al unísono: “¡Ah!”, como si acabaran de oír un chisme extraordin­ario.

La verdad, digo siempre al presentar la obra, es que los hombres somos más chismosos que las mujeres. Además en ellas el chisme es un deporte; en nosotros, por el contrario, es un asesinato.

A lo que voy es a chismear acerca de doña Cotilla, que no deja de hablar nunca, tanto que cuando va a la playa la lengua se le insola. En cierta ocasión una vecina suya le preguntó, orgullosa: “¿Supiste que mi hija se casó?” “¡Cómo! —fingió asombro doña Cotilla—. ¡Ni siquiera sabía yo que estaba embarazada!”— Saltillo, Coahuila.

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